lunes, julio 31, 2006
jueves, julio 27, 2006
Blanca Miosi protagoniza El Rincón Literario de Joana Pol
Anoche el Rincón Literario de 3 De Nit viajó a Venezuela, para entrevistar a Blanca Miosi. Sandra Llabrés y Joana Pol conversaron con esta escritora desde la IB3-Radio, descubriendo a los oyentes no a una autora novel, sino a una escritora muy consolidada aunque aún poco conocida en España (aunque su novela EL CONDOR DE LA PLUMA DORADA fue finalista en el concurso de novela del prestigioso portal Yoescribo.com). Gracias a la calidad de sus obras, pronto eso cambiará.

Espero que mis obras sean leídas algún día, y más que eso, espero que dejen huella
Manifiesto
Me gustó leer desde pequeña, y eso se lo debo a mi madre porque era la que me compraba toda clase de libros, ella también tenía esa afición y aún guardo la autobiografía que dejó inconclusa. Fui una niña solitaria y creo que es el motivo que me impulsaba a crear historias, las retenía en mi memoria y cuando visitaba a mis hermanas políticas les contaba lo que había hecho y dónde había estado durante el tiempo que no las había visto. Ver sus caras de asombro me regocijaba, pues todo lo que les narraba eran invenciones mías, eso, y vivir el mundo fantasioso de los cuentos y más adelante de las novelas me hacía muy feliz, pero nunca imaginé que algún día se me ocurriría ponerme a escribir.
Pasaron muchos años y mi vida dio muchos tumbos, cambié de país, vine de Perú a Venezuela hace años, y después de la muerte de mi madre en los primeros días del año 2000, empecé a leer la autobiografía que había dejado. Estaba escrita a mano, y también había partes de ella escritas a máquina. La soltura, la belleza y su forma de narrar me cautivó, fue entonces cuando decidí dar el primer paso. Es el legado que ella me dejó. Escribí El pacto, que trata de la historia de una mujer que logra que se le conceda su deseo más profundo: ser feliz. Es una novela si se quiere hasta cierto punto ingenua, escrita con las entrañas, que es como se hace la primera novela, las demás se escriben con el cerebro. Ahora, después de cinco años desde aquel primer envión, llevo escritas ocho más; como si quisiera recuperar el tiempo perdido, a un promedio de una cada seis meses, pero una vez que llegué a la octava, empecé a aprender. Estoy revisando la segunda novela que escribí: “La búsqueda”, y llevo más tiempo del que tardé en escribirla. ¡Y las que faltan! Pero el mundo de la escritura es así, comprendí que se puede tener mucha imaginación, pero también se debe tener el genio para saber pasarlas al papel. He aprendido a respetar a los que saben, escribir ya no me parece una tarea fácil, y creo que al reconocerlo empecé recién por el camino correcto.
Espero que mis obras sean leídas algún día, y más que eso, espero que dejen huella.
Gracias.
Bibliografía:
El pacto, Publicada por Athena Press, año 2004
La búsqueda,
Dos caminos, un destino
Enviado de los dioses
Octavia y Franchesco
La última portada,
El cóndor de la pluma dorada
La hija de Hitler
Dimitri Galunov
Dimitri Galunov
La oscura celda tenía una estrecha ventana enrejada por donde se filtraba la luz de la luna. Quedaba tan alta que era imposible llegar a ella, por lo menos para alguien tan pequeño como él. Se conformó entonces con ver el firmamento desde su cama, y mientras contemplaba las estrellas parpadeantes, finalmente se dio cuenta que tal vez nunca más podría ver el cielo como cuando corría libre por el bosque. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba allí. Sus recuerdos parecían habérsele borrado de la memoria y por más esfuerzos que hizo, no pudo aclarar en su mente los acontecimientos recientes, excepto del momento en el que sintió que una aguja se clavaba en su brazo sumiéndolo en la obscuridad. Unas horas o unos cuantos días, para él no hacían mayor diferencia, al fin y al cabo, estaba encerrado. La superficie del colchón era bastante más dura que su cama, hizo el intento de acomodarse mejor, pero no pudo hacerlo. Tenía los brazos cruzados y no podía moverlos. Parecían estar amarrados. Se impulsó hacia adelante y logró sentarse en cuclillas en la cama.

LEMA
Espero que mis obras sean leídas algún día, y más que eso, espero que dejen huella
Manifiesto
Me gustó leer desde pequeña, y eso se lo debo a mi madre porque era la que me compraba toda clase de libros, ella también tenía esa afición y aún guardo la autobiografía que dejó inconclusa. Fui una niña solitaria y creo que es el motivo que me impulsaba a crear historias, las retenía en mi memoria y cuando visitaba a mis hermanas políticas les contaba lo que había hecho y dónde había estado durante el tiempo que no las había visto. Ver sus caras de asombro me regocijaba, pues todo lo que les narraba eran invenciones mías, eso, y vivir el mundo fantasioso de los cuentos y más adelante de las novelas me hacía muy feliz, pero nunca imaginé que algún día se me ocurriría ponerme a escribir.
