Como cada medianoche de los miércoles, en Es Racó Literari tuvimos un escritor, en este caso escritora. Una jovencísima autora llamada Helena Gómez, de sólo 15 años de edad, quien nos emocionó con la lectura de un fragmento de su obra, UNA CARGA DEMASIADO GRANDE. Como siempre, durante el programa fue entrevistada por Sandra Llabrés, y como cada semana se contó con la colaboración especial de la escritora mallorquina Joana Pol.
Lema: Todos, de una forma u otra estamos locos (Verónica decide morir; Paulo Coelho).
El estruendo de sus cascos pisa los sueños hasta convertirlos en desesperación…
BIOGRAFIA:
Em dic Helena, vaig neixer a Inca fa quinze anys, estudio 4rt de ESO i Desde molt petita m´ha apassionat llegir, em passava les nits demanant-li a la meva mare que em llegìs un conte sobre un pescador i la seva filla que venia a un llibre de históries de la índia. El meu primer llibre el vaig llegir amb set anys, Matilda, el vaig llegir d`amagat del meu germà, ja que era seu i l`havia de llegir per a l`escola. M`encanta llegir a Paulo Coelho, per les seves reflexions y la seva manera d`escriure. Jordi Sierra i Fabra també es un dels meus preferits… També m´agrada molt llegir llibres sobre esoterisme, egiptologia o mitologia.
Escric des de que tenia uns tretze anys, encara que amb vuit escriguès un petit conte de tres pàgines...peró la cosa es va quedar estancada fins als tretze, he anat fent els meus pintes i el que he pogut desde les meus escassos coneixements i dots i bé…Fins ara.
A més d´escriure la música també ocupa un lloc important en la meva vida, consitueix el segon dels meus somnis…Estudio 3r grau elemental a l`escola de música d`Inca i com a instrument toc la guitarra, tocar en un grup i arribar també al món de la música és també una gran aspiració per a mi.
Gustos i aficions? Tantes i tan mal ordenades… Tocar la guitarra, obviament llegir i escriure, dibuixar, veure i llegir manga;col.lecionar preus, poemes i lletres de cançons, mirar i remirar les pel.lícules d´en Tim Burton i qualcuna altre que ha tocat la meva fibra sensible, escriure cartes i…poc més, alguna cosa s´escaparà peró bàsicament es tot…
MANIFEST:
Qué per qué escric? Per què encara queden moltes históries per contar…Per què en agafar el paper i el bolìgraf o seure davant la pantalla de l `ordinador i escriure un parell de línies me`n vaig, d`aquest mòn per cercar-ne un altre, el que jo vulgui, no importa quin, el que jo vulgui crear…Per ficar-me a la ment d`altres persones i , d`alguna manera, encertada o no, reflexar el seu patiment, o la seva felicitat, o almenys intertar-ho. Per. què no m`importa escriure bè o malament, nomès m `importa escriure i arribar a l`ànima de qui vulgui llegir les meves paraules, i deixar la meva ment a les línies escrites sense cap remei, sense adonarme`n…encara que deixin molt que desitjar, encara que estiguin plagades de faltes d `ortografia i d`errors gramaticals, encara que tal volta el seu missatge no valgui la pena…peró almenys vull intertar-ho, i aixó no m`ho pot llevar ningú…
Lectura (FRAGMENT ESCOLLIT DE L’OBRA COMPLETA EN NEGRETA):
25/08/04
Escribo esto para ahorrar a los investigadores su precioso tiempo, para que no lo malgasten investigando la muerte de alguien tan miserable como yo.
Y creo que debería empezar contando mi historia, aunque sé que a nadie va a interesarle...
Como supongo deben saber las personas que lean esto me llamo Erika Hopkins y este nombre me lo pusieron las enfermeras de mi orfanato. Erika, era la hija de una de las enfermeras y Hopkins era el apellido de mi madre...
