jueves, abril 26, 2007

Armando Cubas Morales, entrevistado por Sandra Llabrés y Joana Pol en ib3-Radio

Los seguidores del Racó Literari de 3 de Nit tuvimos el privilegio de contar, al cumplirse casi un año del nacimiento del programa, con una segunda visita del autor Armando Cubas Morales. Digo bien, la segunda visita, pues Sandra Llabrés y Joana Pol ya tuvieron un primer encuentro con él, pero sólo los habitantes de las Baleares pudimos escuchar el programa en aquella ocasión, pues la conexión vía internet fue imposible. Como podréis ver, el programa dio mucho de sí y valió la pena. No os perdáis la lectura de la sinopsis de Libro del Retorno, la tercera entrega de Crónicas de la Atlántida de Armando Cubas Morales, en primicia para IB3-Radio y sus oyentes.



Lemas
«Vivir la vida es llevar a cabo el trabajo para el que uno ha nacido» (Albert Camus)

«En los tiempos sombríos,
¿se cantará también?
También se cantará
sobre los tiempos sombríos» (Bertolt Brecht)



Semblanza del último año


Hace unos días, me telefoneó mi amiga Joana Pol. Por si alguno de Uds. lo ignorara, las historias que Joana escribe sobre el país de las hadas no son novelas ni cuentos, sino reportajes.
—Pronto va a hacer un año desde que realizamos el Racó Literari sobre ti, y nos gustaría saber cómo te está yendo. ¿Qué te parece si, para abril o mayo…?
Eso, a bocajarro. Y yo escuché tras mi cogote el pitido de la Moira señalando el fin del recreo.
Joana, por supuesto, sabía que, en el último año, apenas si he escrito. Con el ofrecimiento, no pretendía sino inducirme a que me sacudiera la modorra. Si conocen Uds. a alguien más deseoso que ella de echar una mano, juéguense a la ruleta sin miedo el plazo de la hipoteca, pues, con la suerte que tienen, el envite va a hacerles multimillonarios. En esa disposición a ayudar y en su voluntad de justificar y disimular cualquier yerro ajeno, es en donde más patente se hace que Joana Pol es un hada. Y no un hada cualquiera: un hada la mar de estilosa.
El cante de lo que yo estaba pasando, seguro que se lo había dado Deinqaal, el duende que camina dentro de las zapatillas de Eloy Alonso. ¡Sí, ése cuyas facciones, superpuestas a las de mi amigo y colega, replican casi exactamente, a la distancia de un semáforo, las de Cervantes de joven! Poco antes de la llamada telefónica, Eloy–Deinqaal había venido a proponerme una razzia en el corral del las Musas, y yo le había respondido que no, que tenía que poner la lavadora, pues, a la tarde siguiente, debía coger otra vez el avión. Quienes de Uds. lo tengan de jefe de calderas, saben que los pinchazos de su tridente —ese híbrido variopinto como una paleta y melifluo al estilo de una nota de violín— suelen ser livianos. De ahí que su ataque, principalmente, me sorprendiera, aunque, claro, también me dolió: Deinqaal no deja de ser un demonio.
No es que le hubiese importado que mintiera. Si Joana Pol es un hada con estilo, Eloy Alonso es un diablo–artista. Pregúntenle qué prefiere, si la verdad o una mentira estética, y les replicará que qué han bebido. Fue uno de su estirpe quien dijo aquello de «La verdad os hará libres y, justo por eso, inmensamente desgraciados». No, no. Había sido la roma originalidad del embuste lo que le había hecho montar en cólera.
—¿Que no tienes ganas? —No preguntaba: rugía, ensartaba—. Y ¿quién te ha dicho a ti que se escribe por ganas? Por ganas, uno va al cine, se emborracha o hace el amor. Pero ¿escribir…? ¿Es–cri–bir…? Se escribe porque no hay más remedio; porque es el trabajo que se ha venido a hacer a este mundo.
“Porque es la condena que toca cumplir en este infierno”, pensé espetarle. Pero, dado que Deinqaal es un obvio morador de infiernos, mi acotación en nada hubiese variado su aserto. Probé, entonces, a defenderme con la verdad:
—¡Si es que no se me ocurre nada!
Inútilmente. Él, encogiéndose con ferocidad de hombros:
—Ni se te ocurrirá, a menos que te pongas a ello. Como bien sabes, por otra parte: tú no crees en la inspiración, y yo, ni te cuento.
Atento únicamente a salvar la cara, traté de defenderme ahondando en la misma dirección. Era inútil buscar otra más exitosa.
—¡Vivo veinte de cada treinta días en la ciudad que debió de inspirar a Michael Ende la descripción de la nada! ¡Un lugar en el que es tan raro que amanezca que, cuando sucede, acapara las portadas de los telediarios, y los periódicos tiran ediciones especiales! Y ¿ lo que llueve…? Si hubiera sido verdad que Océano se desfonda sobre el abismo en alguna parte del mundo, el sumidero estaría ahí. ¿Te concentrarías tú de morar en un sumidero?
Pero Deinqaal, implacable:
—En Flandes se puso el sol hace ya muchos siglos, así que no vengas ahora haciéndote de nuevas. Lo que sucede realmente es que te has hecho muy comodón. En tus buenos tiempos, te bastaba una servilleta de papel para escamotearte de trece sujetos, por aburridos, terriblemente aburridores. Recupera algo de aquello, y punto.
¡Y punto! ¡Claro! Y punto. «Vivir la vida es llevar a cabo el trabajo para el que uno ha nacido». Sí, sí; ya, ya… Suspiré en silencio, preparado para rendirme.
—Llevas toda la vida queriendo ser escritor. ¿Qué te pasa ahora?
Era demasiado. En un rapto de insania, aún parecía que quisiera machacarme. Le salté al cuello:
—¡Llevo toda la vida obligado a ser escritor, que no es lo mismo! Si me hubiera sido dable elegir, yo hubiese preferido ser músico.

