lunes, mayo 08, 2006

Carlos Pons Olivares, autor de EL RINCÓN LITERARIO de 3 DE NIT el 26 de Abril de 2006

LOS AUTORES DE IB3-RADIO.

EL RINCÓN LITERARIO DE 3 DE NIT, de IB3-Radio.

Con Sandra Llabrés y Joana Pol.

CARLOS PONS OLIVARES.

El Rincón literario de 3 DE NIT tuvo el honor de inaugurar su andadura con un autor muy joven que dará mucho que hablar en un futuro: Carlos Pons Olivares. Mallorquín de nacimiento, vive y trabaja en Palma. Tuvimos oportunidad de escuchar de su propia voz que muy pronto va a publicar su primera novela, TENTANDO A UN CÁNCER, y esperamos que nos invite a la presentación.

Carlos Pons Olivares ha conquistado dos Premios Art Jove: un primer premio y una mención especial. Fue elegido como representante artístico de Palma en el Certamen Internacional de la Bienal, y tiene varias obras publicadas en el prestigioso portal literario de Yoescribo.com.

En el programa de IB3-Radio del que fue protagonista el pasado 26 de Abril, con el trasfondo de la hermosa balada de Scorpions SEND ME AN ANGEL, Sandra Llabrés, la popular presentadora del programa 3 DE NIT, y Joana Pol, la autora de EL CRIMEN DE LOS DIOSES, nos deleitaron con la lectura de UN RINCÓN DEL CAMINO, de Carlos Pons Olivares, que podéis leer aquí:



Black Knight, de Ruth Sanderson.


UN RINCÓN DEL CAMINO

Guillermo de Fortuny pensó que aquella noche el viento chillaba mucho y que, maldita sea, podría callarse de una vez. Volvió a acomodarse sobre el petate y una vez más el borde metálico de su sartén fue a clavarse en su ojo derecho.
Aquella vida era insufrible.
Ya iba siendo hora de hacerse rico, casarse con una buena moza y tal vez conseguir un par de chiquillos, lo suficiente para irse al otro barrio con los deberes cumplidos.
Y sin embargo el viento seguía destrozándole los tímpanos y convirtiendo la noche en un infierno de duermevela.
Parecía imposible dormirse, o hacerlo y sobrevivir para ver el día siguiente.
Abrió los ojos de un golpe. Estaba harto. Tiró el petate a un lado y apoyó la cabeza en el suelo, contra aquella tierra pringosa y húmeda, pero cálida. Al día siguiente se sentiría rebozado en barro, pero al menos podría dormir.
Algo empezó a temblar en el fondo de su oído. Fue un eco leve y constante que crecía a cada segundo. Algo se acercaba. Algo corría haciendo temblar la tierra.
Se irguió un poco y agarró el mango de su espada, aplastado incómodamente contra su costado. Después de reunir valor durante algunos segundos estiró el cuello, y entrecerró los ojos intentando ver algo en el horizonte.
Aquella noche parecía un día nublado. La luna llena brillaba contra todo y hasta dolía a los ojos con sus destellos plateados. Pero al principio no vio nada, hasta que súbitamente y sin más aviso que el tronar de unos cascotes, un jinete al trote apareció en el fondo de la noche, invisible aún bajo un espeso manto, machacando la poca y pobre hierba que crecía en la tierra fangosa.
Guillermo de Fortuny se levantó. Primero pensó en esconderse. La tierra lisa y despoblada le devolvió una perspectiva sombría. Así que se irguió aun más, infló el pecho y dejó brillar a la luna el acero de la espada, sólo un poco y la parte que no estaba oxidada, dejándola entrelucir, a medio desenvainar.
El jinete siguió su curso, imparable. Guillermo no vio ningún arma. Tampoco pudo verle los ojos, ni un gesto de saludo. En realidad, y aun bajo el fulgor de la luna inmensa, Guillermo no veía absolutamente nada.
Apretó los dientes.
Guillermo de Fortuny no era un guerrero. No exactamente. Sólo lo era cuando las fanfarronadas de las posadas lo exigían y los trovadores contratados para seducir bellas damas cantaban sus gestas.
Pero en el fondo, tan en el fondo que ni él mismo podría haberlo asegurado, se sabía un cobarde, o tal vez un hombre razonable.
Pero el miedo era siempre el mismo.
El jinete cedió un poco la carrera. Su caballo relinchó y se quejó del cambio. Era un animal brioso, un enorme ejemplar de líneas nobles y movimientos valientes. Y en la negrura brillante de la noche parecía un demonio.
A Guillermo de Fortuny le dolían las piernas y los brazos. Llevaba demasiado tiempo manteniendo la pose y la noche era fría. El pelo largo le tapaba la cara. Las articulaciones estaban entumecidas y poco ejercitadas. Si el jinete no se amedrentaba y buscaba pelea… estaría muerto.
El jinete paró a dos o tres pasos de Guillermo, demasiado cerca para sentirse tranquilo. Guillermo se sintió morir por unos segundos, minutos, o tal vez horas en los que el jinete le observó desde la oscuridad de la capucha de su manto, tal vez burlándose de un hombre que temblaba de frío y miedo intentando mantener una pose firme, pero que a duras penas podía aguantar el pulso sobre su espada.
El jinete se llevó las manos a la capucha y dejó al descubierto su cara, en sincera sonrisa.
Era un hombre y no un demonio. Un tipo especialmente blancuzco de tez, con los ojos azules y brillantes, el pelo largo, castaño-rubio y cayendo sobre los hombros en volutas caprichosas, las manos acariciando el lomo recio del caballo, con cariño.
Parecía un retablo de la Catedral de Jarstritch, uno de esos de santos olvidados, pensó Guillermo.