Tengo 16 años y los últimos 16 años de mi vida me he dedicado a intentar averiguar quienes eran mis padres y por que estoy en este orfanato desde que me alcanza la memoria, llegué a él recién nacida y por él ha ido pasando toda mi vida, una vida totalmente normal, la única diferencia es que esta no se desarrolla en un pueblo, en una ciudad o en un barrio sinó en un hospital de 1000 m(cuadrados).
Aprendí a hablar y caminar gracias a las enfermeras, que siempre me han tratado como a una hija, y en esa época tuve mi primera amiga...Al principio solo intercambiamos chupetes y nos chupábamos el dedo juntas, cuna con cuna... Pero poco a poco, a pesar de nuestra temprana edad, fuimos estrechando nuestros lazos, y el intercambiar chupetes paso a pasarnos mordedores y algún que otro muñeco que nos traían algunas organizaciones o las mismas enfermeras en un acto de caridad...Un buen día, mi amiga y compañera de juegos desapareció, y aunque en aquel momento no tenía conciencia suficiente para saber la razón, noté que algo desaparecía, algo ya no estaba...Y lo peor fue que nunca volvió. siempre dicen que mientras mas pequeños són los niños más posibilidades tienen de ser adoptados...Y en ella esa regla se cumplió...
Seguí creciendo y conociendo a todos mis compañeros de vida, algunos desaparecían y no volvíamos a saber nada de ellos, y otros permanecíamos siempre allí, fieles a nuestro destino, también llegaba gente nueva constantemente siempre de edades distintas...Y a medida que su edad aumentaba, era más triste verles entrar por aquella puerta... Recuerdo un día, cuando yo tenía cinco años. La puerta de nuestro cuarto se abrió y entró Sara, una de las enfermeras, con una pequeña niña rubia de ojos azules y de piel blanquecina, lloraba como nunca había visto llorar a nadie en mi vida, histérica, gritaba, pataleaba y le decía a Sara que la soltase que ella quería ir con su mamá... Nosotras dos nos miramos al oír aquel extraño nombre...¿Qué era aquello de mamá? , (Por aquel entonces para mí, mamá...era una palabra desconocida, para mí y para todos los que estábamos allí. Que no sabíamos lo que era eso, nosotros teníamos unas diez o quince “madres” cada uno dependiendo de la zona del hospital en la que estuviésemos, y todas ellas tenían nombres diferentes...A ninguna la llamábamos “mamá”...) Sara sentó a la pequeña en mi cama hasta que consiguió tranquilizarla y luego nos explicó que se llamaba Maite y que tenía 6 años, que de ahora en adelante sería una nueva compañera...Los primeros meses de Maite en el centro fueron muy duros...Gritaba por las noches y lloraba todo el día, eso por no mencionar los ataques de histeria parecidos a los de la primera vez que la vimos, aunque poco a poco fueron siendo menos intensos hasta que al cabo de más o menos un año, acabaron desapareciendo.
Al estar en la misma habitación, Maite, Ana y yo nos hicimos muy buenas amigas, pasabamos todo el día juntas y muchas noches nos quedábamos hablando hasta el amanecer, así pasaron dos años maravillosos.
