El autor de la semana en el Rincón Literario de 3 de Nit fue Andrés Moreno Galindo, a quien la popular presentadora Sandra Llabrés y la escritora mallorquina Joana Pol entrevistaron en la medianoche del miércoles en IB3-Radio.
Lema: "El sobresalto en el último suspiro".
Biografía:
Me llamo Andrés Moreno Galindo, tengo 40 años y vivo en Sant Quintí de Mediona, un pequeño pueblecito en el corazón del Penedés, tierra de vinos y cavas de Catalunya, hacia donde huí hace ya unos años proveniente de Cornellá de Llobregat, ciudad dormitorio del extrarradio de Barcelona que, como otras, ha nutrido de trabajo y sudor las fábricas catalanas desde los años 60. Siempre he leído, recuerdo a un niño de diez años, ya con la vista cansada de fijarla en las letras, leyendo asombrado las peripecias de Robinson Crusoe, de Jim Hawkins, de Guillermo Brown, y uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia fue el regalo de un inmenso saco de tebeos usados que dieron para muchas semanas de lectura. Luego ya descubrí a Poe, Lovecraft, los autores de terror gótico, y en general a todos los maestros de la literatura de terror, género que ha sido siempre mi favorito, y que siempre he defendido contra las acusaciones gratuitas de falta de profundidad y contenido. Para bien o para mal, mi forma de escribir está fuertemente influida por Poe y el resto de la pandilla, lo que hace que mucha gente encuentre mi estilo farragoso, retorcido y preñado de adjetivos. Reconozco esas críticas, pero siempre he escrito así y no creo en los cambios forzados de estilo, sobrellevo esa carga con gusto, es una de las pocas cosas que no veo necesario cambiar después de tantos años de continuas concesiones en la También me gusta pensar que contribuyo modestamente a mantener vivo un idioma que en la actualidad está siendo masacrado por el mal uso de las nuevas tecnologías, la falta de cultura de los comunicadores que deberían dar ejemplo y masacran continuamente nuestra lengua, y sobre todo por la penosa educación que se imparte en la actualidad, fruto de una desquiciada política educativa que está hipotecando el futuro cultural de nuestro mundo.
Reconozco como uno de mis principales defectos la desidia y la pereza a la hora de escribir, me cuesta horrores ponerme a la tarea, en eso envidio a tanta gente que siente la necesidad acuciante de escribir cada día, creo sinceramente que podría haber hecho algo más en este mundillo de haber tenido más fuerza de voluntad, pero uno es así, volvemos al fatalismo. Mi modesta producción literaria engloba un puñado de cuentos de terror, entre los que destaco "Inercia", "El túnel", "El marino", "Rómpeme, mátame" o "El ánfora". "El túnel" fue traducido a un primoroso inglés por el excelente traductor australiano Vivian Stevenson, y algunos de mis relatos fueron leídos en el marco del
También he perpetrado algún relato fuera del ámbito del terror y he escrito algunos poemas, estos sí relacionados con el terror, más que nada por lo malos que son. He diseñado y mantenido durante varios años la página literaria "El Gato de Hank", donde he publicado todos mis cuentos, junto con las creaciones de un buen puñado de escritores en lengua hispana, y actualmente estoy realizando una página web a medias con mi amigo Ginés Torres, donde publicaremos nuestros trabajos presentes y futuros. Aunque la cultura se diluye un poco en ese inmenso monstruo llamado Internet, creo firmemente en el poder de la web para dar a conocer a escritores noveles. Respecto a mis aficiones, soy un fanático de la historia de la Antigua Roma, y he intentado plasmar ese amor en el relato "El ánfora". Simplemente espero hacer pasar a mis lectores un buen mal rato, eso es todo.
Manifiesto
Creo que, por lo menos en mis cuentos de terror, trabajo para el lector, con esto quiero decir que busco con ahínco que tenga lo que quiere cuando lee un cuento de horror, esto es, un excitante escalofrío que sube por la espalda y estalla en tu cabeza, justo lo que siento cuando leo uno de los mejores relatos de terror que se han escrito jamás, "El emisario", de Ray Bradbury. El horror en la última frase, y si puede ser en la última palabra, la sorpresa, el desenlace terrorífico, esas son mis metas.