Manifiesto

Joana, el hada de los premios Nobel futuros, me ha anunciado su visita. Cercana la hora, me siento tras el escritorio, procurando —y fracasando en— adoptar un aire relajado. Cuando ya sólo faltan unos segundos, caigo en la cuenta de que, mejor, hubiese ocupado el sillón de orejas que tengo en el sitio de respeto, en vez de en este pupitre, como un examinando. Lamentablemente, el hada Joana, materializándose con puntualidad de diario hablado, me impide rectificar. Hay mucha verdad en eso de que «el español piensa bien, pero tarde».
Yo había esperado una irrupción más aparatosa, con chispazos, estrellitas y sonar de clarines. Pero todo se reduce a que, entre dos latidos, paso de estar solo a hallarme en su presencia. Sin ningún motivo en realidad, me la había representado con la misma nariz ática, frente espaciosa, ojos de lechuza y peplo columnario de la Pallas Atenea que tengo sobre la chimenea. Pero esos pómulos altos, cuello bajo y labios triangulares pertenecen más bien a Afrodita. “¡Mal empezamos!”, suspiro. Afrodita y yo nunca hemos congeniado. Y, después de El Secreto del Fuego, Uds. me dirán.
—Tienes alborotado el cotarro con tus declaraciones al Racó. Si de verdad no te gusta escribir, ¿cómo te atreves a poner en el mercado tamaños mamotretos?
Semejante escopetazo, a título de saludo. Con una uña gatuna, ha extraído de su lugar mi propio volumen de El Secreto del Fuego, ubicado, para mayor suerte —suya— junto al sillón en que acaba de asentar sus reales, sin —por supuesto— aguardar invitación. Yo parpadeo repetidamente, tratando de no sentirme como uno de los escólicos de Dan Simmons frente a su Musa, al tiempo que de travestir mi alarma de impavidez, una vez puesto de relieve que la visita no es de cortesía, sino para echarme la bronca.
—No exageres. —Más que apelar, estoy suplicando—. Después de que el Racó me pidiera una semblanza del último año, yo sólo podía, o explicarles mi momento tal cual es, o endilgarles un cuento baboso. Presuponiendo que te agrada la sinceridad, lo único que dije fue que considero de importancia menor el hecho de que me guste escribir; que el ámbito en que se resuelve la vocación de un escritor no es el de las aficiones, sino el de las necesidades o, acaso mejor, el de las fatalidades. Yo me he propuesto no escribir más varias veces en el curso de mi vida: las mismas en que, de todas formas, he vuelto a hallarme escribiendo.
Pese a toda mi reverencia, no les oculto que uno de sus perdigones sí me está escociendo. Mamotreto —vulgo tocho, plasta o peñazo— es término de uso entre los incapaces de concentrarse sobre un escrito durante más de un cuarto de hora. Muchos de ellos, analfabetos funcionales vergonzantes, tratan de hundir los libros sin santos por la práctica imposibilidad en que se encuentran de leerlos. ¿Cómo, a un auténtico lector, va a desagradarle un libro largo por el mero hecho de ser largo? ¿Pueden Uds. imaginarse a un alpinista llamando mamotreto al Everest, o a un Marco Polo haciendo ascos a ir al espacio o a dar la vuelta al mundo?
Ya estoy resignado a toparme con analfabetos funcionales entre los editores y críticos, pero me alarmaría saber que, entre las hadas, también existen.
—Respecto a “cómo me atrevo a poner en el mercado semejantes mamotretos” —me lanzo, apuntándola, admonitorio, con la nariz—, la respuesta se me hace aún más clara: cada argumento requiere un desarrollo más o menos extenso, sin que ello se corresponda necesariamente con una mayor o menor hondura o intensidad. Yo, por mi talante —memoria visual, detallismo, manía organizativa, obsesión por el método—, me inclino por las historias extensas. O, si lo quieres de otra forma, necesito muchas páginas para dar pasto a todas mis neurosis. Pero una virtud que siempre he perseguido como escritor es tratar los temas en su justa medida: que no falte una coma, pero tampoco que sobre. Me desagradan tanto como a cualquier otro las historias infladas, los mamotretos —aquí, sí— logrados a base de repetir la misma idea setenta veces.
»Y, por si alguna vez te ha picado la curiosidad, ahí tienes también la razón de que no escriba cuentos: no me salen; no sé hacerlos.
No puedo jurárselo —comprenderán Uds. que el lenguaje corporal de las hadas no sea lo mío—, mas creo que mi réplica le ha gustado. Aunque, de momento, bajo su sonrisa de flor carnívora, sigo teniendo como clavos los pelos de la nuca. Al menos, ha devuelto El Secreto del Fuego a su alineación entre el René de Chateaubriand y Libro de Ys.
—¿No vas a ser tú un premio Nobel muy quejica? Te has recorrido media Internet jactándote de lo bien que se están vendiendo tus libros, de las estupendas tertulias en que has intervenido, de las amistades que has hecho entre quienes te han escrito interesándose por tu obra… —Fingiendo que ha recalado por casualidad, mira el retrato de Héctor que tengo sobre el escritorio, contrabalanceando la fotografía en grupo que me dedicaron de Homero, Shakespeare y las nueve musas la última vez que los visité en el monte Parnaso—. Amistades entre las que se encuentra, si no estoy equivocada, este bocadito de nata. —Recobrando el tono admonitorio—: Has colocado cuatro veces más ejemplares de los que te atrevías a soñar en tus contados días optimistas, tienes ya un nombre lo bastante sonoro como para haber empezado a molestar a los envidiosos y te has llevado por la cara un príncipe troyano que, no bien lo mira una, se le hacen carreras en las medias. ¡Oye, guapo…! ¿Tú sabes cuántos de los que vengo de visitar matarían por uno solo de esos logros?
Ya me voy relajando, y sus elogios a Héctor licúan en mis oídos la estudiada impertinencia de su tono. De mi pareja, lo que aquí importa no es que esté “de hacer carreras en las medias”, ni tampoco, en puridad, que sea talentoso, trabajador y amable; importa que, sin su intervención, me habría equivocado mucho a la hora de pintar el talante y fijar el destino de mis Reyes. Pero, esa historia, ya se la contaré a Uds. otro día.
—Vayamos por partes. —Echo para atrás la silla, que para algo tiene ruedas, y me cruzo de piernas, postura ésta que únicamente eludo cuando he de testificar en un juicio. Pensaba otorgar a las hadas la misma deferencia que a los jueces, pero demasiado bien sabe ésta ya que me tiene comido el terreno—. Vayamos por partes —repito—. Primero, es verdad que nunca estoy satisfecho conmigo mismo. Que, ante un logro, la respuesta automática de mi entraña es representarme el inmediatamente superior. Encontrada editorial para mis libros, me asaltó el temor a que no se vendiera ni un volumen. Cuando bastó la liquidación de solo un semestre para que Héctor y yo pudiéramos tomarnos unas suculentas vacaciones —en lo que queda de la Atlántida histórica, por cierto—, se me ocurrió pensar que, con lo que le habrían liquidado a ella, a J.K. Rowling le hubiera sobrado para comprarse media Grecia. El día que pueda yo hacer lo propio con la otra media, viviré en el temor de haberme vuelto superficial, de haber ampliado mi público en detrimento de la calidad. Y redactaré mi discurso de ingreso en la Academia entre rezongos por la falta de tiempo, con tanto lauro y homenaje, para escribir lo que quiero.
»Déjame a mí las lamentaciones por lo esquinada que está la felicidad respecto a semejante manera de ser, y quédate tú con la conciencia de que, peor que esquinadas, autocomplacencia y literatura son antagónicas. Mi primera editora me preguntó cierta vez si yo disfrutaba escribiendo. Ingenuamente, le contesté que suponía que sí, pero que no me preguntase cuándo. Ahora le respondería que, sea cual sea la respuesta, la cuestión carece de importancia. Que escribo porque ése el trabajo que me corresponde hacer en esta vida. Y que, si trato por todos los medios de que me salga bien, es menos por placer que por orgullo; porque debemos sacar lo mejor de nosotros mismos en todo cuanto emprendamos, y lo mismo en los asuntos que nos complacen como en los que no.
»Respecto a la segunda cuestión —el relativo éxito de El Secreto del Fuego—, justo por ser verdad lo que dices, ¿cómo no habría de causarme ansiedad el haberme tenido que apear de una trayectoria tan recta? Dentro de todo libro, zigzaguean dos hechos: el creativo, que afecta a la individualidad del autor, y el de lenguaje, que, en tanto que acto de comunicación, está abierto a terceros. Pues bien, de momento, yo, las recompensas, en esto de la literatura, las he encontrado exclusivamente en el segundo, en el ámbito de relación. Y resulta que, del verano acá, me ha surgido frente a él una verdadera muralla china. Como sabes, yo no me gano la vida escribiendo ficción. Y, si hasta mayo o junio de 2006, me bastaban nueve o diez horas para llenar mi nevera y la de mi gato, a partir del verano, ha empezado a exigírseme el día entero.
»A mi escandalosa primera revelación —la de que escribir es una actividad obligatoria—, súmale ahora la de que casi nunca resulta agradable ni, por supuesto, agradecida. Yo nada sé de raudales de inspiración, ni de fusiones místicas con las musas. De lo que sí te puedo hablar hasta dormirte es de noches crispadas tratando de volcar ideas engañosamente sencillas en estructuras verbales sin monstruosidades sintácticas; y de parlamentos necesariamente arcaizantes para los que no puedo encontrar otro cierre plausible que un barbarismo tecnológico; y de personajes absentistas, y de locuciones hermosas cuando escritas y pleonásticas cuando leídas, y de situaciones que, pretendiendo dar miedo, en realidad dan risa, y de rugientes selvas que, miradas de cerca, se revelan más artificiales que un ramo de novia… En resumen, de sesiones y sesiones de agobio cuyo único resultado perceptible es una papelera hasta arriba.
»Y, para llevar a cabo una tarea tan penosa, un trabajo cuyo provecho no parece ser otro que poner de relieve mi mediocridad, ¿no habría de exigir, al menos, un cierto equipo? ¿Mi casa, mi escritorio, mi silencio, mis zapatillas, mis diccionarios, mi —sobre todo— bendito y mediterráneo sol…? Pues bien, resulta que hasta con eso ha arreado mi prosaica determinación del priorizar el pago de mis facturas. Antaño, era capaz de escribir sobre mis piernas cruzadas, sorteando la boicoteadora curiosidad de trece aburridísimos sorches. Pero, entonces, era más joven y, sobre todo, pensaba que, merced a la literatura, podría eludir al Hado, no que iría a arrojarme en sus brazos. Ahora, tras veinticuatro horas de noche ininterrumpida peleando a navaja por lo obvio, sólo me quedan ganas para meterme en la cama y tratar de dormirme, por ver si, a la mañana siguiente, como novedad, amanece. Ya no puedo participar en tertulias, ni hacerme homenajear por los envidiosos, ni gastar el raudal de afecto que me han deparado mis libros, ni beneficiarme de la inteligencia, sensibilidad y cultura de mis nuevos amigos. En el fondo del retrete en que ahora vivo, no hay recompensa que valga. Si tanto necesita el Hado mi literatura, podría haber dejado, al menos, que me quedara en casa.
»¿Que, siendo mi opción de priorizar el pago de mis facturas congruente y sensata, como propia de la persona adulta y sabedora de sus obligaciones que soy, resulta inconcebible que me genere conflictos? Pues no, no es inconcebible, y sí, sí que me genera conflictos. Yo comparo el sentimiento humano con una orquesta cuyos músicos se odian entre sí, y a cuyo frente hay un director desprestigiado y débil. Y que, cuando somos incapaces de mantener el guirigay dentro de nuestras cabezas, es cuando los demás dicen que nos hemos vuelto locos.
»Aunque, teóricamente, no debería de haber objeción a que suspendiera mi carrera literaria hasta tanto las circunstancias volvieran a ser propicias, los genes sobre los que está grabada mi necesidad de escribir nada saben de oportunidades, ni de prioridades, ni de momentos. Ellos reclaman lo suyo. Y, llevándose de miedo con las encimas, las hormonas o lo que sea que maneje mi aversión por las cosas pendientes, no veas cómo fastidian: parecido a cuando, en una comida de restaurante, se introduce un resto de comida entre dos muelas, y el universo entero parece estar conspirando para impedirle a uno llegar hasta su hilo dental.
Hecho a intercambiar monólogos en vez de a conversar y a locuciones entrecortadas de, como máximo, cinco palabras, esta larga parrafada me sienta de maravilla. He aquí la prueba, por si aún hacía falta, de que, si no es un hada buena la que tengo sentada en mi sillón, sí es, al menos, una que sabe escuchar.
Mas, ahora, ha llegado su turno.
—En dos palabras: que te gusta escribir casi tanto como comer con las manos. —Y, atajando mi protesta con un ademán—: ¡De acuerdo, de acuerdo! Usaré las altisonantes palabrejas tan de tu gusto. Que amas la literatura más que nada; que, como amante fervoroso, te desconcierta descubrir imperfecciones en el objeto de tu amor, que te impacientas cuando no puedes permanecer en su compañía y que sufres lo indecible cuando os enfrascáis en cualquier peleílla.
Yo pongo cara de haber sido descubierto; primero, porque se trata del hada de los premios Nobel futuros y, segundo, porque, al fin y al cabo, eso es lo que todo el mundo dice.
—Nadia me ha dicho que tienes Libro del Retorno prácticamente acabado, e incluso adelantados algunos capítulos de Libro del Reino. —Vuelve a silenciarme cuando trato de protestar, ahora, con un gesto abiertamente imperioso—. Tener visualizados los principales parajes, saber quiénes los pueblan y para qué, conocer el mapa del argumento y haberse adentrado en la fijación de los detalles al extremo de saber ya cómo va a ir vestida la protagonista en el último capítulo, a eso lo llamo yo tener un libro prácticamente acabado. Lo que resta es un par de meses dándole al folio. ¡Menos, de no ser por tu manía de escribirlo todo primero a bolígrafo! Si te crea dificultades tu otro trabajo, deberías hablar con tu editor.
Yo sonrío sin decir nada, tratando de conjurar la imagen del susodicho precipitándose sobre la calculadora tan pronto como hubo sabido que Libro del Retorno iba a tener también más de doscientas páginas. Ella sabe perfectamente lo que estoy pensando, pero hace como que no.
—¿Has seguido con Libro del Retorno la misma tónica que con Libro de Ys y El Secreto del Fuego? ¿Obras independientes, apenas si ambientadas en un universo común?
Asiento con la cabeza.
—Aunque se hacen, proporcionalmente, muchas más referencias a los argumentos de los primeros títulos que en El Secreto del Fuego respecto a Libro de Ys, como la protagonista no cree que los acontecimientos sucedieran según se narra ahí, alusiones conforman una historia completamente nueva. El Secreto del Fuego y Libro del Retorno tienen en común, asimismo, los personajes de Idamante y Areteo, pero esos trescientos años como atlantes los han cambiado tanto que mis lectores no van a reconocerlos.
—¡Es todo tan rebuscado…! —exclama ella, elogiosamente. Y se pone en pie para marcharse. Aunque, verdaderamente, no entiendo por qué: ni ha necesitado la puerta para entrar, ni creo que vaya a buscarla ahora para salir.
—¿Puedo hacerte yo una pregunta? —me arriesgo, vengativo. Mi visitante dice que sí.
—¡Pero que sea facilita! —demanda.
—Me has hecho exactamente tres preguntas. ¿Por qué? ¿Por alguna razón mágica concreta, ligada al poder del número tres?
El hada Joana arruga la nariz.
—¡Qué razón mágica ni qué…! Con lo que te enrollas, ¿crees que puedo alargar más la entrevista? ¿Que voy concederte la pregunta número cuatro? ¡No tengo todo el día!
¡Vaya chasco! El suyo, claro.
Había creído que iba a preguntarle en qué año recibiré el premio Nobel. Y, cuando lo hubiera hecho, tenía previsto volatilizarse desdeñosamente y dejarme con tres palmos de narices, socapa de que la pregunta no era facilita.
¡No es nadie el personal mágico dándose pisto! ¡Como si no supiera yo de tiempo que recibiré el premio Nobel el año siguiente a que se lo den a mi amiga Joana Pol!

Obras
Libro del Retorno (tercero de las Crónicas de Atlántida)
Sinopsis argumental ofrecida como primicia a los oyentes del Racó Literari.

Poseidonia ha sido destruida por un maremoto, y el entramado de alianzas y confederaciones de que, hasta entonces, se había compuesto Ys, se está desmoronando. Sin apenas hallar resistencia, el ejército khemita ha ido ocupando los desperdigados trozos del Reino sin Rey. Pues los despavoridos ysiotas creen que han sido los brujos–sacerdotes que gobiernan tras los faraones de Khem, y no los dioses, los causantes del maremoto que ha arruinado su capital. Los brujos–sacerdotes de Heliópolis, a quienes todos creen ahora dueños de un arma espantosa: las sesenta y seis pirámides erigidas a lo largo del Nilo, un látigo con el que azotar a la tierra hasta hacerla retorcerse de dolor.
Idamante, Regente de Atlántida, ha ordenado regresar a Areteo, su brazo derecho, sin haberle dado tiempo a concluir el trabajo que le encomendó en una realidad diferente. Necesita que lleve a cabo una misión en su propio Cosmos. Como primera medida, le tranquiliza respecto a la dimensión del poder khemita. El caos que parece reinar por doquier es meramente superficial: en el Reino gobernado por el último descendiente de Prometeo, se han puesto ya en marcha rigurosos planes para reconducir la situación. El Hado tiene previstas todas las contingencias, y los atlantes son, en el presente Cosmos, los autores de su voluntad, aunque, también, su único posible adversario.
Lejos de haber servido para que Heliópolis arruine Poseidonia, expone Idamante, las pirámides representan un fracaso tan abrumador que, contrariando las actuales apariencias, pronto conllevará también la destrucción de la Señoría de la Túnica Violeta y del propio Reino de los dos Países. El auténtico propósito de los brujos al construir aquellas montañas impías había sido burlar la ley que ordena la renovación de la vida a través de la muerte, desviando hacia cuerpos artificiales las linfas vivas destiladas en el vientre de Océano y la cabellera de los astros, con el fin de que sus almas dispusieran de un asidero en esta tierra una vez decretado el fin de sus existencias. Mas, por una vez, concluye el Regente, el castigo va a estar en consonancia con el crimen. El trabajo ha vaciado los tesoros de Khem y de la propia Heliópolis, y el fracaso, minado peligrosamente la cohesión de la Orden, al haber carcomido la fe de los inferiores en los Altísimos y de todos los brujos en sí mismos. Para colmo de males, los trozos de Ys engullidos al socaire de las circunstancias pronto van a indigestárseles. El pánico remitirá pronto y, cuando empiece la insurgencia, el ejército khemita se verá desbordado en todos los frentes.
Tanto Ys como Khem y Heliópolis son instrumentos del Destino cuya utilidad ha llegado a su fin, continúa explicando Idamante a Areteo. La nueva edad presenciará el cumplimiento de la antañona promesa formulada por el dios Poseidón a la maga Clito, relativa a que, algún día, la progenie de ambos volvería a morar en su patria ancestral, una gran isla situada frente a las Columnas de Heracles. Mas, para ello, primero habrá que unificar en un solo pueblo las tres ramas de la estirpe Poseidonia. Dos se encuentran esclavizadas por un brujo de poca monta, realizando unas misteriosas excavaciones. Para liberarlas, menester será que recobre su liderazgo la última heredera de las dinastas ysiotas, desprestigiada y repudiada tras haber conducido a los suyos a la servidumbre, a más de tenida por loca, puesto que pretende ser capaz de hablar con los animales.
Areteo parte en el acto, dejando al Regente pesaroso y avergonzado. Detesta haber engañado a su amigo y, sin parar mientes en la contradicción, ora se dice que era irremediable hacerlo, ora, que sólo ha dejado para más adelante revelarle cierta parte de los hechos.
La parte relativa a que el fracaso de los brujos‑sacerdotes de Heliópolis en lograr la resurrección en absoluto presupone la inutilidad del conjunto piramidal: un poder inmenso alteró voluntad y saber en la propia cabeza de los arquitectos y maestros de obras para que, mediante sutiles cambios en el diseño y la ejecución, ese artilugio de la más abominable hechicería pueda manifestarse, llegada la hora, como instrumento de curación.
Aunque se trata de un poder ajeno a la magia de Atlántida, su Regente sabe muy bien de qué se trata: en seguida reconoció el magisterio del Rey que todos esperan. El Rey descendiente de Prometeo y de Zeus, de titanes y dioses, capaz de conjurar para siempre la guerra y devolver el Cosmos a la Edad de Oro.
El Rey cuya manifestación pondrá fin a su Regencia.
Lectura
En el anterior Racó Literari dedicado a Armando Cubas Morales, ofrecimos el pasaje de Libro de Ys en que se describe el sueño mediante el cual Lira conoce el mejor emplazamiento para la ciudad que pretende crear y se le revela, al tiempo, su futura grandeza. Esta noche, vamos a mostrarles unas estampas de la Poseidonia que, a punto de cumplir trescientos años, se encuentra ya en el cenit de su belleza y gloria.
El texto, transcrito por el cronista autor de Libro del Retorno, pertenece a una carta remitida desde la capital ysiota por Pelias de Correncia a su esposa. Pelias y su hijo Héctor han viajado a Poseidonia so pretexto de los negocios, aunque, en realidad, para empaparse del Reino al que, incluso con un poco de mala conciencia, sienten como su verdadera patria. Padre e hijo son un claro ejemplo del tipo humano que ha llevado tan lejos las fronteras de Ys sin necesidad de recurrir ni a ejércitos ni a escuadras. Ello, aun a despecho de que, a veces, les invada la oscura aprensión de que su auténtico papel dentro de las ciudades en que habitan es el poco airoso de títeres.