Poco a poco, fuimos cogiéndole miedo a aquella palabra, nosotras y los otros cincuenta niños que vivían en el centro, la odiábamos con todas nuestras fuerzas y le temíamos más que al propio diablo: Adopción... Aquella palabra podía suponer dos cosas, o perdíamos a uno de nuestro amigos y no volvíamos a saber nada más de él, o, si Éramos elegidos, perdíamos a todos nuestros compañeros para ir a vivir a un lugar que nunca habíamos visto, con unos completos desconocidos que dirían ser nuestros padres a pesar de no havernos visto nunca, que al principio harían como si nos quisiesen, puesto que los primeros meses nadie quiere a nadie hasta que, cuando pasase el tiempo nos cogerían algo de cariño...Aquellos extraños a los que deberíamos llamar “padres” se sentirían orgullosísimos de haver salvado de una vida miserable a una criatura, pero nunca nadie se daba cuenta de que nosotros éramos felices en nuestro orfanato...Siempre haviamos vivido allí, de modo que para nosotros era el paraíso, pero de aquello nadie se daba cuenta. Así que cada vez que veíamos entrar a una pareja por la puerta del centro, el miedo reinaba en todos nuestros corazones y, si alguna pareja decidía ver las instalaciones, el caos reinaba en ellas, intentando ser cada uno más malo que el otro para no ser escogido, para que aquella gente corriese despavorida a salvar a algún niño de otro lugar... Con ese miedo crecimos todos, y a medida que crecíamos íbamos buscando nuestros objetivos, que siempre eran similares, averiguar quienes éramos, por que estábamos allí, saber quienes era nuestros padres o, por lo menos recordar sus caras, ni Ana ni yo, teníamos ni idea de cómo eran ellos, Ana llegó al hospital con tres años y tenía algunos deslices en la cabeza, eran escasos, y ni siquiera sabía si el protagonista de aquellas escenas era su padre, su tío, o el vecino que estaba cuidándola. Yo, en cambio, no recordaba absolutamente nada, todas las imágenes que pasaban por mi cabeza estaban protagonizadas por personas con bata blanca, a algunas de ellas aún las veía a diario, a otras ya no, debido a que se habían cambiado de trabajo. La única de nosotras que podía describir a su familia era Maite. A menudo nos hablaba de su escuela, de su padre, de sus abuelos...Pero sobre todo de su madre, de la que conservaba una foto, los ojos le brillaban al recordarla y las lagrimas siempre acababan cayendo acompañadas de aquella pregunta:¿Por qué?
La madre de Maite era rubia, como ella y tenía unos ojos penetrantes de color verde intenso, su piel era pálida y su expresión alegre.
Maite recordaba incluso el día en el que la perdió...Aquella estación de tren, el banco en el que la sentó y el dijo que iba a comprarle algo de merendar, que volvería enseguida, que la esperase...Curiosamente cuando se había alejado dos metros de ella, la madre de Maite volvió le dio un beso en la frente, la abrazó, y le dijo “perdóname”... Siempre que llegábamos a esta parte de la historia, Maite ya estaba tumbada en la cama, preguntando si había sido mala, si ese era su castigo...Nosotras, a pesar de nuestra temprana edad, la abrazábamos e intentábamos consolarla, siempre la tranquilizábamos, pero sabíamos que aquella escena la perseguiría para siempre y, que cada vez que se sentase en un banco o fuese a una estación de tren, lo recordaría, por suerte en el centro no había ni bancos ni estaciones, pero en el mundo exterior sí...
Así pasamos tres años estupendos, hasta que un día vimos entrar otra vez a un hombre y a una mujer por aquella puerta. La mujer asomó la cabeza para curiosear por la puerta de nuestro comedor, donde pasamos la mayor parte de la tarde, haciendo los deberes, jugando, y realizando todo tipo de actividades. Vi como después de dar un rodeo por la habitación con la mirada, sus ojos se clavaron en el asiento de al lado mío, en Ana... Dos semanas después, Ana entró en la habitación llorando, diciendo que la habían adoptado y que al día siguiente se iría a vivir a Tenerife con una pareja de Canarias, que había venido a Galicia solo para adoptar a una niña de su edad. Las dos la abrazamos y lloramos toda la noche. Maite le regaló a Ana una muñeca que le regalaron para navidad y yo le di un osito de peluche por el que siempre nos peleábamos cuando éramos más jóvenes. A la mañana siguiente, la directora entró en la habitación y le preguntó a Ana que si lo tenía todo listo, ella respondió que sí con una lágrima en la mejilla, la muñeca de Maite en una mano y mi osito en otra.
Ana salió de la habitación, la oímos caminar pasillo abajo y abrimos la ventana, para que, aunque fuese con la mirada, poder darle nuestro último adiós. Vimos cómo una mujer con el pelo y la piel morena la abrazaba y la subía en un coche rojo. Después, arrancaron para desaparecer por la larga carretera, aquella que siempre nos havíamos preguntado hasta donde conducía...
En el momento de su marcha, todas las ventanas del orfanato estaban abiertas, y detrás de ellas pequeñas cabezas miraban como otra vez pasaba lo mismo...Otra vez perdíamos a uno de los nuestros...