Pasaron muchos años y mi vida dio muchos tumbos, cambié de país, vine de Perú a Venezuela hace años, y después de la muerte de mi madre en los primeros días del año 2000, empecé a leer la autobiografía que había dejado. Estaba escrita a mano, y también había partes de ella escritas a máquina. La soltura, la belleza y su forma de narrar me cautivó, fue entonces cuando decidí dar el primer paso. Es el legado que ella me dejó. Escribí El pacto, que trata de la historia de una mujer que logra que se le conceda su deseo más profundo: ser feliz. Es una novela si se quiere hasta cierto punto ingenua, escrita con las entrañas, que es como se hace la primera novela, las demás se escriben con el cerebro. Ahora, después de cinco años desde aquel primer envión, llevo escritas ocho más; como si quisiera recuperar el tiempo perdido, a un promedio de una cada seis meses, pero una vez que llegué a la octava, empecé a aprender. Estoy revisando la segunda novela que escribí: “La búsqueda”, y llevo más tiempo del que tardé en escribirla. ¡Y las que faltan! Pero el mundo de la escritura es así, comprendí que se puede tener mucha imaginación, pero también se debe tener el genio para saber pasarlas al papel. He aprendido a respetar a los que saben, escribir ya no me parece una tarea fácil, y creo que al reconocerlo empecé recién por el camino correcto.
Espero que mis obras sean leídas algún día, y más que eso, espero que dejen huella.
Gracias.
Bibliografía:
El pacto, Publicada por Athena Press, año 2004
La búsqueda,
Dos caminos, un destino
Enviado de los dioses
Octavia y Franchesco
La última portada,
El cóndor de la pluma dorada
La hija de Hitler
Dimitri Galunov
Dimitri Galunov
La oscura celda tenía una estrecha ventana enrejada por donde se filtraba la luz de la luna. Quedaba tan alta que era imposible llegar a ella, por lo menos para alguien tan pequeño como él. Se conformó entonces con ver el firmamento desde su cama, y mientras contemplaba las estrellas parpadeantes, finalmente se dio cuenta que tal vez nunca más podría ver el cielo como cuando corría libre por el bosque. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba allí. Sus recuerdos parecían habérsele borrado de la memoria y por más esfuerzos que hizo, no pudo aclarar en su mente los acontecimientos recientes, excepto del momento en el que sintió que una aguja se clavaba en su brazo sumiéndolo en la obscuridad. Unas horas o unos cuantos días, para él no hacían mayor diferencia, al fin y al cabo, estaba encerrado. La superficie del colchón era bastante más dura que su cama, hizo el intento de acomodarse mejor, pero no pudo hacerlo. Tenía los brazos cruzados y no podía moverlos. Parecían estar amarrados. Se impulsó hacia adelante y logró sentarse en cuclillas en la cama.
-¿Qué habría sucedido? –se preguntó.
Pero acostumbrado a permanecer por largo tiempo en soledad, le restó importancia al asunto. Nunca había tenido miedo de la soledad. Ni de la oscuridad. Cerró los ojos y trató de pensar en algo que le fuera familiar. Su mamá, siempre llamándole la atención, de ella sólo recordaba con agrado su pastel de manzanas. Su padre, en cambio, era muy cariñoso con él. Lo llevaba al bosque a cazar conejos aunque nunca pudo aprender, es decir, nunca quiso hacerlo. No le agradaba matar animales. Su hermano mayor, Wilfred, era indiferente con él, casi no le hablaba, ni le interesaba saber que sacaba buenas notas en el colegio. En realidad hasta quizá le molestase, porque eran lo únicos momentos en los que él, Dimitri, era el centro de la atención. Excepto el día que trajo al lobezno. Se armó tal escándalo en la casa que aún su padre, generalmente comprensivo con él, se mostró inflexible y le ordenó llevar el cachorro al bosque o de lo contrario, le dijo, lo mataría allí mismo.