«(…) ¡Ojalá también hoy hubiéramos estado juntos, como la primera vez que contemplé la Basileia desde esa misma posición! Entonces, aún llevabas a Héctor en el seno y, de la estatua de Hermes Aggelos, apenas si se había emprendido el acondicionamiento como pedestal del islote sobre el que ahora se yergue. Contra los pasmados gestos que, esta mañana, nos han rodeado, recordarás que, aquella vez, cuando la nave pasó junto al pedrusco, se escucharon numerosas exclamaciones desaprobadoras. Dejándonos a nosotros, pobres metecos, en medio, a diestro y siniestro, grupos antagónicos empezaron a discutir. Y tú, que entonces aún no dominabas el dialecto ysiota, creíste que era nuestra presencia junto a la borda el motivo de la arremetida. ¡Qué sonrisa me ha arrancado esta mañana el recuerdo de los ojos turbados y la nariz tensa con que tratabas de interpretar aquella marejada de aspavientos!
»También hoy han rodeado muchas caras a Héctor, pero sin otra intención que cantarle de la estatua una gloria aún no dicha: que si toda ella es de bronce, a excepción del caduceo, fundido por Alalkomeneus en la fragua del auricalco para que, refulgiendo en la oscuridad, señale a los barcos la embocadura del Amara; que si en auricalco también está reproducida la trama de huesos y músculos que sustenta la mole, tal cual la de un cuerpo humano; que si, para tratar los metales y ensamblar las piezas, se pronunciaron ensalmos y aplicaron principios de alta magia inactivos desde hacía milenios; que si, el día de Hermes Aggelos, la dinasta y el epístato del templo no utilizan la escalera interior para llegar hasta la cámara existente en la cabeza, sino que levitan por los conductos que hacen las veces de vasos sanguíneos, no se sabe si mediante conjuros o empleando algún utensilio mecánico; que las alas de las sandalias contienen, ellas solas, más bronce que el Apolo Délfico, la segunda estatua mayor de la ecúmene, y el caduceo, más auricalco que todas las restantes esculturas sumadas, dentro y fuera de Poseidonia… ¡Y, por supuesto, que, para modelo, Alalkomeneus tomó al propio Hermes! Pero, esa historia, ya te la contaré despacio más abajo, que bien lo merece.
(…)
»Por bien que lo disimulen los jardines plantados en la cornisa Paheax, el anillo exterior es un dique de basalto y auricalco, el elemento principal del sistema hidráulico al cual Poseidonia debe no sólo su original belleza, sino también su prosperidad; un paredón únicamente rebajado para hacer sitio a algunos embarcaderos particulares, a muelles de mercaderes o de la flota… y a la plaza Emporia. Por tanto, a la Basileia, los extranjeros sólo podemos llegar por tres caminos: desde Bóreas, desembarcando en el puerto; desde Euro, recorriendo la Megarabdos y, desde Noto, atravesando la compuerta Pulon y navegando por el canal Amara. Pues bien, a la sombra de las Stoás y del templo de Poseidón, hasta el mayor trirreme cabe entero mientras realiza las maniobras de atraque. Quien se adentre por la Barra Grande, primero, deberá recorrer casi sesenta estadios llevando a su izquierda mil naves desdeñosas de los bancos de arena, los escollos y los traidores bajíos puestos ahí por Océano, y dejando a su derecha, los soportales y balconadas crecidos entre parterres desde donde los poseidonios enseñan a sus hijos a burlarse de las tormentas; luego, tendrá que hacer la cola del pontazgo sabiéndose en el entrecejo del Éber de nueve codos que vigila para que nadie se cuele desde la jamba central de la Puerta de Tierra, sin que le valga otra cosa para combatir la espera —y el desasosiego— que mirar los ciento cincuenta pies de friso que, sobre las tres arcadas, representan la asamblea de dioses en que Hermes se reconcilió con Apolo mediante la dación de la lira. ¡Vamos, en que el Señor de Heliópolis, reconociendo su derrota a manos de la primera dinasta, se dejó consolar con un juguete! ¿Es de extrañar que, cuando por fin se nos franquea el paso —únicamente, para encontrarnos, un poco más allá, con los esplendores del ágora vieja—, aunque los arcos de la Gethura miden casi diez codos, los recién llegados pasemos por debajo con la cabeza gacha, como si estuviéramos traspasando los umbrales de un templo?
»Antes del gran Hermes y la plaza Emporia, el acceso desde Noto no se hallaba, en comparación, tan gloriosamente adornado. Aun así, recordarás cuán admirados nos quedamos con la vista del Diagogion flanqueando el primer plectro del gran canal y, allá en lo alto, cara al Océano, el templo de Hermes, emergiendo entre los árboles y flores traídos de toda Gea para rivalizar con el mármol columnario en esbeltez y colorido. ¡Pobres de nosotros! ¡Residentes en un villorrio reiteradamente víctima de su riacho, incluso nos pareció digno de gratitud que los jinetes de Océano se hubieran tomado tantas molestias para impresionarnos!
»Y ahora, sin duda, me preguntarás: “¿Es cierto cuanto se dice? ¿De veras han mejorado los ysiotas la comúnmente aclamada como insuperable maravilla del ágora vieja? ¿La vista del gran Hermes, realmente causa una impresión tan honda?”.
»Y yo te responderé: “Espérate a verlo. Para elogiar adecuadamente a Alalkomeneus, se requiere ser un orador tan grande como arquitecto y escultor fue él. Lo único que te puedo decir es que sentiré estarte recatando algo esencial de mi amor hasta no haber repetido contigo el descubrimiento sobre las aguas de ese noble dios que se encamina hacia su ciudad presto a colmarla de venturas”.
(…)
»Una ciudad que se autoimpone la obligación de ser bella. ¿Quién, fuera de Ys, puede concebir tal cosa? ¿Y una ley que define a sus gobernantes como los administradores frente a la desgracia de la solidaridad común? ¡Sólo con oír la frase, se sienten escalofríos! No seré un patriota ejemplar, pero sí un padre sensato, lamentándome por no haber llegado hasta aquí al encuentro de mi familia, sino habiéndola dejado atrás, en nuestra pobre, anticuada y fratricida Correncia. La vida que yo soñaba para vosotros, hubiera tenido que dárosla aquí, en una de esas casitas multicolores cuyas puertas sus moradores nunca cierran, edificada a la sombra de un grandioso jardín colgante y junto a un canal cuyas aguas la propia marea se encarga de limpiar. Héctor iría a la escuela de la cornisa acompañado por sus amigos, los hijos de nuestros vecinos, no por pedagogos armados, y su pecho enfermo no tendría que lidiar, mientras atiende a las lecciones, con el miasma de cien orinales vaciados al exterior cada mañana, sino que respiraría un aire oloroso a Océano y a los árboles y flores traídos de toda Gea. Y tú y yo, lo único que aprestaríamos bajo el mostrador, antes de abrir nuestro establecimiento, sería el ábaco y la caja de las monedas, no garrotes y puñales por si entran a robarnos. O ¿crees que somos ya muy viejos para acostumbrarnos a vivir así?
(…)
»¿De veras la ley divina impone el amor incondicional a la propia polis? ¿Incluso a quienes llevamos el gentilicio colgado del cuello como una soga de ahorcado? ¿A quiénes, ya en la cuna, empezamos a pagar con sangre y miseria la deuda de pereza, locura, corrupción o necedad que nos han dejado por toda herencia nuestros mayores? Sea buena o mala, ¿de verdad les deben siempre amor los hijos a sus madres? Si aman a la mala, ¿con qué recompensarán a la buena?
»Aun habiendo nacido lejos de Poseidonia, tú sabes cómo la amo. Por esto sólo: desde nuestro arribo, Héctor no se ha quejado o tosido ni una vez; reído, muchas.
(…)
»Para Héctor, todo lo anterior hubiera sido farfolla: sólo quiere hablar y que se hable del gran Hermes. Durante la cena, no se ha quedado tranquilo hasta que nuestros anfitriones le han corroborado todas las historias oídas en el barco esta mañana, y aun añadido otras de su cosecha. Por fortuna, cuando se trata de Apoplanias, la paciencia de Pandáreo y Kymopoleia tampoco parece tener límite.
»“Creeréis que viene con sus sandalias alígeras rozando las olas, y que va a subir desde la plaza Emporia por la escalinata Anabathnos para reunirse con vosotros en el peristilo del templo”. Así ha descrito nuestra anfitriona, para deleite de Héctor, la emoción que despierta, contemplada desde la cornisa Paheax, ese chicarrón de cien codos plantado por Alalkomeneus en medio de Océano. ¡Hubieras tenido que ver a nuestro hijo palmoteando y haciendo votos por que mañana pase rápido! Yo, sin llegar a tanto, he creído a Kymopoleia a pie juntillas, pues sus palabras corroboran mis impresiones hasta el momento. Por si aún no lo he hecho, hora es ya de reconocerlo, esposa: cuanto decían tu hermano Akeso, y Paktolos, y otros que nos han precedido, es cierto. ¡Incluso vistas de cerca, nunca te podrías imaginar a qué punto es vívida la ilusión de que esas carnes metálicas se mueven, y de que se mueven porque están vivas!
»Sigue pendiente la historia de cómo engatusó Alalkomeneus a Hermes para que le sirviese de modelo, y cómo el dios, lejos de irritarse, tanto se complació con el ingenio del artista que otorgó a su creación el aspecto de la vida. Ya conoces mi incredulidad ante ese tipo de explicaciones, por más que aquí, de nuevo, se las considere historia. En el efecto óptico a que he aludido se juntan, por lo que se ve, la magia del auricalco y unas medidas tan precisas que ni durante el flujo o reflujo más radicales llegan a encontrarse bajo el agua los talones del dios, ni a quedar al descubierto el arrecife que los sustenta. Nadie hace un secreto de en qué consiste el “prodigio”, también es verdad; aun así, todos los días, algún forastero desprevenido sufre un ataque de pánico, creyendo que va a hallarse en poco delante del dios. Sólo tras larga observación se convence uno de que el viento no agita esos cabellos, ni los pliegues de ese manto; y de que esos pies como barcazas no van a hollar la plaza Emporia porque, desmintiendo la alucinación de los sentidos, al cabo de un rato, se impone la evidencia de que no se han movido.

domingo, febrero 18, 2007

Alejandro César Álvarez en el Racó Literari de 3 de Nit, con Sandra Llabrés.

Y esta semana fue la maravillosa voz de Javier Roca quien dio vida a la obra del autor Alejandro César Álvarez. Joana Pol no pudo estar presente en la entrevista, pero ahí estaba nuestra maravillosa Sandra Llabrés, al pie del cañón, y cómo no, Carlos Riera.




Nombre: Alejandro César Alvarez
Nacionalidad: Argentina
Residencia: Buenos Aires, Capital Federal
Edad: 47

OBRA:
Estoy terminando mi primer libro de cuentos llamado "CUENTOS DE LA TORMENTA" donde la constante es ese término. Por ejemplo cuentos cortos que van desde la operación "Tormenta del desierto" hasta "Katrina", pasando por tormentas mentales, políticas, sexuales , económicas, de identidad y otros asuntos.
Será un libro sencillo que caerá del cielo, para leer en tiempos difíciles.

LEMA:

"Mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar ...." (Frase popular)


"LA UNA Y MIL NOCHES"
(Un cuento sobre Bagdad)



Desde las copas de los árboles los pájaros sacuden su vigilia en direcciones contrarias.

En el mar se confunde el canto de sirenas con el grito de las bestias al parir sus desgarros.

Abajo, una pequeña casa sin patios ni jardines va acumulando sus ropas sucias con una sed desesperante.

Rash parece enloquecer ladrando al cielo sin saber qué ocurre, recostándose exhausto a un costado de la cama, jadeante de cansancio.