Después de aquel día, Maite y yo nos hicimos más amigas aún, recordábamos a Ana, y cada vez que pasaba alguna cosa importante, pensábamos en que hubiese hecho ella, luego, automáticamente, las típicas dudas, sobre que estaría haciendo, si sería feliz, si se acordaría de nosotras...Esperamos que nos enviase alguna carta desde su nuevo hogar, pero aquella carta no llegó nunca, ni ella, ni una llamada de teléfono el día del cumpleaños de Maite, ni en el mío tampoco, tal vez una postal en navidad, pensamos, pero el cartero debió extraviarla. La cama de Ana nunca fue reutilizada, ni entonces , ni ahora, que aún sigue vacía.
Maite y yo le cogimos más miedo a aquella palabra del que ya le teníamos, pensábamos que no, que Ana sería diferente, ella nos escribiría, se acordaría de nosotras, pero en los cuatro años siguientes no lo hizo, y nos consolábamos pensando que, al menos cuando mirase el osito recordaría los tirones que le dábamos y las sesiones de lloros cuando nos lo quitaban diciendo que o lo compartíamos o no se lo quedaba ninguna, que cuando mirase la muñeca de Maite recordaría que el día que se la regalaron, a ella le dieron unos patines, que nunca llegó a estrenar por que decía que quería una muñeca como la de Maite.
Maite y yo seguimos creciendo juntas, las típicas cosas de la niñez estaban presentes como en cualquier niño normal, el chico tan guapo de la habitación del 2º piso, Maite soñaba con volar, yo quería ser astronauta...
Y aquella frase tan temible... “Algún día tendremos que irnos de aquí” “Algún día nos adoptarán” cada vez que alguna de nosotras decía estas palabras, la otra la hacía callar, diciendo que no dijese esas cosas. Las dos sabíamos que era así, pero no queríamos aceptarlo, y si lo aceptábamos, no queríamos tenerlo presente.
Y, obviamente, aquel día llegó, no fue en iguales circumstancias que las de Ana, pero llegó.
Cuando la directora le dijo a Maite que quería hablar a solas con ella, las dos nos miramos asustadas sabiendo lo que aquello significaba...
Maite volvió a mi lado al cabo de un rato con su sonrisa de niña feliz desparramada por el suelo...
Me explicó que una pareja Catalana la había adoptado y que debía ir hasta allí, que no vendrían a buscarla como hicieron con Ana, sinó que ella tenía que ir hasta allí en avión, Que aún no sabía si iría sola o no, la directora le había dicho que tal vez a sus trece años ya pudiese ir sola, pero que dependía de si alguien estaba dispuesto a llevarla hasta Barcelona, que se iría dentro de dos días...
Nos miramos recordando el día en que Ana se marchó, Ana y tantos otros... Al saber la noticia el resto de compañeros que tenían más o menos nuestra edad vinieron y abrazaron a Maite. Alguien le dijo que no se preocupase, que todos dicen que se tiene una vida mejor...
Los dos días siguientes fueron los más largos y los más cortos de mi vida, aquel momento que tanto temíamos había llegado, la felicidad que nos proporcionaba el pensar que nos llegaría nunca tardó poco en desvanecerse...Todo el mundo se acercaba a Maite, todos la abrazaban , todos le hacían regalos, todos le pedían que nos recordase... Le hicimos un mural con todas nuestras firmas, dibujos, fotos de cumpleaños, etc. Maite lloró e emoción y nos prometió que no nos olvidaría jamás. El día que debía irse, Maite me hizo el mejor regalo que podía hacerme, me entregó algo que para ella valía más que todo el oro del mundo, pero solo valía eso para ella, y, ahora, para mí. Me regaló la foto de su madre, me dijo que había llegado el momento de dejar todo aquello atrás, todas aquellas dudas, todos aquellos llantos (paradójicamente, al decirme esto, ella misma estaba llorando), de preguntarse por qué estaba allí, por que ahora tendría otra cosa más parecida a una familia, aunque nadie entendiese que en aquellos momentos, su familia era lo que iba a dejar, a Sara, Marta, Sonia y a Itziar, las enfermeras que más se ocupaban de nosotras, a Mara, la mujer que arreglaba las habitaciones y siempre nos levantaba malhumorada a las ocho de la mañana por que tenía que limpiar, a los demás, sus hermanos...Que aquella era su familia, su verdadera familia...