- Buenas noches- Dijo el hombre, con una voz que parecía un eco.
- Buenas… Noches…- Respondió Guillermo, y por fin se dejó a un escalofrío- Y frías, ya lo creo, señor…

El jinete bajó de su caballo y empezó a librarlo de los arreos. El equino pateó el suelo y bajó su enorme cabezota esperando la caricia del amo. Visto de cerca no daba tanto miedo.
Guillermo de Fortuny, aristócrata, refinado, guapo como un solete y peregrino cansado y hambriento, cayó definitivamente rendido al suelo. Dejó a un lado la espada y recogió la bolsa con sus escasas pertenencias.

- Dígame, caballero... ¿No tendrá por ahí algo de vino o alguna cosa cálida que llevarme a la boca?

El jinete sacó un pellejo de vino de los arreos, y aun más, dos galletas de pan y un trozo de queso, como si hubiera estado esperando precisamente aquello.

- ¡Oh, gracias, señor!, ¡muy gentil!, ¡Muchas gracias!

Guillermo de Fortuny se sintió afortunado por primera vez en mucho tiempo. En aquel momento sólo pedía poder hincarle el diente a aquel queso antes de morir. Y vaya si lo hizo.
El jinete se sentó a su lado y empezó a hurgar en un zurrón. Al cabo de un rato, aproximadamente tres mordiscos de queso, media galleta y cinco sorbos generosos de vino después, el extraño había desperdigado un buen montón de aparatejos por el suelo.
Más allá del furor de una cena en condiciones y entre dentelladas lujuriosas, Guillermo estaba asombrado. Ante él se extendían en el suelo las mismísimas maravillas de la Persia, si es que en realidad existía. Vio en el suelo aquella noche algunos de los prodigios más extraños de su vida; máquinas que silbaban, bastones que alumbraban, y cajas que dejaban escapar música, una banda entera, con sólo abrirlas.
Poco a poco, cuando el hambre se lo permitió, y dejando de lado cualquier noción de protocolo, empezó a acosar al extraño jinete a preguntas con la boca llena.

- Vaya montón de buenas magimáquinas tenéis ahí, señor… ¿De dónde sacasteis semejante botín, si me permitís preguntarlo?

El hombre encapuchado le miró a los ojos y sonrió con diversión. Agarró uno de los portentos, el que tenía más cercano y que no había demostrado aun su función, y lo manejó con delicadeza y pericia de hechicero pagano. Cuando lo volvió a depositar en el suelo, la maravilla brillaba como un demonio con todos los colores del arco iris.
Guillermo primero jadeó de pura emoción y luego aplaudió con gesto grotesco, y poco a poco el frío fue abandonándole los huesos y hasta el corazón se sintió aliviado de su mala suerte.
El extraño murmuró para sí y volvió a mirarle, como un anciano sabio lo haría con un nieto ingenuo. Sacó algo de otro zurrón y lo extendió en el suelo ante ellos, y Guillermo se sintió feliz como un niño cuando los destellos de las máquinas se reflejaron con mil vetas en las superficies brillantes de dos mantas de maravilla.