Entonces, se abrieron los fuegos.

Los hombres gritan y las mujeres lloran. Todo es confusión y terror.

Por un instante ya no hay más cantos, ni sirenas, ni nada. Rompe el estruendo. Los niños abrazan los vientres exclamando: "Mamá!"

Es ahora cuando las mujeres gritan y son los hombres los que lloran. La naturaleza parece añorar su cordura.

Un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera.

Los ojos oscuros y rasgados de una mujer improvisan un cuento en el que los ángeles se enojan y pelean porque alguien se portó mal.

Todas las noches se repiten idénticas. Un desquicio de una y mil noches.

Viejas imágenes en forma de hongos se elevan hacia los infiernos, desde lo más negro e inflamable de los pensamientos humanos.

Por fin y con un gran esfuerzo, amanece.

Nahyra tiene siete años. Sus únicos juguetes son una muñeca hecha de trapo y papel, además de un pequeño castillito de arena junto a la puerta del fondo, al que cuida celosamente porque dice que ahí vive el alma de su papá.

El día transcurre recogiendo los restos de lo que falta. La puerta de la casa se abre y se cierra hasta el cansancio reconociendo y reconociéndose en el rostro desesperado de los vecinos.

Al caer la tarde Nahyra toma su muñeca y comienza a rezar junto a su familia, en tanto Rash observa inquieto todo aquello que se mueva un poco más allá del techo de la casa.

Ya es tarde y los presuntos ángeles nuevamente se enojan. Vuelven las sirenas.

En un instante, la luz lo abarca todo. El brillo sobre la casa se hace cada vez más incandescente y el ruido ensordecedor.

Aquellos ojos rasgados abrazan todo lo que pueden. Nahyra se ciñe a su muñeca como único refugio y la palabra Dios resuena en todos los idiomas. Rash con el rabo escondido busca cobijo en las polleras de su dueña.

El castillo y las arenas vuelan por los aires y con todas las almas. Ya no hay más puertas, ya no hay más fondo, ya no hay atrás. Sólo trapo y papel emanando humo, aferrados por un par de pequeñas manos inocentes.

Entre tanto en otro lugar de la ciudad, un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Allí vive Ahmed, que con sus escasos cinco años, comienza la noche rezando junto a los ojos oscuros y rasgados de su madre.

Muy cerca de él hay una pelota de goma con la que mañana, antes de partir hacia la escuela, anhela jugar por un rato con su gatito.

Aunque interrumpiéndolo todo, el resplandor del amanecer hoy parece haberse anticipado varias horas, más feroz y vertiginoso que nunca, precipitándose definitiva y rabiosamente esta noche sobre su casa.

ALEJANDRO CÉSAR ALVAREZ. -ARGENTINA- alecesar008@yahoo.com.ar


AS MIL E UMA NOITES
(Um conto sobre Bagdá)


Desde as copas das árvores os pássaros sacodem as suas vigílias em direções contrárias.

No mar, se confunde o canto das sereias com o grito das bestas ao parir seus desgarrados.

Abaixo, uma pequena casa sem pátios nem jardins, vai acumulando roupas sujas com uma sede desesperante.

Rash parece enlouquecer latindo ao céu sem saber o que está acontecendo, deitando-se exausto no costado da cama, arquejante de cansaço.

Então, se abriram os fogos.

Homens gritam e as mulheres choram. Tudo é confusão e terror.

Por um instante, já não existem mais cantos, nem sereias, nem nada. Rompe-se o estrondo. Os bebê­s abraçam os ventres exclamando: "Mamãe!"

Agora as mulheres gritam e são os homens que choram. A natureza parece lembrar sua prudência.

Um odor penetrante e irreconhecível atravessa as pequenas janelas de madeira.

Os olhos escuros e rasgados de uma mulher improvisan um conto no qual os anjos enfurecidose brigam porque alguém se comportou mal.

Todas as noites repetem-se idênticas. Uma desordem das mil e uma noites.

Velhas imagens em forma de cogumelos elevam-se em direção aos infernos, desde o mais escuro e inflamável pensamento humano.

Finalmente e com grando esforço, amanhece.

Nahyra tem sete anos. Suas únicas brincadeiras são uma boneca feita de trapos e papel,
além de um pequeno castelo de areia perto da porta do fundo, que ela cuida zelosamente porque diz nele viver a alma do seu pai.

O dia transcorre juntando-se os restos do que falta. A porta da casa, se abre e se fecha até cansar, reconhecendo e reconhecendo-se no rosto desesperado dos vizinhos.

No entardecer, Nahyra agarra a sua boneca e começa a rezar junto com a sua família, enquanto que Rash observa, inquieto, tudo o que se move um pouco além do teto da casa.

Já é tarde e os supostos anjos novamente se irritam. Voltam as sirenes.

Num instante, a luz toma conta de tudo. O brilho sobre as casas torna-se cada vez mais incandescente e o barulho, ensurdecedor.

Aqueles olhos rasgados abraçam tudo o que podem. Nahyra se agarra à sua boneca como um único refúgio e a palavra Deus ressoa em todos os idiomas. Rash com o rabo escondido procura abrigo na saia de sua dona.

O castelo e as areias voam pelo ar e com todas as almas. Já não existem mais portas, já não existe mais fundo, já não existe mais atrás. Apenas trapo e papel emanando fumaça, agarrados por um par de mãos inocentes.

Entretanto, noutro lugar da cidade, um odor penetrante e irreconhecível atravessa pelas pequenas janelas de madeira. Lá vive Ahmed, com seus parcos cinco anos, começa a noite rezando perto dos olhos escuros e rasgados de sua mãe.

Muito próximo dele, descansa uma bola de plástico com a qual a-amanhã, antes de sair para a escola, ele sonha jogar um pouco com o seu gatinho.

Ainda que interronpendo tudo, o luzir do amanhecer hoje parece ter-se antecipado várias horas, mais feroz e vertiginoso do que nunca, precipitando-se, definitiva e enraivadamente, esta noite sobre a sua casa.

ALEJANDRO CESAR ALVAREZ – ARGENTINA – alecesar008@yahoo.com.ar
Traduçäo ao idioma português: Tadany Cargnin Dos Santos, escritor brasileiro.

LA MILLEUNESIMA NOTTE
(un racconto su Bagdad)


Alla vigilia gli uccelli si staccano tutti insieme dai rami più alti degli alberi, volando inquieti in direzioni contrarie.

Nel mare il canto delle sirene si confonde col grido delle bestie che partoriscono con sofferenza le proprie angosce.

Laggiù, in una piccola casa senza cortile né giardino, assetata senza speranza, si vanno accumulando mucchi di panni sporchi.

Rash sembra impazzito, e continua ad abbaiare al cielo senza capire cosa stia accadendo, sdraiandosi infine esausto di fianco al letto, ansimante per la stanchezza.

All'improvviso aprono il fuoco.

Gli uomini gridano e le donne piangono. Tutto è confusione e terrore.

Per un istante non si sentono più né canti, né le sirene, né nient'altro. Arriva un frastuono assordante. I bambini si abbracciano ai ventri esclamando ''Mamma!''

E adesso sono le donne che gridano, mentre gli uomini piangono. La natura sembra avere smarrito il senno.

Un odore penetrante e irriconoscibile entra dalla piccola finestra di legno.
Gli occhi scuri e a mandorla di una donna improvvisano un racconto nel quale gli angeli si adirano e combattono, perchè qualcuno si è comportato male.

E tutte le notti seguenti accade lo stesso. Un delirio da milleunesima notte

Antiche visioni a forma di fungo dal più nero e fiammeggiante dei pensieri umani si protendono verso gli inferni,.

Poi, con immane fatica, si arriva infine a vedere l'alba.

Nahyra ha appena sette anni. I suoi unici giocattoli sono una bambola fatta di carta e stracci e il piccolo castello di sabbia che ha costruito accanto alla porta: lo custodisce gelosamente, perché dice che ci abita l'anima di suo padre.

Il giorno si trascorre raccogliendo i resti di ciò che manca. La porta si apre e si chiude in continuazione, fino allo sfinimento, ogni volta riconoscendo e riconoscendosi nel volto disperato dei vicini.

Al calare del sole, Nahyra prende la sua bambola e comincia a pregare insieme al resto della famiglia, mentre Rash osserva inquieto tutto ciò che si muove intorno alla casa.

È già sera quando i presunti angeli si arrabbiano ancora. Di nuovo le sirene.

In un istante la luce si impadronisce di tutto. I bagliori sopra le case si fanno ogni volta più incandescenti e il rumore è assordante.

Quegli occhi a mandorla abbracciano tutto ciò che possono. Nahyra si stringe alla sua bambola come unico rifugio e la parola Dio torna a risuonare dappertutto, in ogni lingua.
Rash, con la coda nascosta, cerca di coprirsi e nascondersi sotto le gonne della sua padrona.

Il castello e la sabbia volano via nell'aria insieme alle anime di tutti. Non ci sono più porte, non ci sono più muri, e dietro ai muri non c'è più niente. Solo stracci e carte che emanano fumo, afferrati da un paio di piccole mani i.

Intanto in un altro luogo della città un odore penetrante ed irriconoscibile entra dalla piccola finestra di legno. Lì vive Ahmed che ,coi suoi cinque anni scarsi, si prepara alla notte pregando insieme agli occhi scuri e a mandorla di sua madre.

Vicino a lui c'è la palla di gomma con la quale domattina, prima di andare a scuola, vorrebbe potere giocare ancora una volta insieme al suo gattino.

Ma oggi, a quanto sembra, il sorgere dell'alba è arrivato in anticipo di qualche ora, per interrompere tutto: feroce e violento in modo inaudito schianta la notte eterna contro la sua casa.


ALEJANDRO CESAR ALVAREZ –ARGENTINA - alecesar008@yahoo.com.ar
Traduzione e adaptazion al idioma italiano di la verzione in castellano (español): Patrizio Pacioni, scrittore italiano.

Francisco Angulo en Es Racó Literari de 3 de Nit

Juan Gabriel Bauzà le puso voz a la obra de Francisco Angulo, que fue el autor entrevistado en el programa número 40 del Racó Literari de 3 de Nit, con Sandra Llabrés y Joana Pol.



1 LEMA:
No me gustan las historias lineales, por lo que mi novela “LA RELIQUIA” no sigue un orden establecido.

2 BIOGRAFÍA:
Quiero comentaros que soy una persona muy nerviosa y suelo marearme en publico, razón por la cual cada día soy menos sociable.
Francisco Angulo (Madrid, 1976)
Ha estudiado informática, es inventor y un gran entusiasta de los avances tecnológicos, aunque con algunas reservas bien meditadas.
Declara tener una fuerte conciencia por la conservación del medio ambiente lo que le impele a buscar fórmulas que ayuden de un modo práctico a contribuir a la sostenibilidad en el desarrollo de nuestras sociedades. Actualmente ha ideado y patentado diferentes motores ecológicos que espera puedan ser de utilidad para lograr este fin.
En su aspecto artístico, Francisco Angulo es escritor, hace diseño digital y su obra comienza con fuerza mostrando aspectos singulares llenos de una sugestiva vitalidad, humor, intriga e imaginación.

“La reliquia” es mi primera novela que consigue ver la luz aunque llevo escribiendo más de diez años.

He aquí una novela imaginativa, en el ámbito de la ciencia ficción, lo heurístico, lo inusual y, sin duda alguna, lo humorístico, rozando en ocasiones el nonsense y el absurdo al estilo Groucho Marx.
Pero en esta novela, la primera de Francisco Angulo, hay mucho más. Dentro de esa encrucijada que es la trama, empezando con la mirada de Ojos Castaños, en un lenguaje vivo y directo, incluso destartalado en algunas ocasiones y funcionalmente ambiguo, encontramos entrañables personajes como León el Camionero, enamorado del anís Sanblas, Plano, Cagalubias, Ratón, Elías, María o los misteriosos Jardineros... Pero el verdadero misterio llega al final... En el sorprendente relato que nos ofrece Francisco Angulo encontramos la patente de inventos que podrían revolucionar nuestro ámbito social, motivo más que suficientes para abrir estas páginas

Xavier de Tusalle







3 MANIFIESTO:

comentarles a los lectores que en el interior de la novel podemos encontrar algunas de mis patentes, en pro de la sostenibilidad.
Que no sigue una historia lineal, como la mayoría de novelas norte americanas, a las que estamos tan habituados y en las cuales con leer unas cuantas líneas uno ya puede imaginar cual será el final.
LA RELIQUIA es una historia más compleja, escrita para un lector inconformista, dinámico que interactúa hilando la trama, encajando las historias como en un puzzle “ pues a mí tampoco me gusta que me den las cosas masticadas”.