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Un grito desgarrador interrumpió la noche. Al poco tiempo, otras voces igual de lastimeras le siguieron, llenando el silencio con unos aullidos parecidos a los que haría una jauría de lobos. Dimitri se limitó a escuchar. Antes del pinchazo había escuchado que debían encerrarlo en un manicomio. Parecía que habían cumplido su palabra. No tenía quién le defendiera, sus padres y su hermano habían muerto quemados, y según decían, él, lo había hecho. En buena cuenta se sentía culpable porque debió llegar antes y no lo evitó. Se quedó jugando con el cachorro de lobo más tiempo del debido a pesar de que la voz le repetía insistentemente que fuera a casa. La voz... ¿Qué sería de ella? No había vuelto a escucharla desde la noche fatídica. De pronto, unos gritos ordenando silencio se mezclaron con los aullidos, esta vez los alaridos y lamentos se trocaron en exclamaciones de dolor, el sonido de chorros de agua se mezcló con el ruido acallando los gritos poco a poco, hasta dejar la noche otra vez sumida en el silencio. Levantó la cabeza y volvió a mirar el cielo a través de la pequeña ventana, esta vez la luna hacía su recorrido frente a él, se aferró a su imagen dejando a un lado los gritos, el incendio, las inyecciones, las acusaciones y los guardó en lo más profundo de su cerebro. Ahora él estaba allí, en aquel extraño lugar, y su instinto le instaba sólo a sobrevivir. No sentía pena, ni culpa, no extrañaba nada, excepto por aquel cachorro de lobo. ¿Qué habría sido de él? Por lo menos estaba libre.
Una mujer corpulenta vestida con un blanco uniforme almidonado le abrió un ojo. Despertó sobresaltado, mientras veía la sonrisa displicente en la cara de la que parecía ser una enfermera a pocos centímetros de su rostro. Su aliento olía a tocino mezclado con café.
- Hola Dimitri – saludó la fortachona.
- Hola – contestó él.
- ¿Sabes cómo te llamas?
- Dimitri Galunov.
- ¡Ah! Correcto – contestó la mujer leyendo unas notas que tenía en la mano.
- Y ¿Sabes por qué estás aquí?
- No.
- ¿Sabes dónde está tu familia?
- Murieron.
- ¿Sabes cómo murieron?
- Quemados.
- ¡Ah! Correcto – repitió la mujer corroborando las notas, como si cada contestación mereciera una evaluación.
- ¿Sabes quién los quemó?
- No.
- Humm... No. No es la respuesta correcta – dispuso la mujer mientras movía la cabeza negativamente.
- Yo no lo hice–. Recalcó Dimitri.
- Eso no fue lo que dijeron quienes te trajeron. ¿Te gusta jugar con el fuego? – Preguntó ella con la misma sonrisa.
Dimitri permaneció callado. Tomó la decisión de no hablar con aquella mujer. Parecía estar loca. La enfermera le siguió haciendo una serie de preguntas: como cuál era su dirección, nombres de sus amigos, si recordaba el nombre de su profesor, si sabía la dirección de su casa, etcétera. Pero él únicamente miraba al frente, había dejado de mirarla, de olerla, de oírla. Había entrado a sus tinieblas, único lugar seguro, donde nadie lo molestaba jamás. No podían entrar allí. Era un lugar tranquilo, silencioso, olía a hierba fresca y podía corretear por el pasto.
La enfermera le desató la camisa de fuerza. Se dejó llevar mansamente por unos pasillos, hasta detenerse frente a una puerta. “Dr. James Brown – Director”, decía el letrero. El hombre sentado frente a un escritorio levantó la vista y vio a un niño pequeño y delgado, de cabello castaño y ojos negros, con la mirada perdida, como si se hallase en otro lugar. En efecto, Dimitri vagaba por las praderas de su mundo velado. Él podía ver lo que ocurría a su alrededor, pero seguir en su mundo. Había aprendido a hacerlo desde siempre, desde que escuchó discutir a su madre recriminando a su padre por haberlo recogido del bosque. –¿Del bosque?– agrandó los ojos saliendo de su ensoñación y con los sentidos en alerta descubrió que acababa de recordar algo que no sabía –sí. Él había sido recogido del bosque... como el cachorro. La familia que había muerto no era la suya.

(Extracto de la novela “Dimitri Galunov”, de B. Miosi)
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Un grito desgarrador interrumpió la noche. Al poco tiempo, otras voces igual de lastimeras le siguieron, llenando el silencio con unos aullidos parecidos a los que haría una jauría de lobos. Dimitri se limitó a escuchar. Antes del pinchazo había escuchado que debían encerrarlo en un manicomio. Parecía que habían cumplido su palabra. No tenía quién le defendiera, sus padres y su hermano habían muerto quemados, y según decían, él, lo había hecho. En buena cuenta se sentía culpable porque debió llegar antes y no lo evitó. Se quedó jugando con el cachorro de lobo más tiempo del debido a pesar de que la voz le repetía insistentemente que fuera a casa. La voz... ¿Qué sería de ella? No había vuelto a escucharla desde la noche fatídica. De pronto, unos gritos ordenando silencio se mezclaron con los aullidos, esta vez los alaridos y lamentos se trocaron en exclamaciones de dolor, el sonido de chorros de agua se mezcló con el ruido acallando los gritos poco a poco, hasta dejar la noche otra vez sumida en el silencio. Levantó la cabeza y volvió a mirar el cielo a través de la pequeña ventana, esta vez la luna hacía su recorrido frente a él, se aferró a su imagen dejando a un lado los gritos, el incendio, las inyecciones, las acusaciones y los guardó en lo más profundo de su cerebro. Ahora él estaba allí, en aquel extraño lugar, y su instinto le instaba sólo a sobrevivir. No sentía pena, ni culpa, no extrañaba nada, excepto por aquel cachorro de lobo. ¿Qué habría sido de él? Por lo menos estaba libre.
