jueves, junio 08, 2006

Antonio Jesús Criado Pedrosa



En el programa de radio EL RACÓ LITERARI DE 3 DENIT, de IB3-RADIO, que se emite todos los miércoles por la noche, esta semana Sandra Llabrés y Joana Pol entrevistaron al joven autor cordobés Antonio Jesús Criado Pedrosa. Este es un extracto del programa:




LEMA DEL AUTOR

“Un día soñé que quería seguir soñando”.

BIOGRAFIA Y MANIFIESTO

Me llamo Antonio Jesús Criado Pedrosa, natural de Montilla, en la provincia andaluza de Córdoba. Tengo diecinueve primaveras. Descubrí la escritura de niño, cuando realicé un prototipo bastante cutre de guión con la finalidad de grabar un teatro. El proyecto no salió adelante, pero desde ese momento la escritura me acompañó irregularmente. Durante el resto de mi infancia me dediqué al cómic – pues dibujar es otra de mis aficiones —, alternándolo siempre con pequeñas historias que deseaba plasmar en una película casera. He de decir que aún no he conseguido realizar mi primer filme, pero soy optimista. Mi padre, por aquel entonces, advirtió esa afición mía por la palabra. Le pareció extraña, o quizás prematura. Me dijo una frase que nunca olvidaré: “todos los grandes escritores han sido buenos lectores”. Así me enfrenté a mi mayor quimera, los libros. No hallaba en los estantes de mi casa ninguno que me atrajera más que por el dibujo de la portada, hasta que mi padre apareció con El hobbit, preámbulo del Señor de los Anillo, de Tolkien. A partir de ese momento inicié mi etapa de lector, pero lo más curioso es que cuando soltaba el libro, tomaba papel y lápiz y escribía como un poseso. Así transcurrieron unos cuantos años, con mi cabeza deambulando entre los seres oníricos de la tierra media. Garabateé muchas páginas con historias de un mundo inventado, pero finalmente abandoné la empresa, demasiado complicada para un chaval de catorce años. Mi gusto por el cine volvió a imponerse sobre la literatura, aparté de mi escritorio los libros y coloqué de nuevo papel en blanco para realizar un guión. Otro fracaso. En aquella época tuve el honor de atender a las explicaciones de magníficos profesores que hacían las clases de historia y literatura un vergel de diversión. Las otras asignaturas me aburrían, no por dejadez de los profesores – que Dios los guarde por soportar a este holgazán –, sino por mi cabeza empedrada de quimeras, que no sacaba mis cavilaciones de la mitología o los poetas románticos. El instituto me deparó un año de sequedad mental increíble. No hice nada de nada en el campo de las letras, pero cayó en mis manos la saga de El Capitán Alatriste, de Pérez Reverte. Después de leerlo se selló una marca en mi cabeza, una cantinela repetitiva que aún hoy reza: tienes que ser escritor. En el último curso de bachillerato, asfixiado de exámenes y notas regulares, una profesora de literatura ofreció un punto adicional en la asignatura si nos presentábamos a un concurso de poesía. Gané el certamen y entonces puse manos a la obra definitivamente. Me presenté a un concurso local con mi primer relato concluso, El último loco que parió la Mancha, una historia burlesca sobre nuestro amadísimo Quijote. De esta etapa resultó también la obra que se va a leer hoy, Extraño amor de autobús. No gané nada, supongo que influyó mucho mi currículo inmaculado de tinta. Cuando acaricié la primera página de Cien Años de Soledad entendí que me perdía para siempre en el mundo de la literatura. Influido por esta obra de arte di alas al escrito del que estoy más orgulloso: Pueblecito.

No sé qué me incita a escribir, quizá la jauría de fantasmas que vagan por mi cabeza en las noches de inspiración, o el desasosiego de los malos momentos, o la esperanza. Resulta difícil determinarlo. A veces, cuando veo a mi madre emocionarse ante un escrito mío, pienso que este es el motivo, que otros disfruten de algo que yo creo con cariño. ¡Ay mi madre! Ella es mi seguidora número uno, se aprende de memoria todo lo que escribo, y lo lee a sus amigos y conocidos. Mi padre me estudia un poco más crítico, y cuando percibo una sonrisa de aprobación me siento satisfecho. A mi pareja le debo la más absoluta sinceridad, y el más sincero apoyo. Supongo que gracias a ellos me mantengo aferrado a la palabra, aunque no debo olvidar a todos los que me incitan a escribir día a día, desde mis abuelos hasta mis amigos. A todos, gracias.

Ahora estudio Comunicación Audiovisual en Málaga, haber si así consigo terminar un corto, aunque mi sueño reside, creo que desde siempre, en la literatura.