Mis relatos
INERCIA
Por Andrés Moreno Galindo
Siempre he sido una persona de costumbres. O, mas bien, una persona de inercias porque, bien pensado, cuando adoptas una costumbre es porque la misma te proporciona una satisfacción constante, aunque ésta sea casi insignificante. Sin embargo, ser una persona de inercias conlleva altas dosis de aburrimiento, hastío y una sensación de dejadez y laxitud, de falta de lucha. Siempre que reflexionaba sobre el tema, me venía a la memoria un párrafo de la magnífica novela de Graves sobre Claudio, en el que el viejo emperador, enfermo, cansado y hastiado de las constantes traiciones y conjuras que a su alrededor se sucedían, se sentía como un viejo leño arrastrado por la corriente de un río, dejándose llevar mansamente hacia el fin. Una sensación parecida era la que sentía yo, al repetir día tras día, noche tras noche, las mismas cosas, no porque encontrara deleite en ellas, sino porque me negaba a luchar contra la corriente, a buscar otra alternativa, a dar un golpe de efecto que cambiara mi vida y me liberara de las ataduras de una vida repetitiva y carente de emociones y alicientes. Podéis llamarlo pereza, falta de energía, espíritu conformista, pero el hecho cierto era que me había dejado atrapar por una serie de múltiples y pequeños compromisos de los cuales no podía o no quería escapar, a pesar de que gran parte de ellos hacía tiempo que habían perdido su interés inicial para mí. Por inercia tomaba siempre la misma ruta para ir al trabajo, por inercia desayunaba siempre con los mismos compañeros, desgranando sin convicción los mismos tópicos que se perpetuaban en nuestras conversaciones desde hacía ya demasiados años. Por inercia leía el mismo periódico, comía lo mismo en el mismo restaurante, bebía la misma marca de vino, la misma marca de licor, y así ad infinitum. Me veía encorsetado por múltiples de pequeñas ligaduras en los momentos en los que presuntamente podía dar rienda suelta a mi imaginación y libre albedrío. Si algún día alguien lee esto, estoy seguro de que pensará que fui la persona más aburrida y poco excitante de mi tiempo, y tendría razón, sólo que ese dudoso honor lo compartía desde hace años con mi buen amigo R., cuya existencia seguía un rumbo totalmente paralelo al mío. Habíamos sido compañeros de estudios desde la primera infancia, después habíamos compartido las nada excitantes diversiones de nuestra adolescencia, y por fin habíamos acabado desempeñando el mismo tedioso y monótono trabajo en una oficina poblada de moluscos humanos como nosotros, que como nosotros también se dejaban llevar perezosos y ajados por la corriente. Y así como la inercia nos arrastraba a desayunar lo mismo desde hacía más de treinta años, nos veíamos arrastrados a la partida de ajedrez de los sábados, partida que, indefectiblemente, tenía lugar en mi casa, por un motivo que se nos escapaba a los dos, si es que en algún momento habíamos llegado a reflexionar sobre él. El ritual, creo obvio contarlo a estas alturas, era siempre el mismo. R. llegaba a las 11 en punto, colgaba su chaqueta y su sombrero en el perchero del recibidor y juntos pasábamos a mi pequeña biblioteca, donde una vieja lámpara proporcionaba a la estancia una luminosidad mortecina y desvaída. Nos sentábamos y jugábamos en silencio hasta las doce o doce y cuarto, dejando casi siempre la partida inacabada, momento en el que apagábamos las luces y nos sentábamos en sendos butacones frente a la chimenea, fumando, bebiendo jerez y charlando de insustancialidades hasta bien entrada la noche.. El sabor del jerez y del tabaco de pipa, las cambiantes sombras en nuestras caras provocadas por el movimiento de las llamas, la pausada conversación, todo proporcionaba a esos momentos un encanto especial, aburrido pero placentero. Sólo en contadísimas ocasiones habíamos renunciado a este ritual, quizás el menos desagradable de los miles que componían el devenir de mi existencia. De hecho, estoy escribiendo esto una hora tan sólo después de haber despedido a un R. Bastante más excitado que de costumbre. Todavía puedo verlo sentado delante de mí, con un leve temblor en la mano que sostenía su copa de jerez. Su conversación de esta noche, mas bien su monólogo, ha supuesto una brusca variación de nuestras habituales charlas insulsas. Sí, todavía oigo su voz.