Una mujer corpulenta vestida con un blanco uniforme almidonado le abrió un ojo. Despertó sobresaltado, mientras veía la sonrisa displicente en la cara de la que parecía ser una enfermera a pocos centímetros de su rostro. Su aliento olía a tocino mezclado con café.
- Hola Dimitri – saludó la fortachona.
- Hola – contestó él.
- ¿Sabes cómo te llamas?
- Dimitri Galunov.
- ¡Ah! Correcto – contestó la mujer leyendo unas notas que tenía en la mano.
- Y ¿Sabes por qué estás aquí?
- No.
- ¿Sabes dónde está tu familia?
- Murieron.
- ¿Sabes cómo murieron?
- Quemados.
- ¡Ah! Correcto – repitió la mujer corroborando las notas, como si cada contestación mereciera una evaluación.
- ¿Sabes quién los quemó?
- No.
- Humm... No. No es la respuesta correcta – dispuso la mujer mientras movía la cabeza negativamente.
- Yo no lo hice–. Recalcó Dimitri.
- Eso no fue lo que dijeron quienes te trajeron. ¿Te gusta jugar con el fuego? – Preguntó ella con la misma sonrisa.
Dimitri permaneció callado. Tomó la decisión de no hablar con aquella mujer. Parecía estar loca. La enfermera le siguió haciendo una serie de preguntas: como cuál era su dirección, nombres de sus amigos, si recordaba el nombre de su profesor, si sabía la dirección de su casa, etcétera. Pero él únicamente miraba al frente, había dejado de mirarla, de olerla, de oírla. Había entrado a sus tinieblas, único lugar seguro, donde nadie lo molestaba jamás. No podían entrar allí. Era un lugar tranquilo, silencioso, olía a hierba fresca y podía corretear por el pasto.
La enfermera le desató la camisa de fuerza. Se dejó llevar mansamente por unos pasillos, hasta detenerse frente a una puerta. “Dr. James Brown – Director”, decía el letrero. El hombre sentado frente a un escritorio levantó la vista y vio a un niño pequeño y delgado, de cabello castaño y ojos negros, con la mirada perdida, como si se hallase en otro lugar. En efecto, Dimitri vagaba por las praderas de su mundo velado. Él podía ver lo que ocurría a su alrededor, pero seguir en su mundo. Había aprendido a hacerlo desde siempre, desde que escuchó discutir a su madre recriminando a su padre por haberlo recogido del bosque. –¿Del bosque?– agrandó los ojos saliendo de su ensoñación y con los sentidos en alerta descubrió que acababa de recordar algo que no sabía –sí. Él había sido recogido del bosque... como el cachorro. La familia que había muerto no era la suya.

(Extracto de la novela “Dimitri Galunov”, de B. Miosi)
jueves, julio 20, 2006
Montserrat Rovira Centellas- "Mon" en IB3-Radio con Joana Pol y Carles Riera.
En un emotivo programa de homenaje a su padre, a quien nuestra amiga Mon (Monserrat Rovira Centellas) acababa de perder, Joana Pol entrevistó en el Rincón Literario de 3 De Nit, en la IB3-Radio, a la escritora catalana Monserrat Rovira. Carles Riera interpretó en esta ocasión el texto de la lectura de la autora. Este es un extracto del programa.

Lema
De no alcanzar la verdad, todavía puedo inventarla creándola en la ficción.
Biografía
Nací en Badalona el 8 de enero de 1964, mi nombre es Montse Rovira Centellas, aunque suelo firmar mis escritos como: Mon.
Mi viaje en el campo de los literario se inició en 1998, año en el que empecé a asistir al taller literario impartido por Mónica Cano, en la Casa Elizalde de Barcelona. En el 2000 pasé a ser tallerista con el autor teatral Ènric Nolla, trabajando ya los aspectos de relato corto avanzado.