A los directivos de algunas grandes editoriales me gustaría decirles que pasen de vez en cuando por alguna librería, ya que sus estanterías están cada día más vacías de literatura española y más repletas de publicaciones estadounidenses, guías de viaje y libros de cocina.
“Estamos perdiendo generaciones enteras de autores que ven como los cajones de sus casas cada día albergan más manuscritos que nunca llegaran a ver la luz”

Por esta causa hemos creado la asociación de escritores independientes “CIÑE”

4 LECTURA:

“Ojos castaños” pasaba largas horas observándome; no sé lo que vio en mí, pero le encantaba sentarse en la hierba en frente y mirarme detenidamente; lo cierto es que me encantaba contemplarla. Era de altura pequeña, no llegaba al metro y medio, físicamente delgada, tenía una piel morena que solía llevar cubierta con pieles de animales para protegerse del frío; también portaba diferentes adornos en el pelo dependiendo de la época del año: en primavera acostumbraba trenzarse algunas flores y en invierno algunas cintas tintadas de colores; además habituaba ponerse algún adorno colgando del cuello a modo de collar, normalmente alguna tira fina de cuero, y, como joya, alguna concha o figurilla de barro que ella misma modelaba con sus manos. Pertenecía a una tribu que se había establecido cerca de mi posición, en unas cuevas poco profundas, que utilizaban como hogar. “Ojos castaños” tenía una mirada intensa y observaba todo con curiosidad, intentando comprender el mundo que la rodeaba, como si todo formase parte de un mundo mágico; percibía el movimiento en las copas de los árboles provocado por el viento, sostenía sobre su mano insectos con cuidado de no dañarlos, y después de contemplarlos intentando comprender qué eran, los devolvía de nuevo a la tierra. También le encantaba observar los pájaros e imitarlos; acostumbraba divertirse corriendo en círculos a mí alrededor, estirando los brazos y moviéndolos arriba y abajo como si fuese un ave.
En primavera crecía una hierba alta en la pequeña pradera que se encontraba a la izquierda, una pradera de hierba verde y alta, plagada de dientes de león. A “Ojos castaños” le encantaba saltar sobre el verde y con sus saltos se llenaba todo de la simiente de los dientes de león, que eran arrastradas por la suave brisa de primavera. Aquella bella criatura era incansable y podía tirarse horas saltando y jugando a atrapar las semillas que revoloteaban en el viento, cuando ascendían, “Ojos castaños” dejaba de saltar y se quedaba quieta, de pie, con la cara hacia arriba, los ojos cerrados y esperando en silencio. Entonces, algunas empezaban a descender suavemente y caían sobre su cara acariciándola. Me hubiese gustado poder notar aquella sensación, sentir cómo las suaves semillas caían sobre mí como plumas; en algunas ocasiones alguna le entraba en la nariz y la hacían estornudar; eso me parecía muy gracioso, porque “Ojos castaños” se quedaba muy sorprendida, con gesto de preguntarse qué era lo que había ocurrido.
Menos los días de lluvia, venía a verme siempre; era algo que me hacía ilusión y, cuando el día despertaba soleado, la esperaba hasta que la veía aparecer subiendo la pendiente que llegaba hasta mi posición; por lo general, subía tarareando alguna melodía y saltando al caminar.

La llegada de la primavera era una época espectacular: las aves migratorias me sobrevolaban en enormes bandadas; los almendros en flor junto con las bandadas de aves era signo inequívoco de que la primavera estaba apunto de llegar. En primavera todo se llenaba de color y de sonido, los pájaros y las ardillas iniciaban sus rituales de cortejo y todo estaba plagado de vida. “Ojos castaños” observaba siempre con asombro el maravilloso mundo que nos rodeaba; algunos días pasaba la tarde junto a mí y en verano se quedaba hasta el oscurecer; entonces, se tumbaba en la hierba y contemplaba el firmamento; la luz de las estrellas era brillante, y se podían divisar con gran detalle las constelaciones. Se fijaba en las estrellas a través de aquel cielo claro, limpio y cristalino; alzaba la mano y señalaba una estrella, luego la desplazaba señalando otra y sucesivamente hasta formar una figura; era un juego mágico, pues al terminar de hacer la figura esta quedaba iluminada en el firmamento; después se iba apagando suavemente hasta desvanecerse por completo; entonces, dibujaba una nueva figura, y así sucesivamente.

En invierno, a la altura a la que me encontraba, todo se cubría por un manto blanco; era curioso ver cómo la nieve virgen recién caída se llenaba de huellas, de la misma manera que se llena de letras una página en blanco; los animales esperaban en sus madrigueras hasta que dejaba de nevar, y luego salían con prisa, ansiosos por ver aquel magnífico paisaje; todo se cubría de por la gruesa capa blanca, un velo de una blancura perfecta, “Ojos castaños” quedaba muy sorprendida con aquel paisaje; con las primeras nevadas se emocionaba y le encantaba salir a saltar sobre la nieve; otras veces cogía un puñado de nieve en las manos y lo apretaba con fuerza, compactándolo, y luego lo lamía saboreándolo.

“En un principio los hombres inventaron el lenguaje para comunicarse los unos con los otros y, con el tiempo, lo perfeccionaron tanto que las personas dejaron de hablarse por miedo a equivocarse”. Cuando “Ojos castaños” se hizo más mayor, emitía sonidos y hacía gestos intentando comunicarse conmigo. Le encantaba ver cómo crecían las plantas, contemplar cómo, donde antes no había nada, más que tierra, depositando unas semillas poco a poco crecían plantas con hermosas flores y árboles con dulces frutos; así que cada vez dedicó más tiempo a ello, maravillándose de ver crecer aquellos hermosos árboles. sembró diferentes especies y llegó a crear maravillosos jardines, entre los que paseaba con satisfacción contemplando aquel precioso tamiz de la naturaleza. Tuvo una gran familia y enseñó a sus hijos los cuidados que la tierra requerían, los cuidados que las plantas necesitaban y les hizo comprender cómo con tan poco esfuerzo, la naturaleza se lo agradecía ampliamente. Si uno daba de beber a la tierra, ésta le devolvía a uno el favor proporcionándole alimentos.

5 CANCIÓN:

el tema principal de la película “the thin red line”
http://www.youtube.com/watch?v=E44B-IAMtcg

miércoles, febrero 07, 2007

María Jesús González Vázquez entrevistada por Sandra Llabrés y Joana Pol en "Es Racó Literari de 3 de Nit"

La autora de esta semana fue María Jesús González Vázquez, con lo que nuestro pequeño rincón literario viajó hasta Ourense. Para el archivo audiovisual de la lectura de la obra de nuestra escritora, Joana Pol escogió en esta ocasión imágenes de arte americano con las chicas típicas de los posters de los años 50-60: mujeres que hoy en día estarían absolutamente obsoletas, con lo cual Joana le hace un guiño a la autora de Ourense, porque María Jesús retrata precisamente mujeres de hoy. Sandra intervino interpretando a la voz femenina, Carles Riera y David Fleta nos hicieron los honores en las voces masculinas. ¡Que lo disfrutéis!




MARÍA JESÚS GONZÁLEZ VÁZQUEZ autora de PLACERES RECUPERADOS.
Si por lema se entiende lo primero que pone algún diccionario al buscar la palabra, es el tema de un discurso. Tendría, entonces, que decir simplemente:
Las autoras y autores noveles merecen atención: ¡préstasela!
Si el lema es el norte que te guía en la vida y se cuela en tu escritura tengo que limitarme a resaltar unas conocidas y poco originales palabras: SOLIDARIDAD, PAZ, AMOR Y BELLEZA. Pero ¡ojo! No soy Teresa de Calcuta, ni Francisco de Asís, ni Ghandi. Tan solo una ciudadana corriente que escribe y desea proporcionar un buen rato a quien lo busque en la lectura de un libro.


1/Me llamo María Jesús: por ese nombre me conocen como articulista, autora de un libro anterior al que hoy se comenta y como luchadora por la dignidad de todas las mujeres en el mundo asociativo.

En mi familia y lugar de origen, además de lo dicho, me llaman MARISÚ. En casa, SUSI. Me podéis recordar como os guste, pero, sobre todo, podéis leer mi segundo libro: PLACERES RECUPERADOS.

Nací en Ourense avanzada la posguerra, tan avanzada que yo no me enteré de ese hecho hasta que fui mayor. Lo poco que oía mencionarla me parecía algo lejanísimo, y similar a las fantasías de todo libro cuento o tebeo que caía en mis manos desde que aprendí a leer que fue muy pronto. En mi ciudad transcurrieron mis primeros estudios que completé en las Universidades de Santiago y Madrid.

En esta última ciudad transcurre mi vida, mis avatares profesionales y mi intensa actividad asociativa, con cada vez más frecuentes visitas a mi ciudad y familia de origen. La propia es pequeña: tengo ¡qué le vamos hacer! el mismo marido de siempre. Y dos hijos varones guapísimos que quieren y respetan y comparten todas las tareas con sus encantadoras compañeras: como hijos de feminista que son. Las feministas, aún hay que seguir demostrándolo, somos personas muy normales. No atentamos más que contra la injusticia.
He sido profesora de materias pedagógicas y directora de un centro cultural, pero como escritora, estoy más influida por mi vida asociativa. He sido presidenta de la Federación de asociaciones de Mujeres Progresistas de Madrid. Sobre esta actividad publiqué un largo artículo en la revista internacional GÉNERO Y EDUCACIÓN. Otros artículos míos de educación o temática feminista, aparecieron en la revista INTENTO y en el periódico Villa de Madrid o en la publicación local Distrito 21. En el año 2003 se publica mi libro de relatos COINCIDIMOS UN TIEMPO, que se presentó en el Liceo de Ourense y en el Ateneo de Madrid. Fue muy bien acogido por quienes pudieron leerlo, pero la distribución escasa de los autores noveles nos priva del placer de llegar a lectores/as que nos disfrutarían.

Mis últimos artículos de género aparecieron en la nueva etapa de la revista CUADERNOS PARA EL DIALOGO, y el más reciente sobre violencia apareció en el diario LA REGIÓN de Ourense.
Colaboro en una publicación vecinal de un distrito de Madrid, con artículos de opinión y comentarios literarios de algún libro recomendable. Estoy muestreando un conjunto de poemas ya registrados, FANTASMAS DE INCENDIO, y trabajo en una novela, de la que ya tengo gran parte escrita. He tomado hace un tiempo la decisión de dedicar mi tiempo preferente a la escritura. La había aplazado demasiado.

Y este es más o menos el resumen de mi trayectoria literaria incluyendo las circunstancias que han influido en ella. Tanto para aplazarla en otro tiempo, como para enriquecer su contenido ahora.

2/Manifiesto:

Aunque como narradora parezca tardía, no lo fui como escritora ni como poeta. De niña y adolescente escribía cuentos y poemas. Los regalaba a mis amigas. Algunas compañeras de colegio que dejé de ver durante mucho tiempo, he sabido en los últimos años que aún conservaban mis poemas. Una amiga que aparece en Placeres recuperados, la obra que ahora he sacado, me dice que todas esperaban con ansia la llegada de los cuentos que escribía por Navidad. En cambio yo los había olvidado. Pero con la presentación de mi primer libro recuperé tantos contactos y me aportaron tantos recuerdos y me manifestaron tantas alabanzas, que solo por eso ya mereció la pena el esfuerzo.

Quiero reivindicar el derecho a ser cada uno de la época en la que vive, y a escribir y ser leída en función de su talento, no de la edad ni de la fama. Y digo esto porque a los que abandonamos la juventud se nos considera de otra época. Y hay editoriales que te discriminan no en función de la calidad de tu obra sino por la edad que tienes: ya ni la leen. Se lo comenté en un coloquio, hace años a la escritora Rosa Regás, y se quedo algo asombrada. “No hay edad para escribir, yo empecé tarde”.Pero lo mismo que no pretendemos compararnos en calidad, los/las autores o autoras noveles no estamos en sus circunstancias. Y nuestros libros pueden dormir eternamente guardados sin que nadie quiera conocer si tienen la dignidad suficiente para ver la luz. Las editoriales pequeñas también tienen problemas y van a lo seguro y otras sacan lo que sea, con lo que pienso que nos perdemos la aportación cultural y creativa de mucha gente, cuando se publica tanto libro comercial por todo menos por su calidad. Ahí las instituciones culturales locales y autonómicas tendrían que hacer un gran esfuerzo objetivo y no ideológico. Porque la cultura es de todos y para todos.

Si os preguntáis como contuve durante años la pasión de escribir, os diré que la canalicé de mil maneras: En documentos, actas, cartas a las amigas y material de trabajo, me proponía dotar de belleza y ritmo a la escritura. De hecho, uno de los relatos de mi primer libro está contenido en una carta real escrita a una amiga, que por cierto, forma parte del grupo de protagonistas de Placeres recuperados, que además de personajes de ficción cuenta con personas reales.
Muchas circunstancias aplazaron mi dedicación a la escritura pero mejor os lo cuento transcribiendo algún que otro párrafo del inicio de mi libro actual.
La futura narradora aprendió a leer casi sola, con escasa y poco profesional ayuda, jugando a descifrar dibujos que eran letras y frases y palabras. Ahí nació su afición literaria, que se satisfacía ejercitando su nuevo conocimiento en cualquier objeto papel o libro que tuvieran un espacio.