- Le aseguro, mi querido H., que he tenido una endiablada suerte esta tarde. Circulaba a una velocidad moderada por la carretera que conduce a la costa, cuando he podido esquivar por los pelos a uno de esos condenados turistas de la ciudad que ha hecho caso omiso de una señal de stop. De pronto, me he encontrado frente a mis narices un deportivo rojo, y he tenido el tiempo justo de dar un volantazo y esquivarlo. Créame si le digo que ha sido cosa de centímetros. – R. hizo un gesto de alivio y sorbió con deleite su jerez- Estas son las cosas, H., que le hacen a uno plantearse el porqué de su existencia. Uno lleva una vida sosegada, tranquila, sin sobresaltos, pretendida y pretenciosamente segura, y un buen día el destino pone en tu camino a unos turistas locos y todo se desmorona como un castillo de naipes, y espero que me disculpe por este símil tan manido. En fin, amigo H., he decidido disfrutar un poco más de la vida, salir más, hacer incluso un viaje por el extranjero. Siento como si el incidente de esta tarde hubiera sido un guiño del destino, un aviso de que una vida aburrida y tranquila no garantiza un final aburrido y tranquilo. Sí, creo que voy a cambiar un poco mis hábitos, salir de la rutina, dar un pequeño golpe de mano en mi vida. En fin, estimado H., creo que ya va siendo hora de marcharme. Todavía me siento un poco aturdido. Creo que un largo y relajante sueño me hará bien.
Sí, todavía me parece verlo levantarse y caminar levemente tambaleante hacia la puerta, bastante presentable para las circunstancias. Y digo esto porque también para mí ha sido un día fuera de lo normal, lleno de incidentes. A media tarde he tenido que ir a identificar el cadáver de mi amigo R., muerto en accidente de circulación, al chocar de frente con un deportivo rojo en la carretera de la costa. Su cuerpo había quedado prácticamente intacto. Sólo una horrible herida en la nuca, la que le había causado la muerte, la misma que yo había visto al girarse para marchar hacia la puerta. En fin, les dejo, he de subir a acostarme. Por cierto, qué cabeza la mía, se me olvidaba algo. Demasiadas emociones para un tipo tan aburrido como yo. El caso es que R. no viajaba solo. Resulta que mañana es mi cumpleaños, y R. tenía que acompañar a mi mujer a la ciudad para comprar mi regalo. Ella ha tenido menos suerte. El impacto del choque la hizo atravesar el parabrisas de coche de R y la lanzó encima del deportivo rojo, segundos antes de que comenzara a arder. Su cuerpo ha quedado totalmente calcinado, un horrible amasijo negro con una espantosa expresión en su rostro. Pobre paloma mía, cuanto ha debido sufrir.. Ahora sí que les dejo. He de subir a mi dormitorio, a nuestro dormitorio. Alguien –o algo- me espera. Y yo lo comprendo. Ella también era lo que podríamos denominar una persona de inercias.