En el 2000 participé en la creación de la revista literaria, Consigna, que se distribuyó de forma gratuita durante un año. Del 2001 al 2003 fui fundadora e integrante del grupo literario, Lencería Fina, del que formamos parte seis escritoras noveles y a través del cual dimos a conocer nuestra obra a través de lecturas públicas de nuestras colecciones de cuentos: Trastos y Dies Irae. La primera de las dos fue adaptada al teatro por el grupo amateur Disvauxe.
A mí vez he impartido varios talleres de escritura, tanto particulares como en entidades privadas.
Actualmente estoy trabajando en un libro de cuentos que se titulará: Hijos del aburrimiento del Gran Hacedor. A la vez que he presentado relatos a dos certámenes literarios todavía pendientes de resolución.
Doy a conocer mi obra en mi bitácora: http.://monro.blogia.com/ ; y en los foros de las páginas http://www.cafedeartistas.com/ y http://www.el-recreo.com/
Manifiesto
Nací mal comedora en el seno de una familia de contadores de cuentos. Crecí escuchando el relato de sabrosas anécdotas que eran narradas con el buen hacer de los oradores natos. Y hasta tuve el privilegio de que mi padre inventase para mí dos personajes, un elfo atrevido y un gnomo prudente, cuyas aventuras me explicaba cada domingo a la hora del desayuno. Todavía hoy, cuando como un bocadillo de tortilla no puedo evitar recordar a Andrómeda y Tartufo.
Camino del agua
Aquellos veinticuatro años habían arrinconado su libido contra las cuerdas. Gloria descubrió que Eduardo, el poeta de la calle, ya no era el mismo, mientras ella hacía su consabido paseo ritual para conjurar su último desamor. Gloria, que había recibido una insinuación galante de Eduardo cuando ella vestía de corto sus dieciocho recién estrenados.

La falda de Gloria se había ido alargando conforme aumentaba su edad, pero ella seguía sintiéndose atractiva, después de todo continuaba usando la misma talla que a los dieciocho, ahora, que ya pasaba dos de los cuarenta. Y, sobre todo, conservaba el mismo ánimo. Gloria se sentía feliz de vivir en una ciudad que posee un paseo mágico, porque mágicas tenían que ser Las Ramblas cuando uno se puede sentir turista por el precio de un billete de metro. Sí, incluso en sus purificaciones contra el desamor, Gloria se dejaba embobar mirando periquitos y peces de colores; lanzaba guiños a las “esculturas” vivientes por ver si perdían su concentración, esa tarde misma había arrancado una media sonrisa a una “estatua de la libertad”; perdía la mirada en los puestos de flores eligiendo mentalmente el ramo que le agradaría recibir por sorpresa; y seguía empeñada en contar los cristales de colores del rótulo de la Boquería y en contar las teselas del mosaico de Miró. Eduardo ya no veía aquello, simplemente se había resignado a ser parte de ese paisaje urbano.
Eduardo se sentía cansado, siempre era lo mismo: transeúntes ociosos se detenían ante su tenderete, leían un poco y dejaban sus libros para irse a comprar un ramo en la Rambla de las Flores o unas barritas de sándalo en los puestos de la Rambla de Santa Mónica. Estaba también cansado de las celebraciones en su tramo, la Rambla de Canaletas, casi lamentaba haber bebido de esa fuente porque quizás de no haberlo hecho ya habría regresado a su Buenos Aires natal en vez de soportar frío y calor entre la algarabía de festejantes. Eduardo ya no tenía equipo ni militancia y aquellas manifestaciones le dejaban una impresión de ridículo y vacío.
Gloria tampoco había celebrado la última liga, a ella ya no le interesaba el fútbol, ni siquiera había visto las imágenes de los destrozos en los telediarios. Seguía sus propios ritos, ajena a sus conciudadanos. Eduardo también era ajeno a las celebraciones, pero ya ni siquiera creía en rutas propias, se limitaba a caminar los pocos metros desde la calle Hospital hasta la calle Tallers para plantar su puesto con más pena que gloria. Gloria descubría novedades en sus miradas a lugares antiguos, era miope, pero sostenía la idea romántica de que su visión borrosa convertía el mundo en pinturas propias del pincel de Leonardo. Eduardo también era miope, pero no había hecho de su deficiencia visual un algo poético, incapaz de ver a lo lejos, su mirada se había vuelto hacia adentro, por eso sólo daba conversación por rutina; cargaba con su cortedad de vista y sus charlas ocasionales con la misma paciencia con la que cargaba con sus paquetes de libros y sus bártulos para apenas vender nada. Las mágicas ramblas de Gloria no existían para Eduardo.