- ¡Oh!, ¡vaya, señor!... ¡Bravo!... ¿¡Las mantas de un rey tejidas con hilo de gemas, tal vez!?

El jinete redobló la sonrisa y le ofreció una de las mantas con un gesto de mano. Guillermo sintió en aquello mayor bondad de la que nunca creyó posible y, con reverencia extrema, la recogió.
Se envolvió con la manta y al momento se creyó en la alcoba del mismísimo rey de Floridia, arropado y mecido en mullidas mantas, y presa del amor de la mismísima Erianide Purísima.
Guillermo de Fortuny era un hombre razonable. Razonablemente escéptico. Razonablemente consciente de la desgracia del hombre por el hombre, de las miserias, porque toda la vida había sido poco más que un miserable, pero aquello, sin duda, hizo que casi se sintiera con alma.
Se volvió, agradecido, para estrechar la mano del desconocido, tal vez un abrazo fraternal, y lo encontró tumbado y dormido, arropado por una manta idéntica a la suya, con aquella sonrisa indeleble en la boca, y las pequeñas máquinas brillantes y conciliadoras saltando y describiendo peripecias. Por doquier.
Y entonces recordó el viento, pero ya no soplaba.
Y entre las manos del recién llegado, una brillante, viva, baraja de tarot.
******


El relato forma parte de la introducción de una novela de corte fantástico, escrita en lengua castellana. Carlos Pons utiliza un lenguaje claro y directo, muy apropiado para ese tipo de narrativa, no exento de detalles humorísticos y algo sarcásticos.

Mezcla de forma muy efectiva el lenguaje moderno y las expresiones clásicas e incluso algo obsoletas para introducirnos en un ambiente similar al de las antiguas novelas de caballerías. Su prosa, repleta de imaginación y formalmente muy correcta, con diálogos bien acotados, casa muy bien con la narrativa fantástica y algo gótica por la que se decanta este jovencísimo autor de 23 años.

En su MANIFIESTO, el autor afirmó:


Lo cierto es que lo primero que recuerdo relacionado con la escritura es la A.
No sé. Era estilosa. Me gustaba verla en los cuadernos y dibujarla, que no escribirla, con trazos sinuosos, repasando con el plastidecor, dándole mucho, mucho contorno para hacerla bien visible.
Lo siguiente, supongo, fue el desengaño. Cuando me obligaron a odiarla, a la A y al resto de letras, tanto por las chorradas que formaban juntas como por repetitivas, inamoviblemente iguales siempre en los libros.
Después, por fin, gracias a la suerte, llegó el otro desengaño. El desengaño del odio a las letras. Lo que me sacó de las falsedades del estudio tedioso y de la escritura casi matemática de los cuadernos de Ciencias Sociales.
Creo que fue gracias a mi profesora de Lengua y Literatura. Esa que hablaba de frenar el avance rojo en no sé qué elecciones, en esa época en la que se supondría que un chico de mi edad ya debería haber entendido lo que aquello significaba, lo que significaba la mismísima democracia, aún de las letras.
Debía tener catorce años. La señorita Galán dijo que las musarañas eran arañas pequeñas. Y yo, en vez de simplemente ignorarlo o vociferar negándolo o perder la cordura de algún modo, sonreí plácidamente, y pensé, simplemente, que yo podía hacerlo mejor. Que en vez de convertirme en otro ejemplo como aquel de idiotez redomada, podría mentir con estilo, con el mismo resultado, el del asentimiento. El de la recompensa. El del enriquecimiento.
Y desde entonces escribo. Cambio la ignorancia por la transformación y el símil. La altivez por la sonrisa y el guiño. El adoctrinamiento por el aprendizaje y la factura por el aplauso, porque en el fondo es casi lo mismo.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy completo. Podrías mejorar el visionado usando distintos colores y tamaños de fuente, espero que no te moleste mi sugerencia.

Joan Pere

Anónimo dijo...

El relato de Carlos Pons es estupendo, te deja con ganas de más, así qeu al ser una introduccion de una novela me parece muy adecuado. Bravo.

Frannie dijo...

pues no tengo que volver a decir lo mucho me ha gustado el relato de carlos. la imagen que ha elegido joana esta muy linda es hermosa, creo que le va perfecto al relato......

MALLORCA FANTÀSTICA 2007

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