Quise acompañarla hasta el aeropuerto, pero no me dejaron. Tuve que conformarme con mirar como subía en el taxi acompañada por la directora del hospital y me decía adiós con la mano, desde el asiento de atrás...
Desde aquel día, todo cambió, ya no tenía con quien hablar, mi habitación estaba vacía, solo estaba yo y las dos camas en las que antes habían dormido mis amigas. Aquellas camas donde saltábamos a veces cuando éramos pequeñas, donde lloramos las tres juntas cuando Ana se fue, donde lloré con Maite los dos días anteriores, aquella habitación, aquella habitación que guardava tanto recuerdos... Ahora estaba vacía, solo yo estaba allí para custodiar todo lo que allí se almacenaba...
A la hora de las comidas, la mesa en la que Maite, Ana y yo nos sentábamos también estaba siempre vacía cuando yo llegaba la última de recoger mi bandeja, ya no había guerras de comida, ni tampoco Maite escondía la patata asada en la servilleta por que no quería comérsela, solo yo y aquella mesa vacía...Cargada de recuerdos...
Los días fueron pasando y las cosas seguían igual, poco a poco dejé de sentarme en nuestra mesa e intenté integrarme con otros grupos, nadie me reprochaba, es más, era bienvenida, pero me sentía una intrusa...
Un buen día, Itziar entró en la habitación a las ocho de la mañana, antes de que Mara me despertase como solía hacer cada mañana. Me zarandeó con una sonrisa en la cara y me dio un sobre que iba dirigido a mí, miré en remite y vi que era una carta que venía de Barcelona de una tal Maite Obiols Salas. En ese momento no entendí muy bien quien era aquella chica con aquellos apellidos tan raros, pero enseguida me di cuenta e histérica, le quité la carta a Itziar de las manos y leí:
Querida Erika: 12/02/99
Como puedes ver ya he llegado a mi nueva casa. Vivo en el centro de Barcelona, la verdad es que es un sitio muy bonito y la gente me trata bastante bien. ¿Has visto que nombre tengo? Me llamo Maite Obiols Salas ¿Suena bien? Me cuesta acostumbrarme, cuando me llaman por el apellido en la escuela no me giró hasta que no me gritan Maite.
Mis nuevos “padres” son muy simpáticos y entienden que os eche de menos, la dirección del orfanato para poder escribir me la ha buscado mi “padre”, dicen que por qué me haya ido de allí no tengo por que perder el contacto con mis amigos de siempre. Los primeros días no era capaz ni de mirarles a la cara, me sentía una extraña en esta casa,(¡por cierto vivo en una casa enorme! Con dos pisos y jardín, tienes que venir a verla) pero poco a poco me he ido acostumbrando, aunque aún se me hace raro comer en un plato en vez de en una bandeja azul y en sillas en vez de bancos, pero me voy acostumbrando. Me han apuntado a una escuela, sí, de esas que salen en las películas que tocan los timbres y los niños llevan mochilas. Aún no he hecho amigos allí, pero espero que a medida que pase el tiempo empiece a coger confianza. Por cierto ¿Qué tal todo por allí? ¿Algo nuevo? Espero tu respuesta, cuentame que tal todo por el orfanato. ¡Ah! Y dale recuerdos de mi parte a Itziar, Marta, Sonia y Sara, también a Mara.
Besos y abrazos
Maite
PD: A pesar de que todo me vaya tan bien, os echo mucho de menos.
Cuando terminé de leerla Itziar seguía allí, sentada en lo que fue la cama de Ana. Me miraba sonriendo, esperando a que le dijese lo que ponía aquel folio. Se lo tendí sin poder borrar la sonrisa de mi rostro e Itziar lo leyó. Cuando hubo terminado, me devolvió la carta y me dijo: “Contestale ahora mismo ¿vale?” asentí con la cabeza y así lo hice. Cuando terminé metí el papel en un sobre y después se lo di a Marta para ver si podía tirarla al buzón. Aceptó encantada.