Hacía veinticuatro años que las miradas de Gloria y Eduardo no se cruzaban, aunque él no había faltado a su puesto ni en los días de lluvia y ella había perdido la cuenta de los desamores vividos y conjurados en aquel paseo. A Gloria le asustó lo que vio en los ojos de Eduardo: una vida rota en su perderse en sueños no cumplidos, una mirada anciana que ya no respondía a la sonrisa de ella, simplemente ni la veía aunque posase los ojos en ella. Se asustó porque Gloria no quería marchitarse en una acera por especial que ésta fuese; mecánicamente buscó esas gafas que siempre llevaba en su bolso por si se terciaba ver una película subtitulada y se las puso. Se andaría con vista desde ahora, no fuese que también los sueños rotos marchitasen su sensibilidad antes de tiempo.
lunes, 08 de mayo de 2006
viernes, julio 07, 2006
CARMEN SÁNCHEZ Y CHARO BOLÍVAR en ES RACÓ LITERARI de 3 DE NIT, de IB3-Radio.
En un programa repleto de magia y sorpresas, Joana Pol nos trajo a dos escritoras que pisan fuerte en el mundo de la fantasía. Aquí tenéis un extracto del programa con la lectura que se llevó a cabo, EL CONTADOR DE CUENTOS, pero recomendamos encarecidamente que os bajéis el programa. No os arrepentiréis: el peso de la lectura recayó sobre Miguel Ill Ferrer, que además de un gran poeta a quien tendremos posibilidad de conocer un poco más a fondo la semana que viene, demostró ser un gran actor y un lector magnífico.
La particularidad de estas dos escritoras la descubriréis con su biografía y manifiesto: escriben juntas en una complicidad que da muy buenos resultados, como comprobaréis. No dejéis de visitar las webs recomendadas.
CARMEN SANCHEZ - CHARO BOLIVAR
-LEMA
No soy nada
Nunca seré nada
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo.
(Fernando Pessoa)
¡Por Dios bendito!, sentémonos en el suelo
Y contemos tristes historias sobre la muerte de reyes
(William Shakespeare, Ricardo II)
-BIOGRAFÍA
Nacimos en Jaén, hace ya más de cuatro décadas. En 1974 nos trasladamos a vivir a Barcelona, con toda la familia.
Por nuestro parentesco, siempre hemos estado en contacto. Comenzamos a escribir siendo niñas, y crecimos intentando conservar ese toque mágico de la infancia. A pesar de tener caracteres muy diferentes, compartíamos lecturas, música escritos y amigos. Nos gustaba imaginar aventuras y compartir ideas que después reproducíamos en papel. Nos escribíamos largas cartas, que todavía conservamos y nos arranca una sonrisa melancólica cuando las releemos.
Los fines de semana en los que nos encontrábamos intercambiábamos la continuidad de nuestras novelas. Nos divertía saber como había resuelto la otra, aquellas situaciones que inventábamos. Hablábamos de historias fantásticas mientras leíamos libros de Julio Verne, Shakespeare, Rudyard Kipling, Herman Hesse, Pearl S. Buck…, todos ellos llenos de aventuras que estimulaban nuestra fantasía para viajar a lejanos e ignotos lugares.
Ya en la adolescencia, mirábamos con envidia a los chicos del instituto pensando que en conocimientos estaban muy por encima de nosotras, por eso nuestra sorpresa fue mayor cuando adelantamos a muchos de ellos en un concurso de cuentos convocado por la asociación de vecinos del barrio, y en el que nos presentamos por separado,. Fueron nuestros primeros cuentos publicados bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Badalona.
Poco después, nuestros caminos se separaron, pero sin darnos cuenta caminamos por senderos paralelos, observándonos sin perdernos de vista.Tal vez, y gracias, a ese vínculo familiar que nos unía. Cada una construyó su vida, tuvo sus hijos y después de veinte años, rescatamos una de nuestras novelas de un cajón y nos dispusimos a reescribirla. Fue, y es Internet el que nos mantiene unidas en esta pasión por escribir, ya que vivimos a más de treinta kilómetros de distancia. Hoy en día, a pesar del poco tiempo que tenemos, nos dedicamos a esa novela como si fuese la búsqueda de un gran tesoro por descubrir.
Recordamos noches de largas charlas, de horas de risas y de melancolías expresadas. No sé como llegábamos a comprendernos; éramos tan diferentes. Pero hablábamos largamente ¿de qué?, no recordamos qué palabras podían llenar esas noches suaves y añoradas. Tal vez inventábamos un nuevo mundo mientras mirábamos la oscuridad del cielo desde la ventana. Apenas había estrellas, el cielo de Badalona no solía ser claro y transparente y al sucumbir el sol apenas se veía su luz. Charlábamos a pesar de nuestras diferencias y no sé que fue lo que decidió que nuestras vidas permanecieran juntas.
Ahora volvemos a decir cosas con pocas palabras, revivir las ilusiones añoradas y ver estrellas en los cielos encapotados y tristes. Llevamos muchos pasos por este camino que nunca creímos poder recorrer. Y sin embargo seguimos andando, construyendo sueños.