Aquí dice Sanocal, granulado, y aquí colección Azucena, cuentos de hadas. Y a continuación añadía algo de su propia cosecha “María toma Sanocal para crecer y poder jugar y leer todos los cuentos de hadas”
De aquellos inicios pasé a vivir la vida, los estudios el trabajo, el amor los hijos, los traslados, la lucha feminista... ¡tantas cosas! Y el gusanillo escarbando y mi marido diciendo “haces unos textos-o unas actas, o lo que fuera-tan literarios que sorprenden a quienes los escucha. Por qué no retomas la escritura”. Esto fue bastante determinante, porque me dio, en principio, ánimo y confianza. ¡Gracias, Juan por el empujón! Tú si que escribes cosas importantes, aunque no sean del género narrativo.
Hace unos diez años que paulatinamente, volví a la escritura y ya es mi ocupación preferente. A ver si hay posibilidades de buena distribución de mi libro.


3/ Mi libro, Placeres Recuperados, lleva un prólogo escrito por una magnifica profesora, Ersilia Lorenzo, catedrática de lengua española y literatura en Madrid, aunque gallega de origen como la autora. Y uno de los párrafos de este prólogo dice así: Aprovecha María Jesús a un grupo de amigas, para hacer literatura testimonial, nos acerca a una realidad que ella conoce muy bien que es el mundo de la mujer con sus dificultades y sus experiencias en los distintos campos: históricos, sociales, familiares, amorosos, culturales..., nos brinda un homenaje a las mujeres maduras.
Pero este libro, con un hilo conductor donde se mezclan las personas con tinte de personaje, con la literatura y la gastronomía; donde aparecen desde menús a recetas de cocina, está integrado por relatos intercalados con personajes de diversa edad y condición y una trilogía que constituye realmente una novela corta.
A continuación se transcribe la página de uno de los relatos, titulado UN DISCUTIBLE ENGAÑO. El protagonista, Rafa, habla:


No me creo eso de que llega un momento en que uno se cansa de la vida. No me lo creo. Lo digo yo que estoy con un pié en el otro lado y tiro de él hacia aquí con la fuerza que me queda, aunque no pueda atraparlo...

Cada mañana, cuando la luz empieza a colarse dentro de las paredes malva que protegen mi sueño, me alegro de vivir, y de que Marta este a mi lado esperando, con los ojos cerrados, a que yo me mueva para levantarse. Ella ha sido siempre así: cuidadosa de mi descanso...

A lo largo de nuestro matrimonio nunca pensé en complacerla. Vivíamos en armonía, con pocos altibajos; funcionábamos como pareja, fue buena la convivencia. Pero en lo que a mí respecta, no hubo esfuerzo. Simplemente resultó.


Bueno, no quiero destripar el relato, por lo que los oyentes tendrán que conformarse con eso. Pero como quiero pensar que les ha sabido a poco, voy a obsequiarles con otro aperitivo. Y por aquello de la paridad, como acaba de hablar un hombre, escucharemos ahora a una protagonista femenina del primer relato que forma parte de la trilogía incluida en el libro y que se titula ASÍ ERA UN RESCOLDO:


Carmen llega a Rosas con muchas expectativas. Le han ensalzado la belleza de la bahía, de las extensiones de arena que la jalonan, de la comodidad de los hoteles a pie de playa, que distan lo suficiente del bullicio del pueblo.
Nunca, anteriormente, ha visitado esta localidad, pese a lo mucho que le hablaron de ella en su primera juventud. Ha sido ahora, al escuchar una opinión laudatoria en su actual entorno, cuando ha decidido pasar allí unas vacaciones; y espera sacar partido de todo lo que le ofrezca la pintoresca localidad.
Para empezar se ha apuntado a un centro de Talasoterapia y escogido una habitación de hotel con vistas a la bahía, en un establecimiento confortable del Paseo Marítimo. En la zona de Santa Margarida.
Trae el equipaje justo. Es organizada y casi siempre consigue lo imposible: que nada le falte ni le sobre. Los complementos vistosos pero de valor escaso.
----No quiero preocuparme de cajas fuertes ni de cacos.
La ropa de buen gusto, no muy definida, para toda ocasión.
---solo un par de trapos, por si se tercia algo. Y unos leves conjuntos playeros con calzado cómodo para largos paseos, pero bien combinado. Por supuesto bañadores.
---Ya sé que no estoy nada mal, pero a los cincuenta y tantos hay que olvidarse del bikini, a no ser que no te vaya a ver nadie. Y en ese caso tampoco lo necesitas: es estupendo un baño de sol completo...
Además de los buenos propósitos, Carmen se ha traído un par de libros cuya lectura tiene pendiente debido, sobre todo, al escaso tiempo que le deja su infatigable actividad.
---quiero descansar, preocuparme solamente de mí. Ordenar mis recuerdos, sacar provecho de mi soledad.
Está tan animada que no parece que haya dejado atrás dos matrimonios, ni que sus hijos se acaben de independizar, vaciando el nido.
---Los fracasos me duelen. No soy de piedra, pero he decidido no cerrarme a nada. Ni siquiera a una aventura pasajera ¿qué más puedo esperar? A mi edad y con mis historias... no precisamente el amor eterno.....
Carmen es brillante. Una abogada de éxito, pero en asuntos del corazón se deja llevar de las emociones más de la cuenta y de lo que le dicta la cabeza.


Y ahora si que, si queréis conocer cómo fue la estancia de Carmen en Rosas os tenéis que animar a adquirir el libro. Podéis pedirlo en vuestras librerías y ellas a su vez a Ediciones Atlantis, C/ Hortaleza, 104,bajo.28004, Madrid. Tfno. 91-7025173. De momento solo puedo decir a mis paisanos que en las principales librerías de Ourense pueden encontrarlo. Y a mis vecinos de tantos años de la Alameda de Osuna, en el Distrito de Barajas de Madrid, en la librería del centro comercial, en la librería Canoa y posiblemente en otras del barrio que lo tengan o lo pidan. Además de la Casa del libro para quien le pille mejor. Gracias a todas y a todos. Y que no se olviden las Asociaciones de mujeres de comprarlo para sus asociadas, porque se lo dedico a todas y les encantará. Gracias otra vez. ¡Hasta siempre!.


Maria Jesús González Vázquez.

Ourense 18 de enero de 2007.

sábado, enero 27, 2007

Juan Pan en Es Racó Literari de 3 de Nit, de Sandra Llabrés.

El autor de esta semana fue Juan Pan García. Sandra Llabrés y Joana Pol le entrevistaron en el rincón literario del magazine 3 de Nit, de IB3-Radio, y David Fleta fue esta vez la voz principal de INOLVIDABLE PRIMAVERA, el relato escogido del que se leyó un fragmento; aquí podréis leerlo completo.




LEMA

Los hombres se van; sus obras quedan.

No quisiera que con mi muerte murieran también mis recuerdos, sentimientos, ilusiones y proyectos. Me gustaría que mis obras dejasen constancia de mi paso por la Tierra



BIOGRAFÍA
Me llamo Juan Pan García
Nací en Algar, un pueblo de la Sierra de Cádiz, hace ya muchos años. Pero desde los seis fui dando vueltas por el mundo, hasta que me establecí, hace 25 años, en El Puerto de Santa María, Cádiz.
MIS OBRAS

“La pista del lobo”. Novela histórica revisada recientemente y que participa actualmente en un certamen literario.

“Mariluz”, inédita. Novela policíaca, que narra las peripecias de una estudiante que acaba su carrera y se enfrenta a la difícil tarea de encontrar un trabajo acorde con sus estudios.

“Nostalgia”, libro de prosa poética y poemas

“Cuentos de la vida”, cuaderno compuesto de cinco cuentos infantiles.

“Cuentos del abuelo”, libro compuesto de 30 cuentos y relatos, algunos de ellos están expuestos en El Recreo y en Yoescribo.com.

Colaboro habitualmente en Astrolabio.net y Sierradecadiz.com. En El Recreo y en los Foros de El Café de Artistas, Bibliotecas virtuales y Yoescribo.com (a la espera de su maquetación)

Mis relatos están en mi blog, donde todos están invitados a entrar y leer.
http://ellugardejuan.blogspot.com


MANIFIESTO

Cuando yo era un niño, los maquis secuestraron a mi amigo y compañero de juegos, de doce años de edad, Antoñito Sánchez Regordán, y desde entonces esa imagen se quedó grabada en mi mente con tal fuerza, que la recuerdo como si hubiese sucedido ayer.
Desde aquel momento quise aprender a escribir bien para contar esa historia, con la esperanza de que jamás se volviese a repetir. Esa es mi primera novela, “La pista del lobo”.
Desde mi más temprana edad me gustó escuchar los cuentos de mis padres y abuelos; luego en el colegio me procuraban cuentos y novelas juveniles. Me leí las colecciones de Julio Verne, Emilio Salgari, y la colección completa de relatos de El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, El tesoro de la Juventud.
Mi época escolar la pasé de colegio en colegio, de ciudad en ciudad. Así estudié Primaria en Madrid, Maestría Industrial en Málaga, entré en la Universidad Laboral de Madrid, de donde escapé al finalizar el primer curso con pésimas notas. Me fui a París y comencé a trabajar vendiendo el periódico France Soir en las puertas del metro; luego, cuando supe defenderme en el idioma, aproveché mis conocimientos industriales y pude dedicarme a controlar la calidad de las soldaduras en centrales nucleares, refinerías y gaseoductos, profesión que me llevó a desplazarme a países varios: Bélgica, Republica Sudafricana, Kenia, El Zaire.De regreso en España ruedo también por las diferentes provincias en que se construían grandes obras termoeléctricas: Centrales nucleares de Cofrentes (Valencia), Almaraz (Cáceres), Trillo (Guadalajara). Gaseoductos en Salamanca, Alicante, Almería, Córdoba y Cádiz, lugar donde me establecí definitivamente en la industria naval auxiliar.
Metido en la política laboral fui cuatro años Secretario del Metal en mi ciudad, representante de uno de los más importantes sindicatos españoles.Las experiencias de todo tipo vividas en todos estos lugares, archivadas en mi mente, estimularon mi imaginación y dieron nacimiento a las obras literarias antes mencionadas y a otras tres o cuatro que tengo en mente que, si Dios me lo permite, verán la luz a medida que vaya progresando en el arte de escribir, pues es bien cierto lo que dijo la escritora Blanca Miosi en este mismo lugar, “Primero escribimos novelas; luego aprendemos el arte de escribir.”

Es muy difícil publicar para un autor novel; existe un muro invisible que rodea a al mundo editorial, con el que se topan los que intentan acceder por primera vez, un muro que protege a los autores consagrados de la llegada de miles de escritores tan buenos como ellos, que podrían hacer tambalear sus privilegiadas posiciones. Tanto en los concursos literarios, como el enviar directamente a las editoriales las obras, se ven la mayoría de las veces rechazadas sin ni siquiera leerlas.
Hecho de menos a editoriales o instituciones dedicadas a dar a conocer a nuevos autores. Dicen que la gente se cansa de comer el mismo plato siempre; posiblemente, también se canse de leer siempre a los mismos, y para promocionar la lectura, como se pretende ahora, sería bueno dar a conocer otras formas de ver la vida leyendo a nuevos narradores.
En los foros de escritores de Internet he notado la ayuda y el ánimo de docenas de amigos y compañeros escritores noveles, que al igual que yo desean dejar su impronta en el mundo literario. A ellos les doy las gracias, porque ha sido gracias a ellos que hoy cuento con maravillosos relatos entre mis obras. Mención especial para Blanca Miosi, Raffie Rivera, Fernando Hidalgo, Isabel Torres, Silvia Pereiro, Terminus... y otros muchos.
Canción : la que lleva el relato. Si no la encuentran podría valer “Flor silvestre”, por Miguel Aceves Mejía u otro

INOLVIDABLE PRIMAVERA


El día había amanecido en París soleado y caluroso, un día señalado para pasear por las avenidas, sentarse en los parques o asomarse al Sena, para admirar el lento avance de las lujosas embarcaciones de paredes de cristal, convertidas en restaurantes y salas de concierto.
Miré a María Asunción, que estaba dormida en el sofá-cama desnuda, apenas cubierta por la sábana. Tenía un cuerpo bonito, bien proporcionado, de carnes apretadas y tostadas. Sus rasgos eran criollos: labios carnosos, nariz pequeña, ojos de miel, cabello abundante, negro azabache, largo y lacio. Descansaba plácidamente, recuperándose de la turbulenta noche que habíamos vivido. Llegamos ya de madrugada y estuvimos hablando de ella, de su maravilloso país, de sus ríos y selvas; de su presidente, el general Stroessner, uno más de los generales que gobernaban el mundo. Me dijo que ella era libre, de ésas que decían: “Haz el amor y no la guerra”, que se entregaban a quien lo necesitara y que por tanto no quería ataduras. “Estoy contigo, pero no te pertenezco”, me dijo. Miré el reloj: las 11. La dejé dormir.