Los días siguientes mi felicidad volvió, era feliz, aunque estuviese sola allí, en la otra punta de España, en Barcelona havia alguien que se acordava de mí...Maite era diferente...
Aquella felicidad duró poco más de un año, puesto que Maite siempre tardaba mucho en contestar sus cartas. Llegó otra carta suya a mis manos, pero la contestación de la siguiente nunca llegó. Llamó para felicitarme cuando cumplí los trece años, pero esa fue la última vez que supe algo de ella. Me desengañé bastante, pero en el fondo sabía que eso acabaría pasando... Ella ahora era muy feliz con su nueva vida, y no le interesaba enviarle cartas a una muerta de hambre que llevaba trece años en un orfanato...O tal vez estaba demasiado ocupada... En ese momento perdí todas las esperanzas y me limité a esperar ser adoptada y, mientras tanto, intentar averiguar quien era. Aunque tanto una cosa como la otra fueron en vano, han pasado tres años desde que recibí la última llamada telefónica de Maite y sigo aquí. Encuanto a averiguar mi pasado pregunté a todas las personas posibles pero siempre me negaban diciendo que no lo sabían...
Por fin, ayer por la mañana, Marta, vino a mi habitación y me dijo que después de tanto tiempo, creía que ya era lo suficientemente mayor como para conocer la historia de mi familia y para saber quien soy.
Mi madre se llamaba Elizabeth Hopkins y era una joven ejemplar, todo el mundo la quería, era una buena amiga y una buena alumna. Era una alumna de notable en el instituto y siempre sacaba las mejores notas. Pero como adolescente que era, le encantaba salir los sábados por la noche.
Años atrás en un sábados de esos, se topo con un tipo extraño en medio de la oscuridad cuando regresaba sola a su casa. Este la miró por lo bajo al pasar sin que ella se diera cuenta e inocentemente siguió andando. Giró la esquina y se adentró en el callejón que atajaba para llegar a su casa, tan solo estaba a unos metros de esta cuando...
Él se levantó del banco en el que estaba sentado y la siguió, aceleró el paso sigilosamente y cuando estaba detrás de ella, la agarró por detrás tapándole la boca para que no pudiese pedir auxilio. Ella intentó sacar su móvil para alertar a alguien pero él se dio cuenta, le quitó el aparato de las manos y lo tiró al suelo.
Entonces la arrastró hasta su coche que estaba solo a unos metros de allí, lo primero que hizo fue meterle un trapo en la boca y asegurarlo con esparadrapo para que no lo escupiese, después la ató de pies y manos y la metió en el maletero de su coche.
Condujo hasta un descampado fuera de la ciudad, la sacó del maletero y la colocó en el asiento trasero del coche. Alli fui concevida en contra de la voluntad de mi madre mientras esta lloraba y forcejeaba desesperadamente pero en vano. Cuando acabo con ella la dejó allí tirada en medio del campo y desapareció dejándola allí sola, sumida en la mas profunda desesperación.
Ella se quedó allí llorando. Llorando por no haber respetado el castigo que su madre le había puesto ese día. Era el primer castigo que le habían puesto en toda su vida, y ella no lo había respetado. Lo recordaba perfectamente “Hoy no sales” esa frase resonaba en su cabeza una y otra vez atormentándola en aquella oscura noche interminable.
Echa una furia ella se fue a su cuarto, espero a que su madre se durmiese y luego se escapó por la ventana del chalet. Ya sabía que no debería haberlo echo pero es que se pasaba toda la semana estudiando con el único aliento de salir y la castigaban, solo por no haber arreglado su habitación, era injusto.
Pero ella lloraba pidiendo perdón a su madre una y otra vez, su madre... como la echaba de menos... Probablemente no la volvería a ver, ¿por qué no podría haber respetado el castigo y quedarse en su casa viendo la tele como hace el resto de la semana? ¿No podía imaginarse que era lunes?