LECTURA



Extraño amor de autobús

Nada en aquella luminosa mañana se me antojaba diferente. Llegué a la parada del autobús a la misma hora de siempre, con el mismo ánimo y con idénticas ojeras. Una suave brisa acariciaba mi piel cuando escuché el bronco sonido del vehículo público. A mi lado tres chicas de aspecto estudiantil se prepararon para subir. Las imité con evidente rutina, aquellas muchachas eran compañeras mías; sin embargo, jamás había cruzado palabra alguna con ellas. Entré en el autobús con cierto nerviosismo, algo habitual en las personas inseguras como yo, pasé la tarjeta por el escáner y avancé hasta un lugar que me pareció agradable, sobretodo porque nadie aún ocupaba dicho espacio.
El conductor inició con brusquedad el trayecto lo que me hizo trastabillar. Para desgracia mía las tres compañeras de clase carcajeaban desde sus asientos. Intenté desviar la mirada y la atención para evitar el enrojecimiento de las mejillas. Recuerdo que en ese instante cavilé sobre el origen del atolondramiento que me torturaba. En mitad de la reflexión el autobús frenó. De nuevo la pérfida inercia intentó derribarme y otra vez rieron las tres muchachas. Cerca estuve de bajar en aquella parada tal era la vergüenza que notaba fluir por las venas. Las puertas del autobús se abrieron quejándose con un desagradable chirrido. Una muchacha entró de un brinco en el vehículo apartando de mi cabeza la idea de apearme de él.
Jamás mis ojos gozaron de tal cantidad de belleza acumulada bajo la misma forma. Tenía una negra melena que le caía desordenada sobre los hombros, los ojos eran azules como el más raso de los cielos, la tez pálida, los labios rojos y gruesos. Su cuerpo se perdía debajo de las anchas vestimentas; pero mi imaginación acelerada idealizó las formas de la muchacha. Noté como las mejillas se me arrebolaban desatendiendo las órdenes que la razón dictaba. Quise pensar que aquella belleza pudiera ser mi primer amor, la primera mujer que me diera el cariño que tanto necesitaba. El autobús reanudó la marcha con el gutural quejido del motor y la muchacha buscó un hueco entre las insidiosas miradas de los pasajeros. Supongo que el aspecto desaliñado de las ropas que tan dignamente vestía despertaba desconfianza entre el pasaje. Cuando la chica se arrimaba a alguien buscando asiento o una fría barra donde sujetarse, todo el mundo apartaba la vista y retrocedía con escaso disimulo. Entonces la chica clavó sus ojos en los míos, sentí como me asaetaba con la mirada. Una fuerte oleada de calor golpeó mi cuerpo y advertí que las manos temblaban desvergonzadamente. Esa mujer angelical que vagaba por el mundo abrigada por harapos había decidido compartir el trayecto del autobús conmigo, un chaval inexistente para el sexo femenino. No recuerdo exactamente que dijo ni que balbuceé yo, únicamente puedo asegurar que detuvo su vagar apoyándose en mí. Por reflejos salté hacia atrás como un niño asustadizo que no alcanza a comprender qué ocurre. Sin embargo, por fuerza de algún embrujo necesité cobijarla. Los ojos se le habían humedecido y aún se me antojaba más bella. Quise imaginar que la muchacha necesitaba un abrazo. Anduvo el corto trecho hasta encontrarse con mi cuerpo, apoyó la cabeza en mi pecho y rodeó con los delgados brazos mi figura. Todo mi ser quedó en paz, nadie más que yo requería aquel afecto. Ya no escuché nada, ni siquiera importaba en ese instante si las tres compañeras reían. Fundido en el extraño abrazo, absorto solo en cavilaciones típicas de un enamorado, noté decepcionado como el autobús frenaba. En realidad mi mente, poblada de ideas ilusorias, no advirtió que quizá en ese momento acababa el periplo amoroso, quizá mi mente, mi pobre mente, imaginaba un viaje eterno donde nuestros cuerpos no tuvieran que separarse. El hecho es que el autobús frenó secamente y mi amada abandonó mis brazos. Mostraba los ojos inundados de lágrimas. Lloraba mucho. Creo que dijo que aquella era su parada, no lo recuerdo. Mientras se alejaba miré hacia las tres compañeras. Estaban calladas, el resto de los pasajeros también. Todos miraban con idénticos gestos. Algunos negaban con la cabeza para sí mismos. La muchacha salió. Yo no entendía nada, permanecía pasmado ante la inquisitiva mirada de aquel extraño público. Aturdido por tanta expectación caminé hasta el final del transporte y observé a mi amada que permanecía inmóvil en la acera. Ella ya aguardaba desde su posición con el gesto torcido y las lágrimas cayendo lánguidamente mejillas abajo. Un niño que vestía ropas harapientas se le acercó corriendo. Desolado ofrecí un último saludo a la muchacha y ella mostró su mano diestra en la que, casualmente, portaba mi cartera. Quise morir en ese mismo instante; sin embargo, no hice nada, continué mirando a la amada y leí en sus labios un “lo siento”, un sincero “lo siento” acompañado de ríos de lágrimas. Pude haber gritado, saltado del autobús, y apresado a la ladrona; pero que más da, pensé. El vehículo continuó su monótona trayectoria alejándome de la amada y yo permanecí inmóvil contemplando como empequeñecía ante mis ojos a causa de la distancia. Los minutos se tornaron segundos y tomé la determinación de bajar en la parada siguiente. Así pues, abandoné el autobús en un lugar desierto acompañado solo por un hombre canoso. Aun dentro del transporte, las tres compañeras de clase comentaban el suceso con las manos puestas delante de sus bocas intentado, posiblemente, que nadie advirtiese que estaban sumidas en una conversación cotillesca. El resto de pasajeros continuaba atento a cada movimiento .
-Esa muchacha no lo hace con mala intención – Dijo el hombre canoso que había bajado conmigo. – Roba porque tiene que dar de comer a su hijo. Fíjate si sufre que llora como una niña. Le duele mucho tener que quitar el dinero a los hombres buenos que, por cierto, sois los únicos tontos que le dais cariño. Dicen algunos que se enamora de todos a los que desvalija, pero ya sabes, la gente dice muchas cosas…







RELATOS HIPERBREVES LEÍDOS EN EL RINCÓN LITERARIO DE 3 DENIT:

DE VIAJE,
De
SAMUEL MURIANO.


Estaba harto de estar debajo de la casa, escondido en las tuberías, era demasiado coqueto para vivir allí, así que todos sabíamos lo que iba a pasar: -!Ciaooo!- Fue lo penúltimo que nos dijo antes de chasquear sus bigotes, porque lo último fue su grito por el escobazo que lo barrió. -shshshshshshshshs....- (al unísono).

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