La conocí el día anterior en la Sorbonne, durante la proyección de una película en uno de los anfiteatros de la Universidad. Horas antes, observé que en el Barrio Latino se aglomeraba toda la población estudiantil, ocupando escalones, fuentes, terrazas y muelles del Sena. Jóvenes de diferentes especialidades, culturas y países convivían habitualmente por esa zona; pero siendo el centro de la revuelta, miles de estudiantes de otros lugares habían acudido a solidarizarse con aquéllos y era prácticamente imposible encontrar un hueco donde descansar sin ser arrollado por esa masa humana que gritaba expresando sus convicciones y que arrastraba a la gente hacia los actos celebrados dentro de la Universidad. Me encontré sentado en un anfiteatro del centro de enseñanza, viendo cortometrajes de personajes como El Ché, Mao, Fidel Castro, que eran seguidos por debates en torno a esos líderes y sus doctrinas revolucionarias.
Fue durante el debate que siguió a un cortometraje de esos que una chica que se hallaba sentada a mi lado me ofreció beber agua de una botella. Bebí y la miré para darle las gracias. Era una joven de piel morena; parecía mulata, pero no lo era. No le pregunté nada, pero me presenté y tras el protocolo de rigor, quedamos en salir fuera a presenciar los acontecimientos. Ahora dormía en mi sofá, ajena a lo que sucedía en el exterior de aquella buhardilla de la Rue Montmartre.
Minutos más tarde, yo me dirigía por la Rue de Rívoli en busca de mi Citroën ID19, más conocido por “Tiburón”, que dejé abandonado en medio de la calzada junto a otros miles de vehículos que se habían quedado sin carburante. Estábamos ya a mediados de mayo de 1968.
Todo comenzó porque los estudiantes pedían una drástica reforma en la Universidad. Los padres apoyaron a sus hijos y los sindicatos de la Regie Renault se sumaron a la huelga. Pronto se le unieron otras fábricas y toda la industria quedó paralizada. Pero lo peor estaba por venir: la paralización general del transporte.
Las ciudades se quedaron sin abastecimiento, las estaciones de servicio sin carburante; las empresas cerraban porque sus empleados no podían acudir a sus puestos. Las calles se llenaron de coches abandonados en medio de la calzada o estacionados en doble y tercera fila en el lugar en que se quedaban secos. El mío estaba frente a las tiendas de La Samaritaine, cerca del Louvre.
Comprobé que todo estaba en orden y me dirigí a Nôtre Dame. Luego atravesé el puente hacia el Barrio Latino para alcanzar el Boulevard St. Michel, donde a esas horas los soldados del Ejército limpiaban las calles de adoquines, botellas, coches calcinados y botes de humo diseminados tras los enfrentamientos nocturnos.
A lo largo de la avenida personas de toda índole se arremolinaban alrededor de espontáneos oradores, que realizaban toda clase de discursos, enfrentados por la parálisis del país. En el titular del matutino París Jour, leí que el Gobierno no dejaba salir los capitales de Francia y que los trabajadores extranjeros sólo podrían enviar a sus familias remesas de 200 Francos mensuales. El día 13 se calcularon en 9 millones los trabajadores en huelga. Los actos vandálicos de los estudiantes estaban dirigidos por un tal Daniel Cohn-Bendit, un francés descendiente de judíos alemanes, que estudiaba Sociología en la Universidad de Nanterre. Días antes, había sido expulsado de Francia y regresó por sorpresa. Durante los enfrentamientos con la policía enseñaba a sus seguidores la manera de arrancar los adoquines de la calles y lanzarlos con fuerza contra los antidisturbios. La agenda se había convertido en rutinaria: manifestaciones y discursos por la tarde; barricadas por la noche, frente a una feroz respuesta de los CRS (Cuerpo Republicano Especial). En la madrugada del día 16, se cuentan mil heridos de consideración. Varios coches arden durante la noche, proyectando siluetas dantescas de la confrontación. Yo estaba convencido de que todo aquello acabaría en una guerra civil.
Miré de nuevo mi reloj: las doce, hora de regresar. Todo estaba cerrado por carecer de existencias, ninguna panadería, carnecería o restaurante. Menos mal que yo había conseguido llenar un armario de conservas en previsión de que la huelga se alargase. En las fachadas de los edificios, en los escaparates y en las farolas aparecían carteles de todas clases, referentes a la huelga. El que más impresionaba era uno que mostraba a un policía de los antidisturbios con casco, gafas y máscara en una pantalla de televisión. Debajo tenía el mensaje siguiente: No enciendas tu televisor, el Gobierno te vigila.
Cuando llegué a mi apartamento, después de subir las escaleras hasta la octava planta, oí unos acordes de guitarra y una voz dulce y suave de mujer que cantaba:

Barlovento, barlovento
tierra ardiente y del tambor
Tierra de las fulias y negras finas
que se van de fiesta
La cintura prieta al son de la curbeta
Taki, taki ta , y de las minas.


Abrí la puerta y vi a María sentada en el sofá, tocando una vieja guitarra que yo guardaba colgada en la pared desde hacía dos o tres años. Ella la había afinado y se acompañaba de unas notas nostálgicas. Al verme me sonrió, sin dejar de cantar:

Sabroso que mueve el cuerpo
La barloventeña cuando camina
Sabroso que suena el tan
Taki , taki tan sobre las minas

Que vengan los comunqueros
Para el baile de San Juan
Que la mina está templada
para sona taki, taki ta.

Me senté en la moqueta frente a ella y aplaudí cuando acabó su canción. Entonces se levantó y vino a mí y me besó. Luego se asomó a la ventana y descubrió a las palomas que habitaban en los tejados. Me miró y sonrió. Le di un paquete de maíz que yo guardaba para alimentarlas y ella se volvió a asomar para echarles la comida. Tenía unas piernas largas y muy bonitas, bien torneadas. Al inclinarse sobre el alféizar me di cuenta de que no llevaba ninguna otra prenda debajo de la camisa larga que se había puesto. Me acerqué a ella y me arrodillé, la abracé y puse mi mejilla pegada a sus nalgas. Sentí algo inolvidable, maravilloso. Su piel me transportó por las verdosas aguas del río Paraná, a través de una selva de plantas frescas y de olores diferentes. Su perfume delicado y envolvente me llevó hasta el Corpá, y me enseñó la belleza y majestuosidad de las aguas de Guairá, despeñándose a más de cien metros de altura, enmarcadas en un arco iris alucinante. Me sumergí en ellas con pasión y deseo y me dejé arrastrar por las impetuosas aguas hasta el lejano remanso reparador que sucede a la vorágine.

Al anochecer me dijo que se iba a la Universidad para unirse a sus compañeros en la lucha. Yo la acompañé.
El boulevard estaba rebosante de gente; junto al puente de St. Michel, centenares de furgones policiales esperaban ansiosos la orden de ataque. En las calles se enfrentaban los partidarios de continuar luchando, que ofrecían por 1 franco el libro “Mao Tse Tung” para ayudar a los encerrados en la Sorbonne, contra los partidarios de la reivindicación pacifista, que repartían folletos y fotos de Luter King.
Serían poco más de las diez cuando oí el griterío que subía desde el río, me asomé a la esquina de la rue Sorbonne y vi que la gente corría hacia arriba. La masa humana se dirigía al edificio central de la Universidad a refugiarse. Miré hacia abajo y vi un espectáculo terrorífico: los antidisturbios avanzaban pegados hombro con hombro y formando filas compactas, que iban desde una acera a la otra golpeando salvajemente con sus porras a todo aquél que estuviese en la calle obstaculizando su camino. Viendo las puertas de los edificios cerradas, la gente se pegaba a las paredes y los portales. En vano: todos eran golpeados con dureza. Los que caían al suelo eran pisoteados por todo el regimiento de CRS, que se dirigía sin miramientos hacia la Sorbonne.
Me volví al escuchar mi nombre, era María Asunción que me llamaba desde la puerta del centro universitario, rogándome que me refugiase dentro con ella; pero vi que era imposible: un grupo considerable de personas se interponían entre nosotros y no me podía mover porque la calle ya estaba al completo, como el metro en las horas puntas. Le dije adiós con la mano y me salí por otra calle en dirección contraria a los guardias, hacia los Jardines de Luxemburgo. Atravesé de nuevo el Sena por el Puente de las Artes y llegué a mi casa con las luces del alba. Me duché mientras escuchaba la radio y oí que las fuerzas de seguridad habían desalojado a los estudiantes que habían ocupado la Universidad, que muchos de ellos estaban heridos, que otros estaban detenidos y que algunos serían expulsados de Francia.

Nunca supe más de María. Pregunté varias veces entre los universitarios y les mostraba una foto que había obtenido de ella, por si la conocían. Nadie sabía de ella.
Pero como dice el tema de “Esplendor en la hierba”, su belleza permanece para siempre en mi memoria.
Fin

domingo, enero 21, 2007

Rosa Quetglas, una joven promesa.

En nuestro querido Racó Literari de 3 de Nit, Sandra Llabrés y Joana Pol entrevistaron a la más joven promesa literaria que ha pasado hasta el momento por IB3-Radio. Rosa Quetglas, de Costitx, tiene tan sólo 14 años, pero es capaz de escribir historias con tanto gancho como la siguiente:








(En construcción, perdonen las molestias)

jueves, enero 18, 2007

Andrés Moreno Galindo en IB3-Radio, con Sandra Llabrés y Joana Pol.

El autor de la semana en el Rincón Literario de 3 de Nit fue Andrés Moreno Galindo, a quien la popular presentadora Sandra Llabrés y la escritora mallorquina Joana Pol entrevistaron en la medianoche del miércoles en IB3-Radio.




Lema: "El sobresalto en el último suspiro".

Biografía:

Me llamo Andrés Moreno Galindo, tengo 40 años y vivo en Sant Quintí de Mediona, un pequeño pueblecito en el corazón del Penedés, tierra de vinos y cavas de Catalunya, hacia donde huí hace ya unos años proveniente de Cornellá de Llobregat, ciudad dormitorio del extrarradio de Barcelona que, como otras, ha nutrido de trabajo y sudor las fábricas catalanas desde los años 60. Siempre he leído, recuerdo a un niño de diez años, ya con la vista cansada de fijarla en las letras, leyendo asombrado las peripecias de Robinson Crusoe, de Jim Hawkins, de Guillermo Brown, y uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia fue el regalo de un inmenso saco de tebeos usados que dieron para muchas semanas de lectura. Luego ya descubrí a Poe, Lovecraft, los autores de terror gótico, y en general a todos los maestros de la literatura de terror, género que ha sido siempre mi favorito, y que siempre he defendido contra las acusaciones gratuitas de falta de profundidad y contenido. Para bien o para mal, mi forma de escribir está fuertemente influida por Poe y el resto de la pandilla, lo que hace que mucha gente encuentre mi estilo farragoso, retorcido y preñado de adjetivos. Reconozco esas críticas, pero siempre he escrito así y no creo en los cambios forzados de estilo, sobrellevo esa carga con gusto, es una de las pocas cosas que no veo necesario cambiar después de tantos años de continuas concesiones en la También me gusta pensar que contribuyo modestamente a mantener vivo un idioma que en la actualidad está siendo masacrado por el mal uso de las nuevas tecnologías, la falta de cultura de los comunicadores que deberían dar ejemplo y masacran continuamente nuestra lengua, y sobre todo por la penosa educación que se imparte en la actualidad, fruto de una desquiciada política educativa que está hipotecando el futuro cultural de nuestro mundo.
Reconozco como uno de mis principales defectos la desidia y la pereza a la hora de escribir, me cuesta horrores ponerme a la tarea, en eso envidio a tanta gente que siente la necesidad acuciante de escribir cada día, creo sinceramente que podría haber hecho algo más en este mundillo de haber tenido más fuerza de voluntad, pero uno es así, volvemos al fatalismo. Mi modesta producción literaria engloba un puñado de cuentos de terror, entre los que destaco "Inercia", "El túnel", "El marino", "Rómpeme, mátame" o "El ánfora". "El túnel" fue traducido a un primoroso inglés por el excelente traductor australiano Vivian Stevenson, y algunos de mis relatos fueron leídos en el marco del
También he perpetrado algún relato fuera del ámbito del terror y he escrito algunos poemas, estos sí relacionados con el terror, más que nada por lo malos que son. He diseñado y mantenido durante varios años la página literaria "El Gato de Hank", donde he publicado todos mis cuentos, junto con las creaciones de un buen puñado de escritores en lengua hispana, y actualmente estoy realizando una página web a medias con mi amigo Ginés Torres, donde publicaremos nuestros trabajos presentes y futuros. Aunque la cultura se diluye un poco en ese inmenso monstruo llamado Internet, creo firmemente en el poder de la web para dar a conocer a escritores noveles. Respecto a mis aficiones, soy un fanático de la historia de la Antigua Roma, y he intentado plasmar ese amor en el relato "El ánfora". Simplemente espero hacer pasar a mis lectores un buen mal rato, eso es todo.

Manifiesto

Creo que, por lo menos en mis cuentos de terror, trabajo para el lector, con esto quiero decir que busco con ahínco que tenga lo que quiere cuando lee un cuento de horror, esto es, un excitante escalofrío que sube por la espalda y estalla en tu cabeza, justo lo que siento cuando leo uno de los mejores relatos de terror que se han escrito jamás, "El emisario", de Ray Bradbury. El horror en la última frase, y si puede ser en la última palabra, la sorpresa, el desenlace terrorífico, esas son mis metas.