Ahora estaba atada de pies y manos y no se podía mover, ni siquiera podía gritar teniendo un calcetín en la boca. Tampoco sabía donde estaba, solo sabía que aquello no era su ciudad y que jamás la encontrarían.
Pasaron varios días, días que le parecerieron años, ya no podía más el hambre no la dejaba continuar y sólo deseaba morir ya para dejar de sufrir de una vez. Cuando el hambre ya no la dejaba seguir y la sed amenazaba con deshidratarla, cuando se le empezó a nublar la vista de los ojos y creyó que ya era el fin que por mucho que luchase, lo que era evidente que pasaría ya iba a pasar de una vez, una cabeza con gorra de policía apareció por encima del arbusto que la tapaba y muy exaltado gritó:
-.!Esta aquí!
La llevaron a un hospital, y allí estaba su madre esperándola con los brazos abiertos y los ojos llenos de lágrimas. Le pidió perdón una y mil veces por no haberla escuchado pero su madre le dijo que aquello ya no importaba, que lo único que le importaba ahora es que ella estaba bien. No tardó mucho es recuperarse y volver a su vida normal.
Al cabo de un mes, un sudor frío le recorrió la frente cuando se dio cuenta de que no le había venido la regla .Muy asustada corrió a la farmacia a buscar un test de embarazo, con las manos temblorosas, leyó las instrucciones, y cayó desmayada al suelo cuando se dio cuenta de que le resultado era: Positivo.
Estaba muy asustada, no sabía que hacer. Su madre le dijo que abortase, que no podría soportar la terrible carga de verme y recordar aquella noche en la que nací en su vientre.
Pero ella no le hizo caso, decidió quererme y criarme como mi madre que era, por que aunque fuese la huella de aquel mal nacido también era hija suya y no le importaba nada más. Mi abuela le dijo que sinó abortaba que se olvidase de que su hijo tenía una abuela y de que ella tenía una madre. A ella no le importó y le dijo que no pensaba acabar con una vida humana por oscuro que fuera su origen. Mi abuela, volvió a su país natal(Argentina) ya que era una inmigrante, dejando a mi madre completamente sola, ya que su padre había muerto hacía mucho de cáncer de pulmón.
Al cabo de nueve meses mi madre rompió aguas. Fue un parto muy complicado, luchó con todas sus fuerzas, pero no fue suficiente, no fue suficiente por que murió intentando que yo viviese.
Mi madre había muerto, mi abuela además de que estaba en otro país no quería saber nada de mi, por que ahora, además de que me odiaba ya, por razones que ya conocen, me echaba la culpa de la muerte de mi madre.
Me llevaron a un orfanato “temporalmente” hasta que viniese algún familiar mío a buscarme pero allí nunca apareció nadie.
Ahora tengo 16 años, y llevo toda mi vida en este maldito centro, no tengo amigos, pues los pocos que he tenido han sido adoptados y no he vuelto a saber nada más de ellos. Ahora se que estoy condenada a pasar aquí asta que cumpla la mayoría de edad y cuando salga, de todas maneras, no tendré donde vivir, pues no tengo ningún tipo de fuente de ingresos.
No tengo familia y la poca que tengo, además de no saber si sigue viva, ni siquiera quiere oír hablar de mí. Tampoco tengo amigos ni conozco a nadie fuera de este lugar, así que he decidido hacer algo que debería haber echo hace ya mucho tiempo, aunque me ha costado robar un cuchillo de la comida para terminar con mi miserable vida.
Es más ni siquiera debería haber nacido, debería haber sido yo la que hubiese muerto en aquel parto, mi madre aún podía ser feliz, pero yo, yo ya estaba perdida desde el momento en que ella murió. Mi madre murió por mí, y no sirvió de nada por que aún así soy una infeliz, mi madre murió por mí y en vano. Y eso es algo que ni ahora ni nunca podré soportar, es una carga demasiado grande para mí.
ERIKA HOPKINS
No hay comentarios:
Publicar un comentario