Para los pianistas es muy fácil tocar a cuatro manos, para nosotras también lo es “escribir a cuatro manos”. Mucha gente nos pregunta cómo lo hacemos, todo comenzó como un juego de niños. Quizás el secreto consista en la capacidad de aprender siempre, en dialogar y convencer con argumentos a la otra que aquel párrafo podría estar mejor de otra manera, que esa palabra podría sustituirse por un sinónimo más adecuado y que, al fin y al cabo, somos eternos aprendices.
Hemos publicado dos cuentos en 7 calderos mágicos, Web dedicada a la lectura, la literatura infantil y la educación
http://www.7calderosmagicos.com.ar
Otro de nuestros cuentos está publicado en liternautas.es.
Así mismo tenemos un blog donde ponemos nuestros escritos y que hemos modificado a nuestro gusto: www.carmenycharo.blogspot.com .
Os invitamos a todos a que os perdáis, como nosotras en los libros.
- MANIFIESTO
Dicen que la literatura fantástica no vende, que continuamente es rechazada por las editoriales, que en la actualidad Tolkien lo hubiese tenido muy mal para publicar. Pero, hoy por hoy, no nos importa. Escribimos lo que nos gusta, sin pretensiones, por el placer de escribir. Somos leales a nuestros sueños, y escribimos, simplemente, por que siempre hemos tenido la necesidad de escribir. Además, la edad te enseña a no tener prisa, que si algo bueno tiene que llegar, llegará sin duda alguna.
Cabalgamos entre Platón y Robert Graves, entre Valerio Massimo Manfredi, Michael Ende y Tolkien. Nos encanta imaginar viajes por el mundo, civilizaciones antiguas, hadas y duendes y cuando dormimos, seguro que lo hacemos recostadas en un prado de fresca hierba donde las náyades, sílfides y driades nos hechizan con sus cantos. Los elfos salen de entre los árboles para mirarnos curiosos y los trolls... los trolls sólo son piedras duras y herméticas.
EL CONTADOR DE CUENTOS

En el bosque de los diez sabios, donde todos los secretos del mundo se conocen, se había abierto un gran debate: el último Narrador de Cuentos había muerto después de explicar infinitas historias y ser condecorado en muchos países por su gran trayectoria literaria. Fue el invitado de lujo en muchas galas y su entierro fue tan fastuoso como su vida, aunque solo unos pocos sabían que muchos años atrás, había sido bendecido con un gran tesoro: el Saco Mágico de Todas las Palabras Existentes, que pasaba de generación en generación a lo largo de los tiempos. Cada vez que el último poseedor desaparecía buscaban al nuevo dueño por toda la tierra. Tenía que ser el más afectuoso y sensible contador de cuentos, para que gracias al poder que le otorgaran y sus innatas virtudes, poblase la tierra con las más bellas historias e hiciera más llevadera la vida de todos los seres vivos.
Los Sabios hablaron, discutieron y rezaron al Señor de los Bosques para que les otorgara el poder de la sabiduría. Después de toda una noche de meditación, se colocaron en una de las cuevas que había en el bosque y entrelazaron sus brazos sobre los hombros haciendo un círculo en torno a una hoguera. Colocaron el saco al lado del fuego y se fundieron en un ritual de cantos e invocaciones. Sus voces subían de tono y sonaban todas al unísono. El crepitar de las llamas ascendía provocando un humo denso que se entremezclaba con la música de sus palabras, y les envolvía de una atmósfera fantástica. Después de un instante, una eternidad para muchos, el Saco Mágico desapareció. Y supieron entonces que su nuevo dueño había sido bendecido con el poder de contar por toda la tierra sus historias.
En los círculos más altos de los hombres ilustrados, era sabido del poder que se otorgaba cada cierto tiempo a uno de ellos. Pero a pesar de que muchos lo esperaban con manifiesta ansiedad, ninguno parecía ser el poseedor de semejante virtud. Nadie había experimentado un cambio en la forma de contar sus historias, por lo que comenzaron a impacientarse. Los sabios del bosque escucharon las quejas de los hombres virtuosos que, desconcertados, pensaban que algo había salido mal. Fue entonces cuando decidieron hacer una búsqueda por toda la tierra para encontrar a la persona poseedora del gran tesoro y las águilas que tenían a su cuidado desplegaron sus alas en busca de la fortuna perdida. Al cabo del tiempo le dieron la respuesta: el resplandor mágico del Saco iluminaba la hacienda humilde de un viejo labrador.
- Cómo ha podido llegar a las manos de un pobre hombre? - se preguntaron.
-¿Qué error tan grave hemos podido cometer?