RÓMPEME, MÁTAME
“Tus ojos ya no me miran, son tus labios dos mentiras. Tu lengua insulto y caricia, pero así me siento viva”
Trigo Limpio
Canción “Rómpeme, mátame”
Ya está otra vez aquí, en la casa, ya llega, ya puedo oír el sonido de sus pisadas subiendo por las escaleras, tambaleándose en la oscuridad, ya puedo sentir el calor del infierno que arde en su mente y quema las lágrimas que brotan de sus ojos, ya puedo notar la cólera, ya puedo ver su mirada demente, sus manos engarfiadas, intentando atrapar su inocencia perdida, el olor del cuerpo de una niña en un baile del colegio, el tacto del pecho de alguien cuya cara se desdibujó hace tiempo, ya puedo ver su rabia creciendo, buscando, buscándome. Y yo estoy aquí, tumbada en la cama de esta habitación, esperando, como siempre, aterrorizada, mirando fijamente la puerta, el pomo, y aunque la muerte acabó con el miedo a sus golpes, lo ha sustituido por la horrible certeza de que la muerte no nos ha separado, de que él seguirá viniendo, noche tras noche, cada día más desesperado, cada día más enloquecido. Podría salir de aquí, abandonar esta casa, pero nunca lo he hecho, y nunca lo haré. El exterior me da miedo, me da más miedo que él. No puedo internarme en esas calles solitarias, me mareo, al cabo de unos metros todo se desdibuja, los colores se difuminan y los objetos se me antojan carentes de energía, como manchas lechosas en un paisaje muerto. Y prefiero quedarme en esta habitación, mirando hora tras hora la bombilla que cuelga del techo, fijamente, fijamente, hasta que puedo oír el zumbido de la electricidad dentro del cristal. También sigo los contornos del papel pintado de las paredes, enlazando sus líneas, formando caras, cuerpos, edificios, y así he construido, durante años, mundos enteros, ciudades inverosímiles, generaciones de seres imaginarios que han vivido y han muerto dentro del papel. Hasta que llega la hora, hasta que oigo la puerta de la calle abrirse, y pienso que no debería oírla, y siento que la muerte se burla de mí, que revienta de risa observando mi terror y mi estupefacción mientras me susurra al oído: “toda la eternidad, toda la vida y toda la muerte”. Giro la cabeza y veo la pistola encima de la mesita de noche, que también se burla de mí, con los restos de su carga de muerte hibernando en su fría ánima, provocándome como aquella noche de hace años, pidiéndome que vuelva a empuñarla y que vuelva a avanzar hacia él sujetando su culata con una mano crispada. Un solo disparo, y la cara amada, la cara mil veces cubierta de besos, mil veces venerada y luego odiada mil veces fue arrasada por el plomo candente, y así sigue, noche tras noche, y hace ya tantos años...
Lo oigo tras la puerta. Él también tiene miedo, puedo sentirlo supurar a través de ese torbellino de frustraciones, recuerdos, furia y demencia que es su mente. Lo sentí el día del entierro, cuando, susurrando su furor sordo y apenas contenido a través de la madera del ataúd, me dijo que volvería, que aquella misma noche volvería, que no le importaba la muerte, que le esperara porque volvería, y lo hizo. Y yo estaba allí para esperarle. Como ahora, encogida y sumisa ante ese hombre enloquecido que quiere volver a ser un niño y no puede, que intenta golpearme y me escupe a la cara su resentimiento, su desconcierto, que busca culpables, que quiere señalar a alguien como al causante de sus desgracias, que me ha convertido en el gatito al que se tortura sin motivos, sin causa aparente. Porque él tampoco es libre, también de él se burló la muerte. Y vuelve a casa, noche tras noche, porque ya no sabe hacer otra cosa más que buscarme para seguir odiándome y seguir gritándome su odio a la cara. Porque aunque ahora ya no me puede golpear, y ya hace tiempo que dejó de intentarlo, necesita herir de cualquier manera a ese ovillo de carne acurrucada en un rincón que tiembla, que reza a un Dios en el que no cree, que intenta cerrar los ojos pero no puede, que sólo desea verle caer sobre la cama y dormirse musitando incoherencias entre gemidos para acostarse al lado de ese desquiciado horror que hace una eternidad cogía su cara y miraba sus ojos con centelleos de amor y deseo infinito en su mirada.