Mis relatos

INERCIA
Por Andrés Moreno Galindo

Siempre he sido una persona de costumbres. O, mas bien, una persona de inercias porque, bien pensado, cuando adoptas una costumbre es porque la misma te proporciona una satisfacción constante, aunque ésta sea casi insignificante. Sin embargo, ser una persona de inercias conlleva altas dosis de aburrimiento, hastío y una sensación de dejadez y laxitud, de falta de lucha. Siempre que reflexionaba sobre el tema, me venía a la memoria un párrafo de la magnífica novela de Graves sobre Claudio, en el que el viejo emperador, enfermo, cansado y hastiado de las constantes traiciones y conjuras que a su alrededor se sucedían, se sentía como un viejo leño arrastrado por la corriente de un río, dejándose llevar mansamente hacia el fin. Una sensación parecida era la que sentía yo, al repetir día tras día, noche tras noche, las mismas cosas, no porque encontrara deleite en ellas, sino porque me negaba a luchar contra la corriente, a buscar otra alternativa, a dar un golpe de efecto que cambiara mi vida y me liberara de las ataduras de una vida repetitiva y carente de emociones y alicientes. Podéis llamarlo pereza, falta de energía, espíritu conformista, pero el hecho cierto era que me había dejado atrapar por una serie de múltiples y pequeños compromisos de los cuales no podía o no quería escapar, a pesar de que gran parte de ellos hacía tiempo que habían perdido su interés inicial para mí. Por inercia tomaba siempre la misma ruta para ir al trabajo, por inercia desayunaba siempre con los mismos compañeros, desgranando sin convicción los mismos tópicos que se perpetuaban en nuestras conversaciones desde hacía ya demasiados años. Por inercia leía el mismo periódico, comía lo mismo en el mismo restaurante, bebía la misma marca de vino, la misma marca de licor, y así ad infinitum. Me veía encorsetado por múltiples de pequeñas ligaduras en los momentos en los que presuntamente podía dar rienda suelta a mi imaginación y libre albedrío. Si algún día alguien lee esto, estoy seguro de que pensará que fui la persona más aburrida y poco excitante de mi tiempo, y tendría razón, sólo que ese dudoso honor lo compartía desde hace años con mi buen amigo R., cuya existencia seguía un rumbo totalmente paralelo al mío. Habíamos sido compañeros de estudios desde la primera infancia, después habíamos compartido las nada excitantes diversiones de nuestra adolescencia, y por fin habíamos acabado desempeñando el mismo tedioso y monótono trabajo en una oficina poblada de moluscos humanos como nosotros, que como nosotros también se dejaban llevar perezosos y ajados por la corriente. Y así como la inercia nos arrastraba a desayunar lo mismo desde hacía más de treinta años, nos veíamos arrastrados a la partida de ajedrez de los sábados, partida que, indefectiblemente, tenía lugar en mi casa, por un motivo que se nos escapaba a los dos, si es que en algún momento habíamos llegado a reflexionar sobre él. El ritual, creo obvio contarlo a estas alturas, era siempre el mismo. R. llegaba a las 11 en punto, colgaba su chaqueta y su sombrero en el perchero del recibidor y juntos pasábamos a mi pequeña biblioteca, donde una vieja lámpara proporcionaba a la estancia una luminosidad mortecina y desvaída. Nos sentábamos y jugábamos en silencio hasta las doce o doce y cuarto, dejando casi siempre la partida inacabada, momento en el que apagábamos las luces y nos sentábamos en sendos butacones frente a la chimenea, fumando, bebiendo jerez y charlando de insustancialidades hasta bien entrada la noche.. El sabor del jerez y del tabaco de pipa, las cambiantes sombras en nuestras caras provocadas por el movimiento de las llamas, la pausada conversación, todo proporcionaba a esos momentos un encanto especial, aburrido pero placentero. Sólo en contadísimas ocasiones habíamos renunciado a este ritual, quizás el menos desagradable de los miles que componían el devenir de mi existencia. De hecho, estoy escribiendo esto una hora tan sólo después de haber despedido a un R. Bastante más excitado que de costumbre. Todavía puedo verlo sentado delante de mí, con un leve temblor en la mano que sostenía su copa de jerez. Su conversación de esta noche, mas bien su monólogo, ha supuesto una brusca variación de nuestras habituales charlas insulsas. Sí, todavía oigo su voz.
- Le aseguro, mi querido H., que he tenido una endiablada suerte esta tarde. Circulaba a una velocidad moderada por la carretera que conduce a la costa, cuando he podido esquivar por los pelos a uno de esos condenados turistas de la ciudad que ha hecho caso omiso de una señal de stop. De pronto, me he encontrado frente a mis narices un deportivo rojo, y he tenido el tiempo justo de dar un volantazo y esquivarlo. Créame si le digo que ha sido cosa de centímetros. – R. hizo un gesto de alivio y sorbió con deleite su jerez- Estas son las cosas, H., que le hacen a uno plantearse el porqué de su existencia. Uno lleva una vida sosegada, tranquila, sin sobresaltos, pretendida y pretenciosamente segura, y un buen día el destino pone en tu camino a unos turistas locos y todo se desmorona como un castillo de naipes, y espero que me disculpe por este símil tan manido. En fin, amigo H., he decidido disfrutar un poco más de la vida, salir más, hacer incluso un viaje por el extranjero. Siento como si el incidente de esta tarde hubiera sido un guiño del destino, un aviso de que una vida aburrida y tranquila no garantiza un final aburrido y tranquilo. Sí, creo que voy a cambiar un poco mis hábitos, salir de la rutina, dar un pequeño golpe de mano en mi vida. En fin, estimado H., creo que ya va siendo hora de marcharme. Todavía me siento un poco aturdido. Creo que un largo y relajante sueño me hará bien.
Sí, todavía me parece verlo levantarse y caminar levemente tambaleante hacia la puerta, bastante presentable para las circunstancias. Y digo esto porque también para mí ha sido un día fuera de lo normal, lleno de incidentes. A media tarde he tenido que ir a identificar el cadáver de mi amigo R., muerto en accidente de circulación, al chocar de frente con un deportivo rojo en la carretera de la costa. Su cuerpo había quedado prácticamente intacto. Sólo una horrible herida en la nuca, la que le había causado la muerte, la misma que yo había visto al girarse para marchar hacia la puerta. En fin, les dejo, he de subir a acostarme. Por cierto, qué cabeza la mía, se me olvidaba algo. Demasiadas emociones para un tipo tan aburrido como yo. El caso es que R. no viajaba solo. Resulta que mañana es mi cumpleaños, y R. tenía que acompañar a mi mujer a la ciudad para comprar mi regalo. Ella ha tenido menos suerte. El impacto del choque la hizo atravesar el parabrisas de coche de R y la lanzó encima del deportivo rojo, segundos antes de que comenzara a arder. Su cuerpo ha quedado totalmente calcinado, un horrible amasijo negro con una espantosa expresión en su rostro. Pobre paloma mía, cuanto ha debido sufrir.. Ahora sí que les dejo. He de subir a mi dormitorio, a nuestro dormitorio. Alguien –o algo- me espera. Y yo lo comprendo. Ella también era lo que podríamos denominar una persona de inercias.


RÓMPEME, MÁTAME

“Tus ojos ya no me miran, son tus labios dos mentiras. Tu lengua insulto y caricia, pero así me siento viva”
Trigo Limpio
Canción “Rómpeme, mátame”

Ya está otra vez aquí, en la casa, ya llega, ya puedo oír el sonido de sus pisadas subiendo por las escaleras, tambaleándose en la oscuridad, ya puedo sentir el calor del infierno que arde en su mente y quema las lágrimas que brotan de sus ojos, ya puedo notar la cólera, ya puedo ver su mirada demente, sus manos engarfiadas, intentando atrapar su inocencia perdida, el olor del cuerpo de una niña en un baile del colegio, el tacto del pecho de alguien cuya cara se desdibujó hace tiempo, ya puedo ver su rabia creciendo, buscando, buscándome. Y yo estoy aquí, tumbada en la cama de esta habitación, esperando, como siempre, aterrorizada, mirando fijamente la puerta, el pomo, y aunque la muerte acabó con el miedo a sus golpes, lo ha sustituido por la horrible certeza de que la muerte no nos ha separado, de que él seguirá viniendo, noche tras noche, cada día más desesperado, cada día más enloquecido. Podría salir de aquí, abandonar esta casa, pero nunca lo he hecho, y nunca lo haré. El exterior me da miedo, me da más miedo que él. No puedo internarme en esas calles solitarias, me mareo, al cabo de unos metros todo se desdibuja, los colores se difuminan y los objetos se me antojan carentes de energía, como manchas lechosas en un paisaje muerto. Y prefiero quedarme en esta habitación, mirando hora tras hora la bombilla que cuelga del techo, fijamente, fijamente, hasta que puedo oír el zumbido de la electricidad dentro del cristal. También sigo los contornos del papel pintado de las paredes, enlazando sus líneas, formando caras, cuerpos, edificios, y así he construido, durante años, mundos enteros, ciudades inverosímiles, generaciones de seres imaginarios que han vivido y han muerto dentro del papel. Hasta que llega la hora, hasta que oigo la puerta de la calle abrirse, y pienso que no debería oírla, y siento que la muerte se burla de mí, que revienta de risa observando mi terror y mi estupefacción mientras me susurra al oído: “toda la eternidad, toda la vida y toda la muerte”. Giro la cabeza y veo la pistola encima de la mesita de noche, que también se burla de mí, con los restos de su carga de muerte hibernando en su fría ánima, provocándome como aquella noche de hace años, pidiéndome que vuelva a empuñarla y que vuelva a avanzar hacia él sujetando su culata con una mano crispada. Un solo disparo, y la cara amada, la cara mil veces cubierta de besos, mil veces venerada y luego odiada mil veces fue arrasada por el plomo candente, y así sigue, noche tras noche, y hace ya tantos años...
Lo oigo tras la puerta. Él también tiene miedo, puedo sentirlo supurar a través de ese torbellino de frustraciones, recuerdos, furia y demencia que es su mente. Lo sentí el día del entierro, cuando, susurrando su furor sordo y apenas contenido a través de la madera del ataúd, me dijo que volvería, que aquella misma noche volvería, que no le importaba la muerte, que le esperara porque volvería, y lo hizo. Y yo estaba allí para esperarle. Como ahora, encogida y sumisa ante ese hombre enloquecido que quiere volver a ser un niño y no puede, que intenta golpearme y me escupe a la cara su resentimiento, su desconcierto, que busca culpables, que quiere señalar a alguien como al causante de sus desgracias, que me ha convertido en el gatito al que se tortura sin motivos, sin causa aparente. Porque él tampoco es libre, también de él se burló la muerte. Y vuelve a casa, noche tras noche, porque ya no sabe hacer otra cosa más que buscarme para seguir odiándome y seguir gritándome su odio a la cara. Porque aunque ahora ya no me puede golpear, y ya hace tiempo que dejó de intentarlo, necesita herir de cualquier manera a ese ovillo de carne acurrucada en un rincón que tiembla, que reza a un Dios en el que no cree, que intenta cerrar los ojos pero no puede, que sólo desea verle caer sobre la cama y dormirse musitando incoherencias entre gemidos para acostarse al lado de ese desquiciado horror que hace una eternidad cogía su cara y miraba sus ojos con centelleos de amor y deseo infinito en su mirada.
Ya nadie viene a la casa. Tras la Noche de la Muerte, casi todo el mundo creyó la historia del suicidio, todos esperaban algo así; en cierta manera suspiraron aliviados, y alguno de nuestros viejos amigos hicieron de tripas corazón y acudieron a la casa, pero progresivamente dejaron de venir, dejó de interesarles la compañía incómoda de una especie de fantasma desorientado que hacía un esfuerzo por enfocar una mirada perdida y vacía hacia ellos, sin importarle lo más mínimo lo que le decían, sonriendo estúpidamente desde el sillón. Lo prefiero. Sus rostros y sus cuerpos también se desdibujaban progresivamente, se me antojaban maniquíes en movimiento, o esos modelos de figuras de madera que utilizan los pintores y que pueden adoptar diferentes posturas. Me alegré cuando el último amigo dejó de aparecer por la casa. Ahora estamos solos los dos, y de la misma manera que hace tiempo vivimos nuestro paraíso vivimos ahora nuestro infierno, juntos, juntos para toda la eternidad. Y yo sólo sé que su odio es tan grande que ha vencido a su locura y a su horror, y vuelve a subir las escaleras cada noche, camina por el pasillo en tinieblas y abre la puerta de la habitación donde yo le espero, y sabe que mi miedo es infinito, que lo puede sentir, aunque tras la Noche de la Muerte, cuando en el forcejeo la pistola se disparó a bocajarro sobre mi cara, mi rostro no pueda reflejarlo...

Cornellá de Llobregat, 19 de Julio de 2001










Canción:

Paul Roland es un bicho raro dentro del mundo de la música. Fuertemente influenciado por la época victoriana y por el terror gótico, sus canciones están trufadas de fantasmas, ahorcados, doctores enloquecidos, psicópatas, etc. Tiene una voz dulce y suave y sus canciones son un atinado cruce entre la electricidad y la acústica, donde conviven sin problemas guitarras eléctricas con violoncelos y clavicordios, la tormenta y la calma. Quizás una de sus mejores canciones sea "Candy says", sobre la amistad de una niña con un amigo imaginario. Una canción donde conviven el horror y la ternura, una de mis favoritas.

MALLORCA FANTÀSTICA 2007

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