-Seguramente nos equivocamos al hacer el hechizo -dijo el Sabio de la Noche confuso, mientras se alisaba su espesa barba blanca.
-Nunca ha habido errores -sentenció rápidamente el Gran Sabio del Bosque-. Es la ceremonia que se hace desde tiempos remotos; antes que nosotros la hicieron nuestros padres y antes los padres de nuestros padres y así durante siglos. Nunca hubo error.
El más joven de los iniciados se separó del grupo, se acercó lentamente a una de las águilas que había conocido al viejo labrador.
-Dime Kira, ¿cómo era ese hombre? -le preguntó con voz suave.
El animal le miró a los ojos, entreabrió el pico y le habló en el mismo tono.
-Es un labrador con el rostro ajado y las manos callosas. Viste ropa desgastada y cava la tierra sin parecer preocuparse de nada más. Su cuerpo está ligeramente encorvado a causa de todo el trabajo que lleva haciendo a diario durante muchos años. Vive en una casita humilde junto a su mujer que tiene el mismo aspecto que él. No tengo duda de que son gente humilde y poco letrada.
Todos se miraban preocupados sin saber que hacer hasta que el joven Sabio de la Luz dijo que él iría hasta el poblado donde vivía el labrador para conocer algo más sobre la historia de este hombre. Debían cerciorarse de que el curso tomado era el correcto y que ninguna persona sin conocimientos tuviese el poder que correspondía a los sabios.
Todos asintieron mientras hacía uno de sus conjuros para aparecer en el poblado vestido como un aldeano más. Se paseó por el mercado que desplegaban los campesinos en la plaza del pueblo y comenzó a hacer preguntas sobre el nuevo poseedor del Saco de las Palabras.
-¿Matías? -dijo una mujer esbozando una gran sonrisa-. Es un buen hombre… Recuerdo un día hace ya mucho tiempo llovió tanto que nuestras casas se inundaron y nos tuvimos que refugiar en el colegio. Los niños lloraban asustados y entonces él comenzó a explicar maravillosas historias. Los niños se olvidaron de la tormenta y los mayores nos quedamos ensimismados escuchándole. Fue una noche entrañable.
-Sí, usted habla de Matías -dijo otro aldeano comprendiendo a quien buscaba-. Todo el mundo le quiere, cuando antes del amanecer cogemos nuestros atillos y vamos caminando hacia el mercado, él nos hace mas corto el camino contándonos sus historias.
El sabio pasó así todo el día escuchando testimonios de sus vecinos, que más que un viejo labrador era para ellos un apreciado contador de cuentos.
Luego decidió visitar a Matías en su vieja casa porque quería ver que efecto había hecho sobre él el Saco Mágico de todas las Palabras. El campesino le recibió con mucho agrado y le ofreció una suculenta comida cocinada a base de verduras recolectadas de su huerto, le enseñó como araba la tierra y lo que esta producía y le explicó todos los caminos por los que pasaba contando sus historias a los niños y a todas las gentes que le quisieran escuchar. Cuando volvía a su casa se sentía feliz por haber visto sonrisas en los que le escuchaban y daba las gracias por aquel don y hacer dichosos a los demás.
Mientras le escuchaba el sabio se dio cuenta de que Matías había empezado a explicarle una de sus preciosas historias, las palabras se convertían en melodía en sus labios y transformó la pequeña cabaña en un castillo, su perro en el guardián de los secretos y a su vieja mujer en la princesa más bella y entrañable, mientras él fluía en lo etéreo con su voz que ya no sonaba cansada sino alerta y tenaz entre las imágenes que el joven Sabio de la Luz vislumbraba.

Le escuchó toda la noche, trepando acantilados rodeados de halcones, surcando mares embravecidos y volando en un cielo límpido con tímidas nubes que escogían la forma a placer, alegrando los ojos cansados y los oídos asustadizos. Hablaba con tal énfasis y felicidad al contar sus cuentos que el sabio se embargó de su alegría y de su tristeza, de su emoción y de cada gesto que la cara rejuvenecida del granjero le hacía llegar entre sus palabras.
El joven sabio salió de su casa al amanecer, centelleando a un sol mortecino que se abría paso en el mismo cielo moteado de nubes. Les contó a los otros Sabios con gesto de emoción que el Saco Mágico de todas las Palabras había ido a parar al más entrañable contador de cuentos de la tierra. Algunos no le creyeron, pero tuvieron que admitirlo cuando poco a poco todos los caminos del mundo se llenaron de historias fantásticas y sorprendentes que los padres contaban a sus hijos, junto al fuego de la chimenea, al anochecer.
-MÚSICA que se pudo escuchar durante el relato:
Enya - Evening Falls
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MALLORCA FANTÀSTICA 2007

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