Ya nadie viene a la casa. Tras la Noche de la Muerte, casi todo el mundo creyó la historia del suicidio, todos esperaban algo así; en cierta manera suspiraron aliviados, y alguno de nuestros viejos amigos hicieron de tripas corazón y acudieron a la casa, pero progresivamente dejaron de venir, dejó de interesarles la compañía incómoda de una especie de fantasma desorientado que hacía un esfuerzo por enfocar una mirada perdida y vacía hacia ellos, sin importarle lo más mínimo lo que le decían, sonriendo estúpidamente desde el sillón. Lo prefiero. Sus rostros y sus cuerpos también se desdibujaban progresivamente, se me antojaban maniquíes en movimiento, o esos modelos de figuras de madera que utilizan los pintores y que pueden adoptar diferentes posturas. Me alegré cuando el último amigo dejó de aparecer por la casa. Ahora estamos solos los dos, y de la misma manera que hace tiempo vivimos nuestro paraíso vivimos ahora nuestro infierno, juntos, juntos para toda la eternidad. Y yo sólo sé que su odio es tan grande que ha vencido a su locura y a su horror, y vuelve a subir las escaleras cada noche, camina por el pasillo en tinieblas y abre la puerta de la habitación donde yo le espero, y sabe que mi miedo es infinito, que lo puede sentir, aunque tras la Noche de la Muerte, cuando en el forcejeo la pistola se disparó a bocajarro sobre mi cara, mi rostro no pueda reflejarlo...
Cornellá de Llobregat, 19 de Julio de 2001
Canción:
Paul Roland es un bicho raro dentro del mundo de la música. Fuertemente influenciado por la época victoriana y por el terror gótico, sus canciones están trufadas de fantasmas, ahorcados, doctores enloquecidos, psicópatas, etc. Tiene una voz dulce y suave y sus canciones son un atinado cruce entre la electricidad y la acústica, donde conviven sin problemas guitarras eléctricas con violoncelos y clavicordios, la tormenta y la calma. Quizás una de sus mejores canciones sea "Candy says", sobre la amistad de una niña con un amigo imaginario. Una canción donde conviven el horror y la ternura, una de mis favoritas.
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MALLORCA FANTÀSTICA 2007
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8 comentarios:
UN GRAN PROGRAMA, y una lectura estupenda. Me gusta mucho el video, me gustaria saber como haceis para escoger las musicas y las imagenes que complementan de forma tan ideal los relatos de los autores.
Carlos Riera elije la musica de fondo segun creo, los videos no se quien los monta con los ejectos especiales, eso si que se note que joana pol es pintora que ella es la que elije las imagenes. yo por cierot me encanto el programa de andres moreno y me quede con las ganas de escuchar el final que estaba muy interesante. lo que me gusta mas de todo es que las lecturas participa mucha gente y todos ellos lo hacen muy bien.
Perdona pero en ib3-radio es la radio autonomica de las Baleares, y tienen un gran fondo musical. A mi me han explicado que la música de fondo la suele escoger la propia Sandra Llabrés casi siempre, aunque en los programas que Carles Riera y Joana Pol hicieron sin Sandra Llabrés supongo que la música la escogió Carles que es el otro profesional de la radio.
Andrés MOreno, una gran entrevista. El programa estuvo muy entretenido.
hola
me gusta mucho el video
puedo preguntar quien es la chica que narra
tiene una voz preciosa y ademas te hace pasar miedo autentico
¡Hola! La voz es de Sandra Llabrés, la presentadora del 3 de Nit de IB3-Radio.
Hola, amigos. Soy Andrés Moreno Galindo, el autor del texto que se leyó en la radio. Yo también quisiera unirme a los aplausos hacia el tratamiento del texto, tanto la lectura como el video que se ha realizado, se nota que se lo han "currado" y lo han hecho con cariño, por eso me siento doblemente honrado. Celebro que os haya gustado. Un saludo a todos.
Por cierto (vuelvo a ser Andrés Moreno, el autor plasta), ¿alguien sabe cómo puedo guardar el vídeo en el disco duro, hay alguna manera de capturarlo? Gracias por vuestra ayuda, prometo no seguir dando la brasa (de momento).
Mireu, un altre Andrés Moreno (aquest és de Barcelona ha fet aquest vídeo) creació, amb lectura de poemes, és mot xulo.
Si el voleu penjar al vostre bloc, endavant.
http://www.youtube.com/watch?v=MGf94oQnPro
+ info:
http://www.omnium.cat/articleViewPage.php?art_ID=3370
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